Los jueves, economía

Volver a empezar... y corregir el rumbo

El Govern hace bien aplazando la concreción de los recortes, pero debería tomar nota de lo ocurrido

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ANTÓN COSTAS

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El Gobierno de Artur Mas ha encontrado una contestación social intensa a su política de recortes de gasto social. También algunos barruntos de disidencia en sus filas. Se le nota algo tocado y confundido. Pero tiene margen de maniobra y tiempo para enmendar el rumbo.

Ha sabido aprovechar las elecciones del 22 de mayo para anunciar que deja para después la concreción de los recortes de gastos sociales.

En este ganar tiempo hay, sin duda, una razón de oportunidad, de oportunismo político si lo prefieren. Trata de evitar un impacto electoral negativo para CiU. Un efecto que debilitaría al Gobierno de la Generalitat.

Pero me da la impresión de que el president, como los buenos entrenadores, quiere aprovechar este tiempo muerto para empezar de nuevo y corregir el rumbo, especialmente en algunas áreas sociales sensibles.

Es importante que el Govern tenga éxito en su política de contención del déficit. Nos jugamos mucho. De ahí que sea buena cosa tratar de extraer algunas enseñanzas de lo sucedido hasta ahora. Esas lecciones, además, pueden ser útiles para otros gobiernos autonómicos que después del 22-M se van a encontrar con problemas similares al de Catalunya.

Sugeriré estas enseñanzas, sin ánimo de que se tomen como consejos. Con los años he visto que no es bueno ir por la vida dando consejos, especialmente cuando no te los piden. Consejos solo cuando te los pagan, porque entonces son más útiles, hasta cuando son equivocados. En mi opinión, hay cinco enseñanzas a retener.

La primera es que los gobiernos autonómicos se encontrarán con la incómoda papeleta de tener que hacer elecciones políticas difíciles. Hasta ahora, la crisis había pasado factura solo al Gobierno de Madrid. Pero en adelante lo hará también con los autonómicos. La razón es que las autonomías son las que gestionan la mayor parte de los gastos sociales en educación, sanidad, dependencia y otras políticas de gasto de gran impacto social.

La segunda es que los gobiernos no deberían perder de vista que el objetivo básico es reducir el déficit, y no el gasto social. Y que para lograrlo tienen dos palancas. Una, el gasto público total, en el que se incluye el social, pero también otros que hay que tener en cuenta. La otra, los ingresos, fiscales y de otro tipo.

Una buena política ha de combinar reducción de gasto con aumento, o al menos no disminución, de ingresos. Esa combinación es necesaria tanto por razones de eficacia económica como de equidad social. La necesidad de tener en cuenta los ingresos aumenta cuando, como ahora, una política racional y equitativa de reducción de gasto necesita tiempo para ponerse en marcha.

La tercera es cambiar el lenguaje, es decir, la retórica que se utiliza para explicar la necesidad de reducir el déficit. La retórica es el arte de convencer mediante la palabra. Ahora solo se enseña en los seminarios religiosos. Pero constituye un elemento fundamental de la política. Es más, la Política, con mayúscula, es fundamentalmente persuasión. Y la persuasión es buena retórica. Mi sugerencia sería que el Govern no hable de «recortes», sino de «buena administración». Todo el mundo entiende lo que es buena administración. Pero cuando se habla de recortes, muchos se ponen en guardia, temiendo que les van a dar gato por liebre.

Temen que detrás de los recortes esté el intento de privatizar servicios públicos básicos. Puede ser una percepción infundada. Pero, como dice el teorema de Thomas, lo que se percibe como real, es real en sus consecuencias. La única realidad política que existe es la que se percibe. Y lo que perciben muchos ciudadanos cuando oyen «recortes» es que aquí hay gato encerrado.

Las palabras no son neutras. Cambiar el lenguaje puede ayudar al Govern a explicar mejor sus objetivos, y puede llevar a los ciudadanos a cambiar su percepción.

La cuarta es que la Administración no funciona como una empresa privada. La experiencia de otros gobiernos, comenzando por el de EEUU, que llamaron a exitosos directivos del sector privado para gestionar lo público está llena de fracasos. La Administración pública no funciona con el principio de «ordeno y mando». La empresa privada sí. Los recursos que utiliza son del dueño y puede hacer con ellos lo que le da la gana sin dar explicaciones. Pero los gestores públicos usan recursos de los ciudadanos, y tienen que ganar su consentimiento.

La quinta es que una buena política de reducción del déficit autonómico necesita de la complicidad y lealtad con el Gobierno central. Tiene razón el conseller Mas-Colell cuando dice que una reducción mayor del 10% en el 2011 es inasumible. Su impacto recesivo en el crecimiento, en el empleo y en los ingresos sería considerable y peligroso. Daría lugar a un círculo vicioso, en el que la mayor recesión dificultaría la reducción del déficit.

Pero no debería asustarnos el desencuentro inicial. Aunque sea paradójico, el conflicto bien gestionado actúa como pegamento político, no como disolvente. El camino para la complicidad es, como en la película de Almodóvar, que hablen entre ellos. También en esto, el tiempo muerto de las elecciones permite cambiar el rumbo. Catedrático de Política Económica (UB).