Colonialismo económico del siglo XXI

JOAN MIQUEL PIQUÉ

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Humildad. Los países autodenominados desarrollados, aquellos que buscan desesperadamente estar presentes en los llamados países emergentes para producir y vender, deberíamos recordar que si los intereses de esos países emergentes se retirasen del mundo occidental tendríamos un problema de dimensiones más que importantes. Y podría ser el detonante de una crisis aun mucho mayor de la que tenemos encima.

Y no hablo tan solo de lo que le pasaría al futbol europeo actual si se fuese el dinero de los oligarcas rusos y, sobretodo, de los petrodólares. ¿Se lo imaginan? Se acabaron la Premier y la Liga, y el fútbol alemán reinarían durante un buen tiempo. Tampoco me refiero en concreto al creciente peso específico de la demanda de países como China y Rusia en sectores tan estratégicos para España como, por ejemplo, el turístico.

No, no me refiero sólo a eso. Es algo más sutil, una suerte de “colonialismo inverso”, que de momento, afortunadamente, no se ha basado en conflictos bélicos, sino en un dominio cada vez más evidente de las economías occidentales por parte de los países emergentes. En el siglo XIX, la Revolución Industrial buscó su expansión acelerada consiguiendo nueva demanda y recursos (naturales, agrícolas, etc.) a través de ocupaciones militares y sometimientos. Hoy, los países emergentes están comprando la experiencia y la tecnología productiva del último siglo, están comprando el prestigio de marcas como Volvo (propiedad de la china Geely) o IBM (cuya división de ordenadores portátiles, hoy Lenovo, es china desde 2004), y están desarrollando gigantes productivos mundiales como Samsung, ZTE, Huawei, o China Mobile, la mayor operadora mundial de telefonía móvil, que superó hace pocos meses los¿ 700 millones de abonados.

Es curioso como la historia se repite. En 1854, 78 años después de la declaración de independencia de los Estados Unidos de América, un periódico inglés llamado “London News”, publicaba la siguiente reflexión: “No hay ninguna razón para temer el desarrollo o la extensión de América. Los Estados Unidos nos han sido infinitamente más útiles desde que son independientes de lo que habrían sido si se hubieran mantenido bajo nuestro gobierno. Si hubiera continuado la dependencia de la Corona, habrían ofrecido a la aristocracia oportunidades para el establecimiento de sus hijos en posiciones de gobernadores o secretarios, pero habríamos perdido su valor para nosotros como nación comercial, que abre un enorme mercado para nuestros productos. En sus esfuerzos por crecer, extienden nuestra lengua, inoculan la población con los principios de nuestras leyes, y nos abren nuevos canales de prosperidad “. Pues eso.

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