Encrucijada en Estados Unidos

Aunque haya un acuerdo con los republicanos, el futuro de la reforma sanitaria de Obama es complejo

ANTONI SERRA RAMONEDA

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Empecé a pensar en este artículo con una preocupación seguramente compartida: había indicios de que las manifestaciones convocadas ayer en Barcelona por los denominados unionistas y los aguerridos nostálgicos de épocas felizmente pasadas pudieran dar lugar a enfrentamientos que crispasen aún más el ambiente que se vive en Catalunya.

Dos síntomas poco alentadores tenían relación con la policía. La decisión del Sindicato Unificado de Policía de animar a sus miembros a participar en la primera de ellas, la que puede calificarse de constitucionalista, era el primero. Y el segundo, la oferta de la señora delegada del Gobierno de enviar miembros de la Policía Nacional a controlar los desmanes que pudieran cometerse en la segunda. Oferta, por cierto, que revela una desconfianza en la policía autonómica o en su imparcialidad. Felizmente, pasado el ecuador de la jornada estos temores se habían convertido en agua de borrajas.

A nivel mundial la inquietud impera por el resultado de la confrontación entre el presidente Barack Obama y aquella parte del Partido Republicano denominada Tea Party, cuyo miembro más vocinglero en estos últimos tiempos es un senador de apellido hispano, Ted Cruz. La mayoría de los políticos republicanos desean que se obtenga una solución, sabedores de que si finalmente Obama se viera obligado a descafeinar en exceso su reforma sanitaria para llegar a un acuerdo y no incurrir en impagos, pasarían muchos años hasta que un republicano pudiera acceder a la Casa Blanca. Pero como temen romper el partido si se enfrentan abiertamente a su ala más radical, hacen propuestas tímidas y en voz queda que de momento han aplazado la posible catástrofe.

Diríase que en los mercados prima el convencimiento de que pronto se alcanzará una solución definitiva. La bolsa sube, convencida de que Obama retocará a la baja su reforma sanitaria y el legislativo le autorizará a emitir nueva deuda para hacer frente a los cuantiosos compromisos del Estado federal. Los empresarios, la mayoría proclives a votar al Partido Republicano, respiran aliviados, seguros de que tras las bambalinas unos y otros han decidido fumar la pipa de la paz.

No obstante, hay voces que denuncian un exceso de optimismo en este suspiro de alivio. Porque por un lado el ala más libertaria, cercana al Tea Party, vuelve a la carga y lanza ahora el mensaje de que Obama, para ganar fuerza en las negociaciones, exagera el peligro de una posible suspensión de pagos y de que el Tesoro norteamericano dispone de liquidez suficiente para hacer frente durante días al pago de los intereses y los vencimientos de la deuda. Lo que ha de hacer el Gobierno federal, mantienen, es apretarse el cinturón y reducir sus gastos. Por lo tanto, sostienen, no hay que tener prisa ni ceder ante las presiones del presidente para que su programa sanitario salga prácticamente incólume de la refriega. Hay que doblegar el brazo a Obama, concluyen.

Mientras tanto, desde primeros de mes el programa de asistencia sanitaria ha entrado en vigor. En la correspondiente página web puesta a punto desde Washington, quienes no gozan de seguro médico en su trabajo pueden encontrar multitud de planes alternativos con unas tarifas un 16% inferiores a las previstas por la Oficina Presupuestaria del Congreso. Los subsidios federales se hacen cargo de una parte de estas tarifas, y quienes están en el umbral de la pobreza tienen cobertura gratuita. Ya son tres millones de norteamericanos menores de 26 años los que se han incorporado a las pólizas de sus padres, y se calcula que más de 20 millones de ciudadanos hasta ahora sin cobertura acabarán consiguiéndola.

Pero este éxito inicial se reparte de manera muy desigual sobre el territorio. En los estados donde gobierna el Partido Republicano, como Indiana, Tejas, Utah o Carolina del Sur, se erigen toda clase de impedimentos al desarrollo de la ley. El obstruccionismo adopta tres formas. La primera consiste en negarse a recibir las ayudas federales para expandir el programa de asistencia médica a los desvalidos, el denominado Medicaid. Porque según lo dispuesto los fondos federales deberían cubrir la totalidad de su importe durante los tres primeros años, y a partir de entonces el 90%. La segunda consiste en no divulgar las opciones que se ofrecen desde Washington. Y la tercera es simple y llanamente lanzar campañas para convencer a los jóvenes de que les sale más a cuenta no acogerse a seguro alguno.

En conclusión, desgraciadamente para todos la reforma de Obama tiene ante sí un futuro más complejo del que desde aquí nos imaginamos.

Economista.