A propósito del incidente tras el último Barça-Madrid

Meter el dedo en el ojo

Habría que elaborar códigos éticos en los que esta práctica se considere poco viril o desafortunada

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ALFREDO CONDE

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Nunca había visto meter un dedo en un ojo. Cada vez que pensé en ello me resistí a imaginarme la escena. Se me antojaba excesivamente deliberada y fría la actitud de alguien que, mirando de frente, se atreviese a llevar a cabo tal crueldad.

Cuando éramos niños y jugábamos a pelearnos en grupo, a pedradas o a espadas, o lo hacíamos de uno en uno a pegar o a tumbar, entonces, cuando dar patadas era innoble y morder, arañar o tirar de los pelos era cosa de niñas, siempre había alguien que afirmaba seriamente que los chinos hacían la uve de la victoria con sus dedos índice y corazón y los dirigían directamente a los ojos de su contrario.

Tan decidida y determinantemente lo hacían que, como a su contrario le diese tiempo a advertir la maniobra, este pondría el canto de su mano abierta sobre el arco de su nariz, apoyando su dedo pulgar entre las dos ventanas de esta, de forma que al impactar contra ella, el espacio interdigital de la mano de su enemigo se abriese en dos como cortado con un cuchillo, pues tales serían la fuerza y la decisión del ataque; suficientes para este desgarramiento que a mí no me era difícil relacionar con las patas de los conejos abiertas por sus articulaciones, una vez cazados, antes de ser colgados, cabeza abajo, del cinturón que almacenaba los cartuchos. Estas de atacar tan traidoramente eran artes propias de chinos que, entonces, además de malvados, se dejaban engañar como lo que eran. Nosotros también, claro. El cine era en blanco y negro, en aquella época. Corrían los tiempos de Fu Manchú, el personaje creado porMax Rohmerllevado tantas veces al cine, y todos nosotros éramos la viva encarnación de Sir Denis Nayland Smith que, de modo salvífico y afortunado, triunfaba siempre sobre el chino malvado y traicionero.

Ahora, a mis años, ya sé cómo se mete un dedo en un ojo. Lo vi el otro día en la tele, en un partido de fútbol. Se lo describiré con calma por si no ha tenido la dicha de contemplar tan elocuentes imágenes.

Se acerca uno por detrás y mete el dedo en el ojo de la persona agraciada que, lógicamente, no ha de ser elegida entre los de tu propia banda y deberá permanecer ajena por completo al dedo que se le viene encima. Si se es cauto y discreto, se procurará acercarse al afortunado con total e impune tranquilidad, incluso con cierta elegancia en el desplazamiento, se diría que como si se acercase uno a la pila del agua bendita para remojar los dedos.

Una vez debida y discretamente ubicado a la altura de quien permanece ajeno a lo que se le avecina, dedo en ristre, se deberá extender el brazo hasta la altura de su cabeza y, desde atrás, de forma que no se haya producido ninguna advertencia previa, se le meterá este en el ojo tal y como estaba previsto. A estos efectos, se recomienda que, en un alarde más de elegancia espiritual, en vez de utilizar el dedo índice de la siniestra mano, se lleve a cabo la distinguida práctica con el dedo corazón de la diestra; quedará más fino. ¿Que en ese momento el otro se duele, hace un movimiento brusco y se le sale el ojo de su sitio? Pues que no se hubiese movido, recoño, a quién se le ocurre tal temeridad.

Esta práctica resulta muy educativa y ni siquiera es necesario que te den las gracias ni que soliciten de ti explicaciones que, por supuesto, te negarás a dar; no hablemos ya de ofrecer disculpas. Es suficiente con el alarde realizado para que todos sepan con quién están tratando. Ofrecida en televisión resultará igualmente didáctica y los niños sabrán, en estos tiempos xenófobos y de tanta alarma social, que no todos los chinos son como Fu Manchú, pero habrá que advertirles de que tampoco todos los portugueses son así, no vaya a ser que la liemos.

Ya en otra ocasión había visto, en otro partido de fútbol, cómo un jugador arreaba un cabezazo con su frontal en el esternón de un jugador del otro equipo que cayó conmocionado, patas arriba.

Sucede todo esto en un mundo asaz curioso como es este en el que vivimos cuando, en plena crisis, los sucesores de aquellos grandes financieros que en la del 29 se privaban de la vida, abrumados por los deterioros económicos generados, han decidido ahora aumentarse los salarios cometiendo al tiempo la impudicia de llamarlos bonus; lo que viene siendo una modalidad más de esta nueva práctica de meter el dedo en el ojo ajeno, sin ni siquiera llegar a fingir lágrimas de cocodrilo en el propio. Mientras, los entrenadores lucen sus virtuosas habilidades.

Se ignora si tales prácticas pedagógicas figuran en alguna cláusula suscrita en los contratos que les deparan tan pingües emolumentos como los que reciben. Algo nos está fallando, a todos. Quizá lo sensato sería ponernos a reflexionar cuanto antes sobre ello a fin de elaborar, prudentemente, códigos éticos en los que tirar de los pelos o meter dedos en los ojos sean prácticas consideradas poco viriles y/o desafortunadas. Eso o acabar todos dándonos cabezazos en medio del partido mientras algunos empiezan a arbolar esos mismos dedos haciendo el signo de la victoria. Escritor.