Rodoreda y la Europa de su tiempo
Maria Casellas dirige una certera adaptación de dos cuentos rodoredianos que nos conectan con la vertiente más cosmopolita de la escritora
Mercè Rodoreda, de "Cenicienta del exilio" a nueva reina del horror
Multimedia| La mirada feminista de 'La plaça del Diamant'
Manuel Pérez i Muñoz
Manuel Pérez i MuñozPeriodista.
Mercè Rodoreda está de moda en el teatro catalán. Mientras aún se comenta el acierto de 'La plaça del Diamant' del TNC, el Teatre Gaudí repone un acercamiento diferente a la obra de la escritora. Dos de sus cuentos dispersos suben al escenario para iluminar una faceta menos conocida, la del exilio, y unos ejes temáticos decisivamente modernos, escritos años antes de sus grandes éxitos literarios. 'Mercè Rodoreda en el Triangle de París' nos pasea por los grandes traumas del siglo XX y, al mismo tiempo, nos vuelve mostrar su voz más crítica con el rol reservado por la sociedad a las mujeres.
Instalada en Francia, Rodoreda asiste al espanto de la guerra. Si para Adorno la poesía después de Auschwitz era “un acto de barbarie”, la autora también pensaba en 1947 que escribir era una ocupación “espantosamente frívola”. Ese año se publica en México 'Nit i boira', un descarnado relato sobre dos prisioneros de un campo de concentración, muerte seriada que hiela la sangre. Cuando Europa intentaba asimilar la atrocidad, Rodoreda se asoma al horror y deja constancia de él al mismo tiempo que Primo Levi y tantos otros. Una voz en la corriente de su tiempo.
La segunda parte del díptico es 'Paràlisi', un cuento más intimista, “autoficción” etiquetarían las modas de ahora. La protagonista, como la Rodoreda de los años 60, vive en Ginebra entre la nostalgia del mediterráneo y un mundo masculino que la menosprecia. Su confesión escrita bascula entre arrebatos de sinceridad y pasiones inconfesables. Emerge entonces una burbuja rodorediana pura, con su simbología floral característica y abundantes referencias literarias a las corrientes de la época.
No resulta fácil unir estos dos fragmentos inconexos. Pero el montaje de pequeño formato lo resuelve desde una sencillez prolija en recursos. La dirección de Maria Casellas dibuja todo el entramado con tres intérpretes y pocos elementos físicos más. Cuenta lo intangible: sobrias y expresivas las coreografías de Èlia Genís, esa iluminación tan elegante como precisa y la prosa, claro, con una dramaturgia de Ever Blanchet que deja que el texto brote casi en crudo. Festín de literatura recitada.
Contención en la primera parte, la infamia de los campos duele sola. Òscar Castellví es puro abismo de gestos oprimidos y desesperación, actorazo que con el T6 quedó en lo más alto y allí se le espera. Rafa Delacroix se abraza con la mirada a la esperanza, contrapunto necesario. En la segunda parte, Maria Clausó es el 'alter ego' de la escritora que, como su universo, requiere un constante vaivén de emociones bien ejecutadas. Rodoreda vive y este 'triangle' reclama su estatus de gran autora europea.
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