La defensa de los derechos humanos

Desmond Tutu, discurso y acción

El ejemplo del arzobispo debería interrogarnos sobre la incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos

TERESA CRESPO

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El arzobispo emérito de Ciudad del Cabo ha sido reconocido con el Premi Internacional Catalunya 2014, que recibe hoy por parte de la Generalitat por su trayectoria centrada en la defensa de la paz y el desarrollo de los valores sociales, humanos, culturales y científicos.

Los valores que ha defendido Desmond Tutu, elegido entre más de un centenar de candidatos, son la equidad y la justicia social, poniendo siempre en el centro de su lucha la defensa de la dignidad de las personas más vulnerables. No ha tenido miedo y ha denunciado las vulneraciones de los derechos humanos y la violencia ejercida por el poder dominante. Una actitud crítica y activa que ha unido siempre al deseo de conciliación y de perdón, como demostró y visualizó en la Comisión para la Verdad y la Reconciliación que Mandela le pidió que presidiera. El lema de dicha comisión fue La verdad hace daño, pero el silencio mata, y supo conseguir un equilibrio muy difícil centrado en denunciar los hechos deleznables que se habían cometido y, a la vez, perdonar. Dicha reconciliación, según sus palabras, significaba renunciar al derecho de hacer pagar al ejecutor con la misma moneda, porque esa renuncia liberaba a la víctima.

Cuando contemplamos la realidad que hoy nos rodea, su mensaje nos sigue exhortando y planteando muchas dudas. Con motivo de la caída del apartheidTutu afirmaba que se había puesto fin a la esclavitud, pero me pregunto si esa afirmación no fue demasiado optimista cuando todavía vivimos otras maneras de esclavitud que no tienen visos de desaparecer. Pienso en las 200 niñas secuestradas en Nigeria por un grupo islamista que cree que la violencia es el mejor instrumento para conseguir sus objetivos y que las trata como esclavas en un contexto de guerra.

Pienso también el fenómeno de las empleadas domésticas en Oriente Próximo del que informaba recientemente este periódico, en su mayoría trabajadoras asiáticas a quienes se les retira el pasaporte para poder someterlas a los designios del patrón. A menudo terminan esclavizadas y, en ocasiones, incluso torturadas. Pero también en Europa y en situación de paz hallamos casos de esclavitud, como las redes de prostitución que engañan a mujeres de países pobres ofreciéndoles un mundo feliz que nunca conseguirán para explotarlas en países ricos. Países que defienden los derechos humanos en sus discursos, pero que parecen olvidarlos en la práctica.

Una vez más constatamos que la mujer está especialmente expuesta a ciertas situaciones de abuso y marginación. Sufre una triple violencia por el mero hecho de ser mujer, género que algunos aún consideran inferior en derechos, competencias y capacidades; por haber nacido en países en vías de desarrollo que no ofrecen oportunidades de subsistencia y empujan a pagar precios muy altos por el sueño de una vida digna; y por pertenecer a culturas o religiones que todavía las considera inferiores y les impide ser ciudadanas del mundo desarrollado.

Esta Europa que tan presente hemos tenido estos últimos días está practicando políticas migratorias que no cumplen ni exigen de manera decidida el respeto a toda persona y a los derechos humanos en cualquier situación, vulnerando numerosos acuerdos y convenciones internacionales. El auge de partidos racistas y xenófobos se produce en un contexto de tolerancia hacia actitudes y sentimientos discriminatorios alimentados por las corrientes ideológicas que no desean la entrada de hombres y mujeres de color, cultura, lengua o religión diferentes llegados de países pobres.

Pero lo más preocupante es que las políticas de la UE tampoco se caracterizan por una decidida voluntad de regular los flujos migratorios y sus responsables miran hacia otro lado cuando niños, jóvenes y familias enteras se quedan por el camino o son internados como si hubieran cometido algún delito, para ser retornados a sus países después de un periplo de meses o años para conseguir llegar a Lampedusa o a las fronteras de Ceuta y Melilla en busca de una vida mejor. Creo que estas y otras contradicciones palpables evidencian una gran hipocresía.

Regreso a las palabras de Tutu y a las dudas que me generan. Decimos que estamos de acuerdo con los valores que él defiende y practica, del mismo modo que hace unos meses reivindicamos y ensalzamos la figura de Mandela, pero nuestra praxis indica que los intereses individuales, la economía salvaje que olvida el bien común y el predominio de una minoría sobre el conjunto de la población no parecen concordar con dichos valores. El ejemplo de este hombre debería interrogarnos sobre la falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. 

Presidenta de Entitats Catalanes d'Acció Social.