El tiempo escolar como campo de batalla
Allí donde la etapa primaria funciona con la jornada compactada los resultados escolares son muy bajos y se reproduce la desigualdad social
Xavier Martínez-Celorrio
Profesor de Sociología de la Universitat de Barcelona.
Xavier Martínez Celorrio
La jornada compactada en los institutos públicos de secundaria fue introducida en el curso 2012-13 como contrapartida exigida por ciertos sindicatos mayoritarios. Tras la oleada de cuatro huelgas generales del sector entre 2006-2010, buena parte del profesorado público quedó exhausto. La jornada compactada fue su logro compensatorio o el bálsamo pacificador. Pero no podemos aceptarla como algo irreversible. Al contrario, toca revisar si ha sido una buena práctica.
Oficialmente se anunció como una medida experimental que sería evaluada pero de esa evaluación nunca más se supo. Se extendió sin debate ciudadano previo, sin calcular el impacto económico sobre las familias, sin previsión de becas de comedor, sin planificar actividades extraescolares por las tardes y sin tener en cuenta cómo se perjudicaba a las familias social y culturalmente más vulnerables. Al parecer, el ahorro por mantener los institutos cerrados es mínimo (gastos de luz y calefacción) pero, sin embargo, los costes sociales y de aprendizaje son mucho más severos aunque sigan siendo invisibles.
Dos cursos después de aplicarse la jornada compactada, los recortes educativos en Catalunya ya sumaban 1.000 millones aunque el sistema acogía 100.000 alumnos más, sin contar las universidades. El recorte promedio del salario del profesorado público de secundaria se estima en el 7% y sus condiciones de trabajo han empeorado (ratios más elevadas, nula formación continuada y endurecimiento de las bajas laborales). Peor lo tienen los profesores que ejercen en barrios muy castigados por el desempleo, la pobreza y la anomia derivada de la crisis. Hay que preguntarse si la jornada compactada ha merecido la pena, si la red pública se ha dualizado más sobre la concertada y si supone una medida honesta y ética.
La Conselleria d'Ensenyament puede abrir la puerta a la jornada compactada en la escuela primaria. Esperemos que no sea una medida universal ni unilateral. Esperemos que se reduzca a casos singulares de escuelas rurales tomando las medidas complementarias necesarias para que ni los niños ni las familias salgan perjudicados.
Allí donde la etapa primaria funciona con la jornada compactada (Andalucía, Canarias o Comunidad Valenciana), los resultados escolares son muy bajos y reproducen la desigualdad social con más fuerza. No son ejemplos donde mirarse. Enviar a casa a las tres de la tarde a niños de 6 a 11 años no deja de ser una decisión en clave corporativa que favorece al profesorado más indiferente a las necesidades de la infancia, más apalancado y con más ansiedad por huir de las aulas.
Por favor, abramos una revisión serena sobre la jornada escolar, debatamos los riesgos de la jornada compactada y cómo mejorar cualitativamente el tiempo escolar, teniendo en cuenta que tenemos una de las cargas horarias de asignaturas más pesadas de Europa y, aun con excesivas clases particulares, no se destaca mucho en resultados. Eso sí, saturadcompactemos los curriculos os, las malas prácticas y los corporativismos enmascarados.
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