Análisis
El ministro Wert y la señorita Ubao
La técnica del confesor ha regresado a la política: garantizarse la permanencia a través de la creencia
Francisco Caamaño
Catedrático de Derecho Constitucional de la UDC y exministro de Justicia
FRANCISCO CAAMAÑO
Teatro Español; 30 de enero de 1901. Galdós estrenaba 'Electra'. Política y literatura compartían escenario con el deliberado propósito de hacer historia. El autor no había dejado nada al azar. Buscó concienzudamente el relato y la oportunidad. La obra se inspiraba en el conocido caso de la señorita Ubao. Un pleito que enfrentó a dos primeras espadas del derecho y la política: el expresidente de la República Salmerón y el conservador Maura, futuro primer ministro.
Cuentan las crónicas que Adelaida Ubao era una joven bilbaína, menor de edad, agraciada y de buena familia que, animada por un jesuita que la dirigía, acudió a unos ejercicios espirituales de los que nunca regresó. Había optado por incorporarse como novicia al madrileño convento de las Esclavas del Corazón de Jesús. Su madre, representada por Salmerón, reclamó la custodia y su regreso al domicilio familiar, alegando que aquella decisión de la menor se había tomado sin contar con su consentimiento. Tanto el juzgado como la Audiencia rechazaron esta pretensión.
El estreno de 'Electra' superó todas las expectativas. En la premier, Azorín, Pío Baroja y Ramiro de Maeztu, entre otros, movilizaron a los espectadores al grito de "abajo los jesuitas" y la representación fue interrumpida mientras se cantaba el 'Himno de Riego'. A la salida, en la plaza de Santa Ana, se profirieron gritos contra las órdenes religiosas.
Salmerón recurrió la sentencia, lo que motivó nuevas manifestaciones populares en diversas ciudades de España. El Tribunal Supremo resolvió a favor de la madre y, con gran celebración mediática -hasta 'The New York Times' se hizo eco de la noticia- los anticlericales, cuya bandera ensalzaría poco después Callejas, se sintieron ganadores transitorios de la causa.
Con el ministro Wert los clericales han vuelto al Gobierno. La técnica del confesor ha regresado a la política española: garantizarse la permanencia a través de la creencia. La educación no importa (nadie suspende religión); importa subsistir. La fe aparente no redime, pero da plazas para profesores controlados por la curia y refuerza el trapantojo de ideario de muchos centros concertados -mayoritariamente católicos- que se nutren de recursos procedentes de impuestos que pagamos todos y que, con perverso argumentario, se sustraen a la enseñanza pública.
La utilización del sentimiento religioso
Siempre hay un confesor dispuesto a encauzar la libertad de otros. Y Wert se ha tomado ese papel muy en serio. Primero con su ya famosa ley de reforma educativa, negociada con la curia y no pactada en el parlamento. Y, ahora, utilizando el BOE (24-2-2015, página 15742) como manual de catequesis para afirmar, entre otras verdades, que "la iniciativa creadora de Dios tiene una finalidad: establecer una relación de amistad con el hombre" o que "el rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz". Wert y sus clericales quieren vigorizar el creacionismo desde el diario oficial del Estado. De la educación para la ciudadanía pasamos sin rubor a la educación para la otra vida. La emblemática etiqueta de la botella del 'Anís del Mono' (1898), con su Darwin encubierto, vuelve a estar de rabiosa actualidad.
No es la religión, sino el clericalismo. El sentimiento religioso se ha utilizado interesadamente por la curia para mantener sus últimas parcelas de poder dentro de la estructura del Estado y hacer política desde el nuevo púlpito de las organizaciones afines. El confesor mantiene una guerra no declarada contra la Constitución porque ha reconocido la libertad religiosa sin haberle reservado el monopolio de su jurisdicción. Para él, enseñar a ser libre, es el último pretexto para recuperar los espacios perdidos de poder ejerciendo su influencia sobre una élite de legisladores que todavía conserva un sentimiento trágico de la vida y la familia.
Pero las mañas palaciegas del ayer de poco sirven. Se equivocan quienes piensan que la España de hoy es una señorita necesitada de tutela o que el BOE puede incorporar llamativos reclamos publicitarios como una botella de anís. Su persistencia en querer hacernos felices a través de confesores que nos impidan caer en el mal hace tiempo que ha sobrepasado los márgenes de tolerancia propios de una sociedad democrática. Es urgente e imprescindible denunciar los Acuerdos con la Santa Sede. Ni se avienen a la Constitución escrita ni, mucho menos, a la realmente vivida. Pero también es imprescindible acabar con el trato de favor que el artículo 16 de la Constitución dispensa a la Iglesia. Ni 'gabinetes Electra', ni' gabinetes Ubao'. Administremos civilmente nuestra libertad. También la religiosa.
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