Ceguera

No sabía nada, sostiene la exmujer de Dominique Strauss-Kahn. No sabía nada de ese hombre con quien compartió 22 años de cama, opulencia y conversación. Diálogos entre un brillante político que acumula cargos sobresalientes y una ilustre periodista que gestiona una herencia multimillonaria.  Pero a pesar de su inteligencia, de la agudeza de sus entrevistas o del patrimonio que gestiona, Anne Sinclair asegura que nunca supo nada. Que siempre creyó a su marido, alojó los rumores en el cuarto oscuro de la ignorancia y selló la cerradura. Hasta que el chapapote de la infidelidad acabó por reventar la puerta. No sabía nada, sostiene Sinclair. Y quizá es una excusa para justificar su propia actitud, para defender al que fue su marido más allá de lo defendible. O tal vez es cierto. Tan verdad como todas las certezas que construimos a nuestro alrededor. Vemos en quienes nos rodean lo que queremos ver. La razón se desbarata cuando la emoción irrumpe en las moradas más íntimas. Los juicios de valores dejan de dictar términos precisos y la capacidad de observación se desenfoca. Nuestra voluntad se convierte en una lente entre la realidad y nosotros mismos. Imposible no aplicar el filtro de la indulgencia a quien amamos. Del mismo modo que resulta difícil no velar la mirada ante todo aquello que nos duele. Incluso cuando el espejo empieza a resquebrajarse. Incluso cuando el marido fiel y atento resulta ser un depredador.