MIRADOR
Argumentos que alimentan la tensión
En Catalunya, el clima se está envenenando porque el argumento que utiliza el soberanismo, llevado a sus últimas consecuencias, lo propicia. Tiempo atrás ya subrayamos la sorprendente frivolidad con la que muchos actores políticos pero también sindicales, deportivos o culturales, se habían visto arrastrados a apoyar el confuso derecho a decidir. El problema no es que hayan ciudadanos que deseen la secesión, pues tienen todo el derecho a plantearla, al igual que otros propugnan la centralización o la III República. El clima se envenena porque se ha hecho creer a una parte sustancial de las clases medias que el derecho a votar unilateralmente la secesión existe al margen de lo que diga el Estatut, la Constitución y el derecho internacional.
Este es el problema de fondo al que vamos a enfrentarnos los próximos meses. Como el soberanismo va a insistir en lemas aparentemente democráticos como «dejadnos votar», la tensión política y social crecerá sin remedio. Cuando un colectivo se convence de que tiene un derecho, el ejercicio del cual es perentorio para su supervivencia como pueblo, pero que razones ilegítimas se lo impiden, como escuchamos a menudo en boca de no pocos políticos y opinadores influyentes, la disyuntiva no puede acabar bien. Eso no significa que vaya a haber violencia, pero sí muchísima crispación política y social, esperemos que episódica y limitada. A corto plazo, me preocupa sobre todo que la frustración acabe en resentimiento, y que eso nos conduzca a una situación de bloqueo psicológico que haga imposible objetivar los verdaderos problemas y proponer soluciones integradoras.
La política catalana tiene que serenarse y dejar de vivir en la mentira. Para empezar, porque la consulta del 9 de noviembre no existe por ahora. Es una teatralización. Lo sorprendente es que Artur Mas afirme que va a convocarla en septiembre. Sobre el papel pretende que, en menos de dos meses, suponiendo que legalmente pudiera llevarla a cabo, los catalanes deliberemos si nos separamos del resto de España. En Escocia, el referendo pactado ha sido convocado con un año y medio de anticipación, bajo unas circunstancias jurídicas y políticas muy diferentes. Aquí no está claro ni cómo se contarían los votos, pues ERC afirma en su web que bastaría con una victoria simple del sí en las dos preguntas encadenadas. Lo que sucede en Catalunya desafía el sentido común.
Mientras, los verdaderos problemas de la ciudadanía se desprecian. El presupuesto de la Generalitat de este año ha incrementado su agujero hasta los 3000 millones, y no sabemos si va a implicar nuevos recortes o va a ser el Gobierno central, a través del FLA, quien financie el déficit. Pero de todo esto no oirán casi hablar. Lo que interesa ahora son los argumentos que abonen la tensión.
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