La organización de los pueblos

De leyes y ciudadanos

La sociedad sobrevive bajo cualquier sistema siempre que las leyes se adecuen a sus necesidades

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ALFREDO Conde

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Las ciudades las hacen los hombres y los hombres las habitan, pero ¿quién determina la convivencia? Seguro que las leyes promulgadas por los hombres, aunque no sea del todo seguro que esto deba ser cierto. Momentos hay en la historia de las ciudades y de la convivencia habida en ellas en los que las leyes devienen inútiles y solo una adecuada conjunción de hombres y leyes genera ese bienestar que tampoco es seguro que, aun buscándolo siempre, siempre se haya de encontrar.

Acabo de regresar de San Petersburgo y la ciudad es la de siempre. Sin embargo, después de unos cuantos años sin visitarla, se ofrece ahora alegre y diáfana como nunca lo había hecho. Sus habitantes caminan de otro modo, se cruzan entre ellos al transitar por las calles de un modo polar al de hace unos cuantos años, mientras la nieve, sucia por la contaminación de todo el invierno, todavía permanece en montones semiocultos en las umbrías de parques, calles y jardines. La crisis actual no tiene nada que ver con ella, y aquellos a quienes consultas sobre sus efectos es posible que ni siquiera recuerden ya la padecida según se inició la perestroika.

La 'perestroika'. Piensas en ella, la recuerdas y acabas aceptando que lo que hizo Gorbachov fue aceptar el fallo generalizado del sistema, redactar su esquela y decretar sus exequias procurando salvar los muebles. Al cabo de 70 años, aquella revolución y aquel sistema generador de leyes que sirvieron para edificar la segunda gran potencia mundial se habían venido abajo. Se habían colapsado, ya no servían para nada. Mientras tanto, en el otro extremo, si no del mundo sí de las cosas, otras leyes y otra concepción de cómo se deben relacionar las personas -y quienes de entre ellas se encargan de gobernar la sociedad que todas forman- seguía construyendo la otra gran potencia en la que vivir se convirtió en un privilegio envidiable. De momento sigue siéndolo. Pero el que se puede denominar capitalismo financiero, reclamador constante e insolente de leyes que lo protejan, ha entrado en una crisis

-equiparable a la padecida en la antigua Unión Soviética- que parece no tener fin pese a los elementos correctores establecidos con los que se pretende alargar su vida. ¿Es así?

Mientras el mundo transitaba desde aquella crisis a esta, otros sistemas han introducido elementos correctores en sus modos de relación entre las gentes y las cosas, entre las gentes y los productos que regulan sus mercados, y entre los modos de producción y el reparto de los beneficios, de forma que la China resultante de la Larga Marcha encabezada por Mao Zedong se ha convertido en otro gran imperio capaz de subvencionar, amparar, proteger e incluso gestionar la vida de los sistemas que antaño combatía y hoy regula.

De todo ello pudiera colegirse que es la condición humana la que lo decide todo, pero es más que probable que, con independencia del respeto

-que consideramos debido y exigible- a las libertades individuales y colectivas, a los derechos humanos y a la dignidad de las personas, sean las leyes, aquellas que regulan nuestras relaciones y las que encauzan las de los diferentes poderes públicos a fin de que se controlen mutuamente, las que marquen la pauta y generen el bienestar perseguido asegurándolo, al tiempo que asientan la paz y confirman la convivencia. Quiere decirse que las leyes deben atender a las necesidades reales de las sociedades que regulan. Solo así funcionan las sociedades.

Nuestra Constitución y el conjunto de leyes de ella derivadas han sido de gran utilidad en las décadas transcurridas desde su promulgación. Simplificándolo mucho, han servido para que los grandes poderes fácticos de entonces, de hará ya pronto medio siglo, la Iglesia, el Ejército y la banca, hayan mantenido su influencia, necesaria y legítima, pero perdido su antigua condición, en el caso de los dos primeros, mientras que la gran banca resultante de la sistemática búsqueda de la reducción de bancos habida desde entonces ha visto incrementada la antigua condición para compartirla ahora con la de los grandes medios de comunicación masiva y con una clase política que se ha convertido en una casta y adquirido una condición de poder fáctico que está a punto de conseguir compartir con el poder judicial.

Se hacen, pues, necesarias otras leyes. Otro gran marco legal que permita reducir y controlar el enorme poder acumulado por los nuevos poderes fácticos si es que no queremos que el sistema se resquebraje como, con independencia de las libertades alcanzadas o reprimidas, ha sucedido al otro lado de lo que antaño se llamaba telón de acero y todo se venga abajo.

Hace ya bastantes meses se escribía aquí que lo que padecíamos, amén de una crisis económica, era la enorme crisis de valores que la había determinado. La sociedad sobrevive, de un modo u otro, bajo cualquier sistema siempre que las leyes se adecuen a sus necesidades. Es así de simple y es así de duro. La URSS fue posible gracias a la Rusia de los zares, de igual modo que Chávez no se explica sin la corrupción del sistema de partidos que hizo de Venezuela un paraíso. Y no debemos olvidar que la Alemania nazi comenzó a serlo en las urnas democráticas, sí, pero en medio de una crisis económica que causó temor en las clases medias que vieron mermados los objetivos alcanzados, la seguridad ciudadana amenazada y en crisis galopante el sistema de valores que había servido para conseguirlo. ¿Se va pareciendo en algo nuestra situación a las que se recuerdan y señalan? Convendría reflexionar en ello.

Escritor.