Dos miradas

Dolor de barriga

EMMA RIVEROLA

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Dentro de un minuto, cederá. Tan pronto como suene el timbre y cruce la puerta del instituto. 50 segundos. Disimuladamente, empieza a guardar los libros en la mochila. Debería ir al baño, pero sabe que no lo hará. Saldrá corriendo. Sin detenerse. Sin escuchar las voces que le buscan. 40 segundos. El dolor se torna piedra. Aprisiona su estómago y le cuesta mantenerse erguido en la silla. Ya cubre el bolígrafo con el capuchón. No puede apartar la mirada de la esfera del reloj. 30 segundos. Sin pensarlo, gira la cabeza y su mirada tropieza con la de ellos. Una mueca de burla. Un gesto de amenaza. La piedra crece y comprime los pulmones. Le cuesta respirar. ¿Por qué ha tenido que mirarles? Vuelve a fijar su vista en los dígitos del reloj. 20 segundos. La piel cubierta de una pátina de miedo. Arena en la boca. 10 segundos. ¿Y si la piedra le ancla al asiento? Ya. ¡El timbre! Se levanta de un salto. Coge la mochila al vuelo y se precipita hacia la puerta justo al mismo tiempo que la profesora. Sin mirarla, acompasa sus pasos a los de ella. Su escudo. Al final del pasillo, ella girará a la izquierda. Él estará a cinco metros de la libertad. Un esprint final mientras oye unos gritos que le insultan y unos pasos que juegan a seguirle. Cruza el umbral apenas sin aire.

La calle. La piedra explota. El dolor desaparece. Durante dos días no volverá. Hasta el domingo por la noche.