Análisis
Parálisis entre lo viejo y lo nuevo
Enric Marín
Periodista y profesor de la UAB
ENRIC MARÍN
Los resultados electorales del domingo han hecho más evidente la crisis sistémica de la democracia española. Desde el punto de vista de los escenarios de gobernación, el resultado es literalmente diabólico. La única mayoría sólida sería la formada por PP y PSOE, pero el PSOE empieza a sentirse angustiosamente afectado por el síndrome PASOK y sabe que rubricar la gran coalición sería regalar la centralidad del espacio de izquierda a Podemos. Y por otra parte, Pedro Sánchez tampoco tiene margen de maniobra para ensayar un pacto de izquierdas sensible con la realidad plurinacional de España. El PSOE solo mantiene una relativa hegemonía en la España meridional, y la posición de Susana Díaz y buena parte de los barones territoriales afines es inflexible en el no reconocimiento de las singularidades nacionales.
En cuanto a los emergentes, a diferencia de un Albert Rivera ebrio de poder mediático, Pablo Iglesias sabía que no podía ganar las elecciones. No era el objetivo. E hizo una lectura correcta de la realidad catalana expresada en los resultados del 27-S. Inteligentemente, ha apostado por desmarcarse del bloque dinástico escogiendo el derecho a decidir como uno de los elementos diferenciadores centrales. Guerra de posiciones. La apuesta es a dos o tres años vista e Iglesias no rebajará planteamientos. No tendría ningún sentido político. Finalmente, Ciudadanos, el 'Podemos de derechas' reclamado por las élites, no ha alcanzado sus objetivos y no podrá hacer de muleta de la derecha tradicional. Una muleta neoconservadora 'cool' travestida de liberal.
Dos partidos generacionalmente envejecidos
Rajoy y Sánchez son hoy dos políticos tremendamente débiles. Faltos de proyecto, sin capacidad efectiva de liderazgo político y social y al frente de dos partidos en declive y generacionalmente envejecidos. Solo lideran sus partidos. Y en precario. De hecho, no sería ninguna sorpresa que ambos encontrasen relevos femeninos. Particularmente, si la troika presiona a favor de la gran coalición. Pero parece más probable una situación de colapso que lleve a nuevas elecciones. O bien un Gobierno minoritario y débil que se vea obligado a la transacción permanente en una legislatura inevitablemente corta. En conclusión, el embate de lo nuevo no tiene suficiente fuerza para vencer la inercia de lo viejo, que a su vez no es capaz de renovarse por sí mismo.
En Catalunya se ha mantenido la dinámica de las últimas contiendas electorales. Comparando con los resultados de hace cuatro años, los electores catalanes han votado más izquierdas y más soberanismo. Las izquierdas son ampliamente mayoritarias, decantándose de forma ostensible hacia postulados soberanistas o independentistas. Los diputados explícitamente independentistas han multiplicado casi por seis su representación y el partido líder en España es el colista en Catalunya. Sin embargo, estos resultados electorales podrían erosionar el liderazgo de Mas y hacer más complicado el pacto entre Junts pel Sí y la CUP. Por sorprendente que pueda parecer, por la asamblea de la CUP pasa buena parte del devenir inmediato de la política catalana y española.
Es decir, muchos escenarios abiertos, pero todos tremendamente complejos.
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