Mis imprescindibles gilipollas
Jordi Ferrerons
Periodista.
JORDI FERRERONS
Nunca he sido lector del Charlie Hebdo. Durante mis años en París, cuando acudía puntualmente cada miércoles al quiosco a por mi ejemplar del Canard Enchaîné, no podía evitar echar un vistazo a las portadas vitriólicas, salvajemente libres, provocadoras y a menudo brutales del Charlie.
Imposible reprimir una sonrisa y un «¡hala!» entre divertido y escandalizado. En humor, mi género ha sido siempre la ironía, no tanto la provocación, pero nunca pude dejar de admirar el espíritu militantemente iconoclasta del semanario que cercenaron el pasado miércoles y, como consecuencia, la naturalidad con la que el Charlie convivía con el resto de publicaciones venerables, circunspectas, comedidas, respetables y algo monótonas. Su presencia en el quiosco era, y esperemos que continúe siendo, muy saludable.
Nunca fui lector del Charlie Hebdo a pesar de que en sus páginas publicaban cotidianamente dos de mis editorialistas gráficos preferidos, Wolinski y Cabu. A mi entrañable Cabu lo disfrutaba cada semana a través del Canard Enchaîné. Tenía una capacidad increíble para captar con enorme concisión la esencia de la estupidez humana, ya fuese en un contexto político, social o religioso.
A menudo ilustraba textos de otros, y en ese caso eclipsaba el contenido de lo escrito. Ridiculizó durante décadas los comportamientos vulgares, sexistas y racistas a través de una tira semanal llamada Les nouveaux beaufs (algo así como «los nuevos cuñados»), con un protagonista odioso que podías ver reflejado en multitud de actitudes cotidianas.
UN PRODIGIO DE MORDACIDAD
Wolinski era un caso aparte. A menudo daba la impresión de que empezaba una tira cómica y no sabía cómo la terminaría, pero cada viñeta era un prodigio de mordacidad. Su fetiche eran las palabras con y connerie, que podríamos traducir como gilipollas y gilipollez.
Él mismo reivindicaba para sí la condición de gilipollas, que pretendía que figurase en su epitafio. Publicaba tiras cómicas al mismo tiempo en Charlie Hebdo y en la muy burguesa y de derechas Paris-Match, y durante años lo hizo también en L'Humanité, el órgano oficial del Partido Comunista Francés. En el seno de la sociedad francesa, el desgarro brutal de sus historias era transversal.
Wolinski, Cabu y el resto de sus compañeros de Charlie Hebdo fueron incomparablemente más subversivos, mordaces y crueles con el modelo de sociedad que defendían a través del ejercicio de la libertad de expresión que las banalidades que soltaron esporádicamente sobre el islamismo radical, violento y descerebrado.
Lo mismo que hicieron, por cierto, con los derrapajes del catolicismo y del judaísmo. Ambos creían que escandalizar debía propiciar la hilaridad o la reflexión, no que podía servir como excusa peregrina para un asesinato fanático, sectario y deshumanizador. Para la barbarie que ellos combatían con su salvajismo gráfico.
Tal vez ahora podrían decir con orgullo que les mataron por gilipollas. En todo caso, siempre serán dos de mis gilipollas imprescindibles.
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