CRÍTICA DE LIBROS

'Caparazón', de Lisa Ginzburg: la ilusión de curar el pasado.

La escritora italiana Lisa Ginzburg.

La escritora italiana Lisa Ginzburg.

Anna Maria Iglesia

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Leer es enfrentarse a una serie de expectativas que, a lo largo de toda la lectura, pueden ser satisfechas o no. Los elementos que intervienen en la configuración de las expectativas del lector pueden ser múltiples y uno de los elementos recurrentes es el de la figura autorial, tal y como sucede en el caso de 'Caparazón'. Resulta inevitable detenerse ante todo en el apellido de su autora, Lisa Ginzburg. Es nieta de la autora de 'Todos nuestros ayeres', y de uno de los fundadores de la editorial Einaudi torturado y asesinado por su condición de judío en 1944, e hija del historiador y autor de 'El queso y los gusanos'. Su apellido se impone, más todavía si se tiene en cuenta que 'Caparazón' es la primera novela de esta autora que se traduce al castellano –la traducción la firma Natalia Zarco- y que quedó finalista del Premio Strega en 2021. 

Maddie, protagonista y narradora, y su hermana Nina vienen en una familia marcada por la fractura: su madre, Gloria, una mujer independiente, se enamora de otro hombre. El padre, Seba, un fotógrafo poco reconocido, pero con amplio patrimonio familiar, consigue su custodia. Para él es una forma venganza hacia Gloria a la que todavía amaba. Buscará en vano consuelo en las adicciones y en otras mujeres hasta convertirse en un padre ausente. Gloria, por su parte, a pesar de los pocos días de visita que tiene, se convierte en un punto de referencia y en un modelo para sus hijas. En ausencia de Gloria, está Mylène, la canguro que ejercerá de madre y que seguirá siendo un espejo en el que Maddie se seguirá mirando, repitiéndose constantemente los consejos que ella en su día les daba. Las hermanas se tienen la una a la otra a pesar de la distancia. Maddie se traslada a París junto a Pierre, pues confía en tener un “matrimonio reparador” junto a él, una vida familiar “sanadora” del pasado: “Esa estabilidad que encontré en Pierre al principio de nuestra historia creí poder transmitírsela también a Nina, a Gloria y a Seba, incluso. Me sentía tan satisfecha que veía mi vida conyugal como algo que compartir”. Nina es todo lo contrario: instalada en Nueva York, acaba de romper con su novio más duradero y con el que parecía haber encontrado esa estabilidad que Maddie desea para ella y que la propia Maddie cree poseer. 

Como en la literatura de Natalia Ginzburg, la casa, las habitaciones, los espacios íntimos adquieren en 'Caparazón' una extraordinaria importancia: Nos hablan de los personajes, de la cotidianidad, de los anhelos, de la soledad, de las ausencias. Los espacios se vuelven significativos. La casa es expresión tanto de las ausencias y de los roces como de los anhelos de reconstrucción. Roma, la ciudad de la infancia, se contrapone a París, la ciudad ordenada de la edad adulta de Maddie y a Nueva York, la caótica ciudad donde vive Nina. Sin embargo, este orden se viene abajo cuando Maddie regresa a Roma y, con él, en parte también la novela que se precipita hacia un final de manera apresurada: de repente, aparecen las grietas y Maggie se deshace, en apenas pocos días, de ese caparazón de falta seguridad que la tenía aprisionada. Una precipitación desafortunada para una novela que, sin embargo, en las tres primeras partes consigue con brillantez ahondar en lo más íntimo de sus personajes a la vez que proponernos mujeres que, de una manera u otra, quedaron marcadas por una madre que osó ser libre, romper con su matrimonio y volver a amar; una madre que se atrevió a no ser esa mujer devota que esperaban de ella.