Efímero 'versus' perdurable

«Un clavell vermell al trau i un gec per a tota la vida, que de negre sembla blau»... Frederic Longàs musicó estos versos de Josep Maria de Sagarra. Así nació Cancó de traginers, un lied agridulce que cantaba Emili Vendrell hace ya muchos años. Un gec era una especie de americana corta, normalmente de terciopelo, es decir, de pana. Los novios solían estrenar uno el día de su boda. Les duraba toda la vida: acostumbraba a servirles de mortaja.

Con tanta ropa que no sobrevive a la temporada del estreno, hoy cuesta creerlo. Antes, las cosas duraban. La calidad se asociaba a la durabilidad. La ropa, los utensilios, todo. Incluso los matrimonios, que también eran para toda la vida. Y los empleos. Los jóvenes entraban de aprendiz en un taller y en él envejecían, si no les despedían. La gente soñaba con trabajar en las cajas de ahorros porque suponían seguridad laboral de por vida.

Pero lo efímero ha triunfado. Los tuits, los programas informáticos, los smartphones, los electrodomésticos, incluso los automóviles... Cualquier cosa con más de diez años es una pieza de museo para los más jóvenes. La respuesta progresista es el reciclaje. Y, por ende, el diseño para el reciclaje ulterior, de modo que los componentes sean fácilmente separables. Está bien, pero el reciclaje, bien mirado, no pasa de mal menor.

En efecto, nada más sostenible que los productos de vida larga o reutilizables, tanto en términos de materias primas como de energía invertida en su fabricación. ¿Cómo se compatibiliza la durabilidad con el crecimiento de la facturación? Mal. Por eso el cambio de estrategia productiva y de consumo y el modelo económico sostenibilista no serán fáciles de instaurar. Pero si no lo conseguimos, los efímeros acabaremos siendo nosotros. ¿Se planteará el asunto en el Mobile World Congress? Convendría, creo.