EL RADAR
La añorada calma
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Teresa Barba, administrativa de Barcelona, ha publicado esta semana en Entre Todos una estupenda carta: "No sé si es que se acaba el mundo o nos hemos vuelto locos, pero en Barcelona hace tiempo que vivimos con un ritmo tan frenético que asusta, y esto se ve, sobre todo, en los pequeños detalles, esos momentos cotidianos que son el latido de una sociedad, su día a día", empieza, para a continuación enumerar situaciones en que nos movemos corriendo, deprisa, deprisa: "La forma en la que subimos en los vagones del metro, a empujones; cómo vamos por la calle, corriendo; cómo nos dedicamos a las rebajas, con ansia. Parece que tenga que acabarse el mundo". Para Teresa, la cúspide de la sinrazón de la prisa es el momento de pagar en el supermercado, proceso que las cajeras (suelen ser mujeres) llevan a cabo a "velocidad supersónica". "A la que pagamos, el cajero mueve una barra de madera para separar el mostrador en dos partes, aparta sin ningún miramiento nuestras pertenencias y repite el ritual con el siguiente cliente. Entonces comienza una auténtica carrera contrarreloj. Deprisa, deprisa, que al de atrás ya le han dado el ticket y son tantos euros".
Deprisa, deprisa. En la conversación pública, reflejo de la sociedad, tampoco hay espacio para la pausa. Los temas explotan y desaparecen a velocidad de vértigo. A la penúltima de Donald Trump le sucede el juez Vidal, a los expertos en tiempos de espera de las ambulancias pediátricas los sustituyen las condolencias por la muerte de Bimba Bosé y la indignación por tanto troll, el que va de sesudo y el que no sabe lo que es un acento. Mariano Rajoy habla como quien oye llover y siempre hay algún árbitro o entrenador o centrocampista al que atizar por algún motivo u otro. Deprisa, deprisa. "Pip, pip, pip", que escribe Teresa en su carta.
REFLEXIONES COTIDIANAS
La mayoría de artículos que llegan a Entre Todos son reflejo de esta velocidad. Hay temas imperecederos (política, educación, salud, denuncias ciudadanas...), pero muchas de las cartas se refieren a los grandes temas de la actualidad. Es natural que así sea. Pero de vez en cuando aparecen cartas como las de Teresa, elogios de la calma, reflexiones cotidianas, pensamientos sobre el telón en el que se desarrollan las escenas. Cartas como la de Antoni Vilanova, de Barcelona, que elogiaba a una "madre joven" que hablaba con su hijo de siete años en un bar. "Hablaban sin necesidad de gritar, como hacen muchos adultos (...). La escena de la madre con el niño dialogando en voz baja y luego el niño abriendo la puerta a la madre a la salida de la cafetería es insólita", reflexionaba.
Cartas como la de Pere Serra, de Tarragona, que se quejaba de la tipografía extremadamente pequeña que, denuncia, se va imponendo. "Se ha generalizado de tal manera editar con letra pequeña –en algunos casos, extremadamente pequeña–, que cuando salimos a comprar algún libro que a priori nos interesa, lo hacemos preocupados: ¿ podré disfrutar de su lectura sin tener que hacer uso de la inseparable e incómoda lupa?". O cartas como la de Sara Aguado, de El Prat de Llobregat, que describe "la proteína de la vida" que le impresionó en un "señor" con el que emprendió conversación en un hospital y que resultó estar casado con una mujer que "llevaba 20 años luchando por conservar su riñón, sus pulmones y algunas de sus vértebras. La cura de un órgano, llevaba a la deficiencia de otro. A veces, decía, parecía que iba a dejar de respirar y de repente despertaba para pedir la hora".
COMO GROUCHO
Sara escribe en su carta que "El tiempo en un hospital tiene ritmo propio; viaja en una realidad paralela a la del mundo exterior". Cierto, probablemente en el metro o en la cola del supermercado Sara no hubiese tenido tiempo para escuchar en ese hombre cuya historia tanto la impresionó. Andamos necesitados de calma, y solo solemos apreciarla cuando nos la imponen contra voluntad. "Como decía Groucho Marx, ‘Paren el mundo que me quiero bajar’, acaba su carta Teresa.
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