CONDE DEL ASALTO
Salir de casa
Recuerdo un caso de 'mobbing' en el Raval que recogí en mi libro 'Rayos': a un anciano enfermo lo despertaban de madrugada y una voz le susurraba al teléfono: 'Et farem fora'
Es viernes, así que mientras muchos hablan de qué van a hacer para salir (de fiesta), otros debaten qué pueden hacer para que no los echen (de casa).
Porque los viernes, a las seis y media de la tarde, se celebran las asambleas del (heroico) Sindicat de Llogaters en el Centro Espai Veïnal Calàbria 66. Y en esta sala hay trencas de paño, abrigos con forro de chinchilla, anoraks deportivos, chalecos reflectantes del sindicato, impermeables violeta de una empresa de mensajería de economía verdaderamente colaborativa (y no de la otra farsa). Tan diversos como sus abrigos son los casos que han traído. Un barrido a la sala se traduce en la pregunta que debe hacerse quien llega a una cárcel: ¿qué te ha pasado para acabar aquí? Pero no qué has hecho, sino qué te han hecho. "Todo lo malo nos pasa por salir de casa", escribió Blaise Pascal. Pues imagínate lo que sucede cuando te echan de ella.
"Cuando estamos aquí, ya no estamos solas", dice la mujer que introduce la asamblea. Y de eso va todo. De verbalizar el problema, recibir consuelo, dar amparo legal, tramar acciones contra fondos buitres y carroñeros individuales personándose en sus propiedades. Para hacerlo, mientras en Berlín se regulan los precios y en nuestra ciudad se expulsa a 30 familias en una semana (115 a nivel estatal), se necesita un sindicato más fibrado, con más afiliados, con más voz y más altavoz.
Ilegales en su propio hogar
Ilegales en su propio hogarEsto es todo lo que pasa más allá de los anuncios de telefonía, el encendido de las luces de navidad, el nuevo modelo de teléfono, la discusión sobre el segundo capítulo de la tercera temporada de aquella serie ambientada en Chicago y el daltonismo de banderas. Muchos de los hoy presentes están ya fuera de contrato. Es decir, a ojos de sus propietarios, son ilegales dentro de su propia casa. Por turnos se exponen casos. Hay apuro y euforia. Porque aquel vecino que llevaba dos años luchando parece que ya ha encontrado una solución (y ya no hay que ir a Vic, aunque "podríamos ir a comer paella igualmente"). Pero también manos engarfiándose en los anoraks posados sobre las rodillas cuando esa otra chica llora después de decir: "Pero yo no me quiero ir. Es mi casa".
Las tácticas de 'mobbing' son las de siempre. No expondré casos concretos de esta asamblea, pero yo expliqué algunas prácticas en mi novela 'Rayos': basura en los portales, tapiado de pisos adyacentes para acumular porquería, ascensores que misteriosamente no funcionan (en pisos donde sus abuelos ya no pueden subir escaleras). Recuerdo un caso del Raval de renta antigua que recogí en mi ficción. A un anciano enfermo lo despertaban de madrugada y una voz le susurraba al teléfono: "'Et farem fora'".
Dejarte fuera de la vida
Dejarte fuera de la vidaEsto no es un debate sobre la guerra civil en un país exótico que solo hemos visto en Google Earth o en la tele. Y con este tema se da el sesgo cognitivo de quien, cuando le ponen una escayola, solo ve escayolas por la calle. Todos tenemos un caso cerca. Solo debemos mirar. Las instrucciones arrancan con algo sencillo: ir al registro de la propiedad y comprobar quién es el propietario. Quién duplica el alquiler, quién rebota los pagos, quién se desentiende de esa caldera que ha reventado, quién quiere dejarte fuera de la vida.
Lo dijo el escritor afroamericano James Baldwin, si bien lo podrían firmar todos los que están aquí: "No tienes una casa, no sabes lo que es tener un hogar, hasta que tienes que abandonarla".
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