Siete x siete

La Diagonal y el género negro

OLGA Merino

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Confieso mi debilidad por los secundarios de las películas clásicas. Ellos y ellas. ¿Qué me dicen de la nariz de patata deKarl Malden? ¿Y de aquella actriz que le hacía de criada y confidente aBette DavisenEva al desnudo? –he tenido que buscarlo: se llamabaThelma Ritter–. Pero quien encabeza sin discusión este santoral laico es el cara de sapoEdward G. Robinson,el habano mejor mordisqueado de la historia de Hollywood. Seguro que le recuerdan enPerdición(Double Indemnity, 1994), deBilly Wilder,donde encarnaba a aquel intuitivo perito de la compañía de seguros que destapa todo el pastel. Colosal encendiendo cerillas.

Los actores de reparto del cine negro suelen ser más feos que el protagonista y menos inquebrantables en sus convicciones morales. Como observadores distantes de la realidad, merodean por las zonas oscuras y se adaptan mejor a las piruetas del destino. Ellos, los secundarios, parece que no estén, pero son imprescindibles en la estructura y los giros dramáticos del guión. Un poco como en la vida misma, como en política. Por eso, supongo, le han cortado la cabeza aCarles Martí,el primer teniente de alcalde. O le han invitado a cercenársela él mismo.

Aparte de la consistencia de los personajes, con caracteres psicológicos bien perfilados y complejos, en el cine clásico la trama es el todo. Como decía la novelistaPatricia Highsmith, una de las reinas del género negro, el relato de suspense debe planificarse con la mayor lógica posible para que la mecánica narrativa funcione con la precisión de un reloj suizo. Nada de cuestiones abstractas. Lógica cartesiana para solventar problemas muy concretos: la velocidad de un tren, la cantidad exacta de pastillas para dormir o los límites de la fuerza física para, pongamos por caso, arrastrar un cadáver.

Sin embargo, en la película del Ayuntamiento de Barcelona –la de la consulta de la Diagonal con el añadido de los Juegos Olímpicos de invierno– el argumento chirriaba. La pregunta equivocada en el momento equivocado. Cuesta imaginar en qué planeta vivían los guionistas.