El radar

Hazme un muñeco de nieve

JOAN CAÑETE BAYLE

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Anna Badell, estudiante que vive en Londres, describía esta semana en una carta la 'fiebre Frozen' en la ciudad: «El dependiente me comentó que el mismo día que los productos llegan a tienda se agotan en dos horas y que el fenómeno 'Frozen' va más allá del mundo infantil: son los propios padres los que enloquecen y se pelean por conseguir los productos de la famosa Elsa» (para los despistados sin niños: Elsa es la que canta 'Libre soy'; Ana, su hermana, es la que canta eso de 'Hazme un muñeco de nieve').

Todo lo relacionado con la película 'Frozen' será uno de los regalos estrella que no pueden faltar bajo la manta del Tió, en el saco de Papá Noel o a lomos de los camellos de los Reyes. Anna Badell no exagera en lo de la histeria paterna por 'Frozen', ni su narración es un fenómeno imputable solo a Londres: basta con darse un paseo por los centros comerciales estos días para constatar que por aquí Elsa y Ana también generan malos rollos paternos en las tiendas de juguetes. Una cifra: según una comparativa reciente de 'The New York Times', en EEUU y Canadá Disney ha vendido unos tres millones de vestidos de Elsa y Ana; tres millones, más o menos, es el número de niñas de cuatro años que viven en EEUU y Canadá.

Las garras del estereotipo

Anna Badell -que al fin y al cabo acudió a la tienda en Londres en busca de un regalo de 'Frozen' para su sobrina- la respondió en otra carta Paris Guadarrama, de Cambrils, quien le recomendaba que huyera de «las garras del estereotipo». Y añadía: «Ayuda a tu sobrina apagándole el televisor y enséñala a usar su imaginación creando y fabricando algo». La carta de Paris Guadarrama va en la línea de las decenas de cartas que, a cuenta de la Navidad, deploran el eminente espíritu consumista de la fiesta y la pérdida de los valores de amistad y encuentro con la familia de las fiestas.

Dicho de otra forma: en la conversación pública predominan los argumentos a favor de juguetes alternativos para los Reyes Magos, de huir de la maquinaria de la publicidad y del 'merchandising', de no dejarse llevar por las modas y de adaptar los regalos a un proyecto educativo y no al revés. Y, sin embargo, no es por los cochecitos de madera o por inocentes muñecas de trapo que los padres se tiran de los pelos, en algunos casos literalmente, en los centros comerciales, en Londres y aquí. No, la fiebre es por los patines de Elsa o el chaleco de Ana, por mucho que esta cante eso de 'Hazme un muñeco de nieve, o lo que sea, me da igual', que ella lo único que quiere es jugar con su hermana, da igual con qué. Pues no, parece que no da igual, parece que ese muñeco de nieve tiene que ser Olaf, de 'Frozen', aunque luego en la cena de Navidad nos quejemos de que ya no se compran juguetes alternativos, maldito consumismo.

El discurso público, lo considerado correcto, y las listas de juguetes más regalados no suelen ir de la mano. Lo mismo sucede con otra crítica recurrente estos días: el sexismo de los juguetes, muñecas para ellas, coches para ellos; páginas rosas en el catálogo para ellas, páginas azules para ellos. El lamento en la conversación pública por este machismo flagrante (que es lo que es, sin discusión) es casi unánime. Y, sin embargo, el 25 de diciembre y el 6 de enero las niñas recibirán mayoritariamente 'juguetes rosas' y los niños, 'juguetes azules'. Muchas veces, las voces más puristas en esta conversación, los más furibundos críticos, no tienen hijos. No saben, por tanto, lo que les cuesta a los padres resistir la presión de la publicidad y del entorno social, lo difícil que es decir 'no' cuando los pequeños dicen hazme un muñeco de nieve, pero no cualquiera, sino el de 'Frozen', el de la peli. Por ahí se explica la distancia entre lo que se dice y lo que sucede.