Entrevista

Carlo Padial: "Barcelona es una ciudad profundamente neurótica, a diferencia de Madrid"

El escritor y cineasta barcelonés retrata en clave de sátira salvaje la burbuja de los nuevos medios digitales en la novela 'Contenido'

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Carlo Padial, en el almacén del Bracafé

Carlo Padial, en el almacén del Bracafé / Jordi Otix

Rafael Tapounet

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Escritor, guionista y cineasta, Carlo Padial (Barcelona, 1977) desempeñó durante años el cargo de director de reportajes y contenidos originales de ‘PlayGround’, un medio de comunicación digital que en poco tiempo protagonizó un crecimiento sideral (llegó a superar de largo en tráfico a los principales diarios españoles) y cayó con estrépito en 2018 después de que Facebook hiciera un cambio en su algoritmo. El “Vietnam millennial”. Padial ha volcado esa experiencia y otras similares en la novela ‘Contenido’ (Blackie Books), una sátira descacharrante que a ratos parece una pesadilla de ciencia ficción. 

‘Contenido’ es una novela sobre una start-up española que, entre otras cosas, viene a decirnos que ‘start-up’ y ‘española’ componen un oxímoron. Que eso no es viable.

Para mí, era importante explicar que, al menos en el mundo de la comunicación y de la producción cultural, lo que en España llamamos start-ups no se parece en nada a la idea que tenemos de las start-ups norteamericanas. Hemos importado un modelo que aquí no tiene demasiado sentido porque no hay fundamentos: no existe ni la inversión, ni el desarrollo, ni nada. Aquí las start-ups se han montado como una especie de extensión de la cultura del pelotazo, que es una de las pocas cosas persistentes y que está en todos los ámbitos de la cultura española.

"En España las start-ups se han montado como una especie de extensión de la cultura del pelotazo"

En este caso, a la expectativa de unos beneficios más o menos rápidos propia de las start-ups se le suma la promesa de una libertad creativa sin límites vinculada a la irrupción de los nuevos medios digitales.

Claro, pero todo acaba siendo un espejismo bastante ridículo. A la gente que se mete ahí a trabajar se les promete que van a poder refundar la sociedad creando contenidos, esa palabra tan asquerosa. Y en unos años se pasa de un momento de idealización máxima, de expectativas desbordadas, a la desintegración absoluta. Toda aquella estructura desmesurada al final queda reducida a unas cuantas videollamadas, a unas ideas que nunca se harán realidad, a unas notas de voz de Whatsapp. Es un viaje muy triste pero también muy potente.

Tú mismo formabas parte de ese viaje. ¿La novela es, de alguna manera, un intento de entender lo que pasó?

El libro, en realidad, parte de un profundo sentimiento de desánimo; de un descontento derivado de haber creído que era posible algo diferente. Cuando yo entré a trabajar en PlayGround, venía de acumular experiencias laborales muy miserables, tanto económicas como a nivel más personal, de trato, etcétera. Y frente a eso, los medios digitales te ofrecían la posibilidad de abrir un espacio inexplorado, que no existía antes. El disgusto viene al darte cuenta de que eso que pensabas que podía ser una alternativa es en realidad lo mismo, o incluso mucho peor, porque compromete tu creatividad de una forma muy jodida, que a mí me ha costado meses quitarme de encima. Esa especie de estrés de la creatividad, la obligación de tener cada semana, cada día, ideas revolucionarias que otro tendría quizá una vez cada dos años. Se nos imponía ese ritmo de tener que ser geniales, a ser posible cada hora.

En esa espiral chalada, el CEO de la empresa juega un papel central. Pero el libro no lo presenta como un villano sobre el que cargar las culpas.

Me parece siempre sospechoso cuando veo estos documentales sobre el Fyre Festival o sobre Theranos, que son divertidísimos pero que utilizan el recurso un poco facilón de decir “qué malo era este y que pobrecitos eran todos aquellos a los que arrastró”. Me interesaba más otro tipo de aproximación. ¿Y si estamos hablando de una empresa que, precisamente por ser digital y por tanto horizontal, ya no tiene forma de pirámide y ahí son todos una serie de chiflados que, sin ser muy conscientes, se están esclavizando a sí mismos pero también al que tienen al lado?

En algunos pasajes parece que sientas la necesidad de reivindicar que allí no todo era malo. O de subrayar que fuera de esos nuevos medios digitales las cosas no eran mucho mejores.

Así es como lo siento. Yo tengo un especial cariño por la gente que, pese a todo a ese caos, intentaba hacer cosas que no había podido hacer en ningún otro sitio. Eso también hay que ponerlo en su justa medida y darle valor. Gracias a este tipo de medios digitales se pudieron poner en circulación ideas que el mundo de la comunicación, digamos, tradicional nunca habría dejado pasar.

Pero esa promesa de construir un mundo nuevo venía sin planos ni proyecto, ¿no?

