tú y yo somos tres
De Eurovisión al Palau Sant Jordi
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Extraordinario sábado televisivo. El show Objetivo Eurovisión en TVE-1 y el Concert 'Volem acollir' en el Palau Sant Jordi (TV-3). Polifónico contraste. El elegido para Eurovisión, Manel Navarro, amagó un corte de mangas, porque entre el público asistente hubo algunos pitos y protestas. El presentador, Jaime Cantizano, disimulaba. Pelillos a la mar. Había que continuar el show.
Visto desde casa -a veces la sordera domiciliaria suele ser tremenda- no sabría decirles si el elegido era el mejor. Ni si su canción tera la más entusiástica y seductora. Había otros finalistas. Maika Barbero, por ejemplo, que el gran público la conoció gracias al talent show La voz (Tele 5). Y Mirela, que alcanzó la popularidad también en La voz, y luego en Gente de primera (2005, Antena 3 TV). O Mario Jefferson, que quedó tercero en la Operación Triunfo del 2011. O Paula Rojo, que formaba parte del equipo de Melendi en La voz del 2012. Excepción hecha de Leklein, también llamada Vanessa Klein, y del ganador, el resto de aspirantes eclosionaron, se visibilizaron, en los concursos de la tele.
Por eso nos preguntabamos en casa por qué no concursaban también Roko y Edu Soto, que alcanzaron cotas de gloria en otro concurso de la tele: Tu cara me suena. Roko y Edu nos hicieron un popurrí de canciones eurovisivas que fue, sinceramente, lo mejor de esta velada preparatoria al kindergarten que se celebrará próximamente en Kiev. Sin ser aspirantes a nada construyeron un duetto que fue lo más celebrable de la noche. Simpatía, empatía, puesta en escena y voz. Lo bordaron, francamente.
LA OTRA CITA
En el Palau Sant Jordi había otra cita. Era otra cosa. Mucho más intensa. Aquí no concursaba nadie. No hubo ni un atisbo de silbido o de protesta. Nadie amagó un corte de mangas. Aquí la música, los cantantes, la coreografía, y el público -más de 15.000 personas, además de la audiencia de TV-3- estaban al servicio de una causa: la emigración. Mientras derribaban un inmenso muro, se elevaban los castellers. Cantaron Mediterráneo, entre otras. Una versión coral extraordinaria. Y al final, Qualsevol día pot sortir el sol.
En casa nos desbordaba la emoción parafraseando aquella estrofa: «Casa meva es casa vostra, si es que hi ha cases d'algú». No era un recital, ni un concierto, ni un teleshow musical. Eran miles de personas poniendo la música al servicio de la humanidad y de la ética. Y resaltando «el crimen», como bien dijo Òscar Camps, de los que siguen perpetrando el apartheid.
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