CONTRAPUNTO
«Tengo unos principios, si no gustan, tengo otros»
Salvador Sabrià
Periodista
SALVADOR SABRIÀ
Una de las frases más repetidas de Marx (Groucho, para evitar confusiones) es aquella que dice: «Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros». La sentencia serviría perfectamente en estos momentos para el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para referirse a algunos de los grandes principios económicos en los que basó la acción del Ejecutivo de los últimos años y que han servido de argumento para aplicar recortes en los servicios y el gasto público. Se trata en este caso del cambio legislativo que prepara el Ministerio de Hacienda en la ley de estabilidad presupuestaria para ampliar el plazo en el que la deuda pública española debería limitarse al 60% del producto interior bruto (PIB) como máximo, situado en el 2020.
Como Groucho Marx, ahora Rajoy constata que esos principios que el Partido Popular se autoimpuso en abril del 2012, en un intento de demostrar que era más capaz que nadie de gobernar bien una crisis, no solo no los podrá cumplir, sino que además es imposible.
Y, sin problemas, o para adaptarse a la tozuda realidad, el presidente se dispone a retocar sus principios hasta donde haga falta. De momento, en las previsiones remitidas a Bruselas, el Gobierno apunta que la deuda rozará el 94% del PIB en el 2018, solo dos años antes del ejercicio en el que debería quedar reducida al 60%. A trazo grueso, unos 34.000 millones de euros con el PIB actual, y bastantes más si, como prevé el Ejecutivo, la economía del país crece a un ritmo del 3% anual hasta el 2018. Para hacernos una idea de la magnitud de este importe, sirve la comparación con el presupuesto consolidado de la Generalitat, que este año roza los 36.000 millones.
Rectificar es de sabios, dice el refrán. El problema es que quizá entre el error y la rectificación se han adoptado medidas cuyos efectos son muy difíciles de revertir. O se han utilizado grandes cifras y objetivos de difícil justificación para aplicar muchos más recortes de los, incluso aplicando su propia teoría, hubiesen sido necesarios.
José Luis Rodríguez Zapatero tardó en darse cuenta de que el país estaba realmente en crisis. Por lo que se ve ahora, Rajoy y su equipo han tardado también en asumir que la crisis ha durado mucho más de lo que decían y que además sus efectos perdurarán en algunos puntos durante más años de los que esperaban. A pesar de su grandeur, Francia, un Estado mucho más fuerte económicamente que España, nunca se planteó asumir el límite del 60% de deuda antes del 2030.
También es cierto que aquí, en el país del rescate bancario, se presumía de tener la banca más saneada de Europa. Otro principio que se cambió por la fuerza de los hechos.
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