Claro, allí no había nada detrás. Era como ‘El mago de Oz’. Una especie de fiebre del oro digital, de “aquí hay un espacio nuevo en el que vamos a poder hacer lo que queramos”, pero luego todo se aborda sin ningún tipo de fundamento. De alguna manera, esa gente disparando cosas sin contexto eran la encarnación de internet. Eso es algo que ha quedado y que hoy ves permanentemente. Yo ahora mismo puedo hacerme una foto con un ejemplar del ‘Quijote’ y decir: “Uf, qué bien el Quijote”. Y ya está, eso es suficiente. No hace falta invertir tiempo en leer el ‘Quijote’ ni en asimilarlo. Ellos eran la encarnación pura de eso, sin límite. Pero, claro, ¿adónde conduce esa inundación de contenidos? A la nada, al vacío. La inmersión en contenido sin nada sólido a lo que agarrarte te lleva a ahogarte.

"La inmersión en contenido sin nada sólido a lo que agarrarte solo te lleva a ahogarte"

En paralelo a la peripecia de esa start-up loca discurre la historia de una pareja que, ellos sí, se van ahogando en la precariedad laboral y la imposibilidad de construir nada.

Es la parte del libro de la que quizá estoy más orgulloso. Quería hacer una crónica muy precisa pero también muy humana de una pareja en el momento presente, y explicar cómo la precariedad te acaba erosionando de una manera muy bestia. Yo lo veo continuamente en gente de mi edad o más joven, cómo las relaciones de pareja están afectadas por ese sentimiento de que siempre estás volviendo a empezar, de que nunca te podrás comprar un piso… Eso hace que las relaciones acaben enfermando de una manera muy jodida.

¿Habrías sido capaz de explicar esa historia tan triste sin el contrapunto cómico del mundo delirante de la start-up?

A mí eso no me sale. Yo, cuando veo una película o leo un libro en los que no hay nada de humor, me siento expulsado. De hecho, la principal motivación para escribir el libro, aparte de ese desencanto del que te hablaba antes, era la necesidad de preservar la colección de situaciones únicas y fascinantes que había ido coleccionando. Algunas vividas por mí y otras que me iban contando: el saco de quinoa antiestrés en medio de la redacción, la contratación de un ‘flow designer’, el uso de anglicismos hasta llegar a un punto en el que nadie entendía a nadie, tener tres sonidistas en una empresa, la progresiva fragmentación de los procesos creativos hasta la abstracción pura... Si yo veo eso en un libro o en una serie, pensaría: ¿qué mundo es este? Parece ciencia ficción distópica, pero es todo muy real.

Carlo Padial, entre libros y cafés.

Carlo Padial, entre libros y cafés. / Jordi Otix

Al estar anclado en experiencias reales, ¿te preocupa que el libro se lea simplemente como una novela en clave? ¿Que lo que prime sea el juego de intentar identificar quién es cada personaje?

Frente a eso no puedo hacer mucho. Podría expresar mi perplejidad y defenderme diciendo que no, que esto es una sátira más amplia, pero también soy muy consciente de que activo eso. He visto ya algunas reacciones en Twitter… Y me han contado de gente que ha entrado corriendo a la librería como llevado por los demonios para buscarse en el libro. Pero sin querer comprarlo, ¿eh?, con ese punto de mala leche muy española [risas]. Yo pienso que todo eso también forma parte del libro, de alguna manera. Como una especie de epílogo. Reacciones como reacciones, ya eres parte de la sátira.

Hablas del “mamoneo cultural barcelonés”. ¿En qué consiste y en qué se diferencia del mamoneo cultural de otros lugares?

El mamoneo cultural barcelonés es algo muy específico de Barcelona. Tiene esa mezcla de plaza dura, de mala leche, de no sentirte nunca del todo bienvenido en ninguna parte. Es como si la misma gente que se dedica a lo cultural tuviera un prejuicio de fondo hacia lo cultural. A mí todo eso me hace reír mucho quizá porque me veo identificado. Si me siento de algo, es de Barcelona, más que catalán o español. Barcelona es una ciudad profundamente neurótica, a diferencia de, por ejemplo, Madrid. Y luego está lo que en el libro llamo “el fenómeno de los ojos locos”, que es una maravilla muy barcelonesa. Ese juego retiniano de ir a los sitios a ser reconocido y a su vez a constatar quién está, a establecer jerarquías y posicionamientos, pero sin hablar con nadie, para luego pasarlo un poco a limpio en casa. Esas cosas pasan en Barcelona y son muy divertidas. Por eso me interesaba que el protagonista fuera un mallorquín que llega a Barcelona como un cuerpo extraño a buscarse la vida y se encuentra todo esto. En Madrid no funcionaría igual de bien, porque en Madrid el primer día te invitan a coca y acabas en el piso de alguien a quien no conoces. En cambio en Barcelona el primer día te dejan tirado en un Vivari a las ocho de la tarde.