Un año decisivo para el proyecto común
¡Cuidaos de los idus de marzo!
Holanda vivirá el próximo día 15 el primer envite electoral en el que los populistas y xenófobos europeos medirán sus fuerzas
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
JOSEP OLIVER ALONSO
Aunque en el calendario romano los idus eran jornadas de buena suerte, los de de marzo (el 15 de ese mes) pasaron a la historia por el asesinato de Julio César ese día y porque, en la famosa obra de Shakespeare, un adivino le advierte que se cuide, justamente, de esos idus. Me perdonarán esta excursión en el calendario romano pero, a medida que se acerca este electoral 2017 y tras los choques del 'brexit' y de Trump, la cita del próximo 15 de marzo obliga a recordar la advertencia del vidente a César. Porque ese día veremos el primer envite en el que populistas y xenófobos europeos medirán sus fuerzas.
Y será en la patria del liberalismo, la apertura y la tolerancia. Se trata del país con una posición más relajada hacia las drogas, que ha legalizado incluso el cultivo de cannabis, y dónde la eutanasia es también legal. Y también donde el partido que mejor refleja esta cultura, el D66, espera obtener los mejores resultados desde los primeros 90. Pero es allí, también, donde parece que ganará las elecciones Geert Wilders, con su xenófobo, antislámico y antieuropeo Partido por la Libertad. Y con un programa en el que preconiza cierre de mezquitas, prohibición de la inmigración, recuperar control de fronteras y abandonar la UE.
Es cierto que las encuestas le anticipan menos de un tercio del voto. Y que el sistema electoral holandés apunta a diversas coaliciones (cristianos, sociales, liberales y verdes) que evitarían la llegada al poder de Wilders. Pero no se dejen engañar por su aparente fracaso. El ascenso de la ultraderecha en Holanda tiene una doble lectura, especialmente preocupante para el proyecto europeo en el medio plazo, y para su estabilidad económica en el corto.
UNA ECONOMÍA QUE AGUANTA BIEN
En este último ámbito, Holanda es una economía que aguanta bien: en el 2017 parece que crecerá un 2%, mientras su tasa de paro continuaría descendiendo hasta escasamente por encima del 5%, al tiempo que el mercado residencial se recupera. Pero, según cual fuere el resultado de Wilders, nadie puede descartar nuevas turbulencias en la deuda del sur. Y, en particular, si a su victoria se añadiera, algo cada vez menos impensable, la de Marine Le Pen. De hecho, los mercados ya han comenzado a descontar este riesgo político, que se añade al del potencial triunfo de los grillistas en Italia, con un programa que, en lo tocante al euro, es simplemente su abandono.
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Para bastante más allá de las elecciones, y aunque no se permita al Partido Popular formar parte del gobierno, la ultraderecha ha ganado una importante batalla: los tradicionales partidos de centro y, en particular, el liberal de Mark Rutte se han derechizado, mientras el debate gira alrededor del programa de Wilders. Y porque las tendencias electorales holandesas, con una clara pérdida de los partidos tradicionales, no son privativas de ese país.
UN INEVITABLE GIRO RADICAL
¿Alguien recuerda como se valoraban los líderes populistas hace un par de años? No se apostaba mucho por Geert Wilders; ni por la alemana Fraude Petry, de una Alternativa por Alemania cuyos resultados electorales no dejan de subir; ni sobre Harald Vilimsky, del Partido por la Libertad de Austria que casi arrebata la presidencia a finales del 2016. Tampoco parecían importar mucho ni Marine Le Pen ni Matteo Salvini, de la Liga Norte, o Beppe Grillo. Y ahí los tienen. Creciendo y creciendo.
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Con lo que cae y lo que se adivina, si la UE no efectúa un giro radical, temo lo peor. Quizás la propuesta de Jean Claude Juncker sobre una Unión Europea a diversas velocidades sea hoy la única posible. Así lo cree Angela Merkel, y François Hollande también lo defiende. Pero incluso con este nuevo empuje, que apartaría del centro de la unión a países tan poco europeos como Polonia, Eslovaquia o Hungría, el alza populista no parece haber tocado techo. Porque sus bases materiales no se han alterado: inmigración y creciente temor al futuro, provocado por la globalización y el cambio técnico, son una letal combinación.
Para evitar que la UE estalle, como postula Hollande, no bastará con una Europa de velocidades distintas. Es imprescindible un nuevo reparto de la renta y de la riqueza, que permita contemplar el futuro de amplias capas de la población con un cierto optimismo. Pero no veo programas fiscales que planteen claramente esta alternativa. En su ausencia, el futuro apunta a una creciente dilución del proyecto europeo que, quizá, no necesite de nadie que certifique su final. De continuar así, languideciendo, morirá de muerte natural.
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