Gente corriente
Luisa del Busto: «Volver a Barcelona como abogada es mi venganza»
Letrada a los 80 años. La guerra civil la empujó a un largo exilio en Francia. A los 60 años empezó Derecho.
Núria Navarro
Periodista
NÚRIA NAVARRO
Mientras llovían bombas sobre Barcelona, Luisa del Busto (Barcelona, 1928) estuvo en casa de abuelas y tíos. Su madre había muerto de tuberculosis cuando tenía 6 años y su padre, republicano, había ido al frente. Una madrugada de principios de 1939, con la guerra ya perdida, partió junto a su tío y una prima a un eterno exilio en Francia.
-Tenía usted 10 años cuando se fue.
-Sí. Íbamos a pie, cargados de bultos, por las carreteras. Pasaban camiones y no nos cogían. Cuando los aviones bombardeaban, nos tendíamos entre las espigas de los campos. El 9 de febrero de 1939 llegamos a Figueres. Nos pusieron a todos en un café, donde dormíamos en el suelo y comíamos las lentejas de Negrín. Al final abrieron las fronteras y nos metieron en un tren. Estuvimos tres días y tres noches en aquellos vagones. Nadie nos quería. Al final nos aceptaron en un campo de refugiados de Normandía, donde pasé dos años.
-¿Adónde fue al salir de allí?
-Fui directa a Béziers, donde me esperaban mi padre y mi primo. Apenas sabía francés. Siempre recordaré a la directora de la escuela, que me dio clases de refuerzo fuera de horario. «Espabila, tú puedes sacar el certificado escolar», insistía.
-Lo sacó, pero no siguió estudiando.
-Me puse a trabajar en las vendimias. Allí, en 1945, conocí a mi marido, Víctor, un carabinero republicano que también pasó la frontera a pie, estuvo en el campo de Argelès, se escapó, entró en la Resistencia francesa y acabó en el campo nazi de Dachau.
-El amor se impuso al horror.
-Sí, aunque lo pasamos muy mal. En 1951, vinieron a buscar a Víctor para llevárselo a España y fusilarlo. Se escapó y estuve un año sin saber de él. Tenía una hija de 2 años y me puse a trabajar como limpiadora y vendedora en unos almacenes. A los 12 meses me reencontré con él en Nimes.
-Estaba a salvo.
-Escondido. Tras refugiarnos en casas de amigos, buscó trabajo en Marsella. ¡Allí pasamos una miseria! Pagábamos 9.500 francos por la habitación de la pensión y mi marido ganaba 10.000. Una vez, buscamos un franco debajo de un armario para poder comprar 100 gramos de pasta. Me quedé embarazada otra vez y volvimos a Béziers, donde unos tíos nos echaron una mano.
-Una vida atribulada.
-De lucha. A los 60 años me jubilé y decidí trabajar como voluntaria en una asociación de consumidores. Durante siete años aprendí a buscar recursos para defender a los usuarios. Al ver mi entusiasmo, mi esposo me animó a estudiar Derecho.
-Pero usted no tenía el bachiller.
-No. Me dijeron que podía preparar la prueba de acceso a la universidad en Toulouse. Pasé dos años recorriendo los 100 kilómetros que separaban mi casa, en Castres, de la academia de Toulouse, todos los viernes y sábados. Víctor me recogía en la estación y me hacía la cena. Aprobé el examen y pude entrar en la facultad de Toulouse. En seis años me saqué la licenciatura, un máster en Derecho privado y otro en laboral.
-¿No le costó aprender?
-Yo me iba a la cama y repetía las lecciones, con la luz apagada. A la mañana siguiente ya las sabía.
-Eso, casi a los 70 años...
-Incluso hubo un tiempo en que mi marido enfermó y me lo llevé a Toulouse, para poder estudiar y cuidarle. Lo sentaba a mi lado, en el aula, y le daba papel y lápices. Al final, obtuve la medalla de la facultad de Derecho. Me aplaudieron todos.
-¡Qué menos!
-Pero yo quería ser abogada en Barcelona. Escribí al Ministerio de Educación para ver si podía convalidar el título, pero me dijeron que tenía que repetir todos los exámenes.
-¿Todos? ¿Otra vez?
-Sí. Así que me inscribí en la Universidad de Castellón, porque no me veía capaz de examinarme en catalán. Pasé con éxito todas las pruebas escritas y orales. Y el pasado jueves, el Col.legi d'Advocats de Barcelona me impuso la toga.
-En este empeño, ¿ha tenido algo que ver las injusticias vividas?
-Sí. Volver a Barcelona como abogada es mi venganza por todo lo que nos hicieron. Ahora estoy buscando un abogado que me coja para hacer un mes de pasantía. Aunque a veces me pregunto: «¿Podré vivir en la ciudad de la que fui expulsada, donde persiguieron a mi padre y metieron a mi abuela de 73 años en la cárcel, y donde mi tío comió basura porque las vecinas tenían miedo de darle alimento?». No sé... De algún modo, siento que se repararían las heridas.
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