Un emirato al margen de las revueltas árabes

Lo que no pasa en Qatar

El impulso ético del emir ha conseguido una convivencia propia de una «burguesía piadosa»

Lo que no pasa en Qatar_MEDIA_3

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ALFREDO CONDE

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Estos días el mundo islámico anda algo revuelto y yo les escribo desde Qatar. Mientras en Libia había docenas de muertos y en Bahréin, algo más cerca ya de este emirato, la gente se había echado a la calle pidiendo la ciudadanía, entre otras cosas, yo asistía a un concierto a la vez que cientos de qatarís y de occidentales. Se celebró en la Opera House, a cargo de la orquesta filarmónica de este emirato, con un programa que incluía música deWeber, MozartyChaikovski.Algunos qatarís vestían su thobes y tocaban sus cabezas con sus gutras, otros no, y los occidentales hacían gala de idéntica libertad vestimentaria: unos vestían encorbatado traje oscuro, otros no, y algún zascandil lucía pantorrilla, disfrazado de turista yanqui, algo sobredimensionado el tamaño de sus floridas bermudas. ¿Cómo se gestó esto?

Lo que ha sucedido en este país en 15 años debiera convocar a la reflexión a no pocos de sus iguales. Quienes en las orillas del golfo Pérsico fueron pescadores de perlas o pastores de cabras, habitando en el interior del desierto, descubrieron que la lámpara de Aladino era una enorme bolsa de petróleo y gas, oculta bajo tierra, a la que no era cuestión de frotar, sino de perforar para que el genio de la lámpara se liberase y atendiese a sus deseos sabia y prudentemente expresados.

Así, en 15 años, el espíritu del petróleo, ese genio atravesado, ha hecho surgir una ciudad en las orillas del mar y un país en las del mundo. Trescientos mil ciudadanos qatarís han sabido convocar la presencia de 1.600.000 extranjeros a fin de que trabajen para ellos, ayudándoles a construirlo, como una indiscutible mano de obra barata que vive, eso sí, en condiciones manifiestamente mejorables. No viven mucho peor, tampoco mejor, de lo que vivían los emigrantes españoles en Suiza en los años 70. En donde unos padecen un calor tórrido, padecieron otros nieves glaciares y un dificultoso acceso a la condición de ciudadanos; es decir, nada nuevo. Sabemos de lo que hablamos. Allí no pasó nada.

Ahora, al cabo de tan pocos años, Qatar se ha modernizado. El tráfico rodado es de una ejemplaridad deseablemente imitable en nuestras latitudes europeas. Los qatarís disfrutan de un bienestar que no colisiona con sus creencias religiosas ni con sus hábitos seculares. El impulso ético surgido al amparo y por la iniciativa del emir de Qatar está marcando, es de desear que indeleblemente, a una sociedad en la que la religiosidad musulmana, sin merma de sus principios, se equilibra con los vigentes en el internacional mundo de los negocios, consiguiendo un tipo de convivencia, armónica y deseable, que ya empieza a ser calificada como propia de una «burguesía piadosa».

El emir es un hombre culto, con un pie en el estribo de la modernidad y otro en el de la tradición, que cabalga un potro joven alimentado, ya que no en los resultados, sí en los principios que, en un primer momento y al menos en teoría, movieron al machito en el que aún está subidoFidel Castro.Cualquiera diría que se trata o de un déspota surgido de la Ilustración o de un socialdemócrata moderado por la realidad imperante en el mundo islámico.

Esta no es exactamente una democracia. En lo referente a quienes ostentan la ciudadanía pudiera, se dice pudiera, parangonarse con la que en su momento se dio en Grecia y disfrutaron quienes entonces la ostentaron. No es este el caso, ni mucho menos, de los que aquí llaman losexpa,es decir, de los expatriados. No se trata de los trabajadores especializados, profesionales liberales de toda índole, occidentales en su mayoría, sino de los trabajadores procedentes de los países asiáticos, en su mayoría musulmanes, que no sienten lo suficientemente estrechados los lazos de la religiosidad común y que cuando alguno de ellos lo manifiesta, de forma que se considera excesivamente abierta, es introducido en un avión y repatriado a una realidad social, religiosa, cultural, económica y laboral decididamente inferior que la que aquí padecen.

Todo ello ha creado un bienestar y un latente estado de conciencia -que no evita la intensa preocupación existente, porque todo lo que sucede en la zona les afecta- que han permitido a Qatar convertirse en el fulcro de la balanza y en un ejemplo deseable para no pocos de los países de su entorno, al tiempo que un notable interlocutor con Occidente.

Esta es, pues, la crónica de lo que no está pasando en Qatar, mientras que en otros países del área se extiende la inestabilidad y la gente sale a la calle reclamando libertades, temerosa de que todo derive en un asentamiento teocrático que los someta de nuevo impidiendo mejoras como las que aquí se han producido. Sin embargo, en Qatar hay preocupación. Existe esa ingente masa laboral, que quintuplica la de ciudadanos que disfrutan de derechos como el de tener vivienda, asistencia sanitaria, educación en todos los niveles y manutención totalmente asegurados; que es lo que no sucede en otros países. Quizá por ello pase en ellos lo que pasa y aquí, al menos de momento, no pase.

Escritor.