CRÍTICA DE LIBROS

Crítica de 'Mis estúpidas ideas', de Bernardo Zannoni: la comadreja que escribía para salvarse

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Bernardo Zannoni wins Campiello literary prize 2022 in Venice

Bernardo Zannoni wins Campiello literary prize 2022 in Venice / EFE / ANDREA MEROLA

Anna Maria Iglesia

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Las razones del éxito literario no es algo que aquí interese, pues no es de por sí un elemento que dote o menoscabe de valor el texto. Sin embargo, en el caso de 'Mis estúpidas ideas', la primera novela de Bernardo Zannoni (Gatopardo / Club Editor) matizar es importante: aquello que lo ha hecho funcionar en términos comerciales es lo que ha hecho que parte de la crítica lo haya aplaudido: la originalidad de proponer una fábula protagonizada por animales. Es cierto que estamos en un momento en que parte de la narrativa se ha acomodado en unos determinados moldes –la autoficción, la novela de género, la escritura testimonial…- abandonando no solo la imaginación –al respecto, imprescindible 'La huida de la imaginación' de Vicente Luis Mora-, sino también cualquier forma de ambición, experimentación u originalidad.

Sin embargo, los árboles no nos deben impedir ver el bosque: 'Mis estúpidas ideas' es una fábula protagonizada por una comadreja llamada Archy. No hay nada de particularmente nuevo en la antropomorfización de los animales; más allá de Esopo y de Apuleyo, más allá de La Fontaine, la novela moderna ha recurrido a este tropo en repetidas ocasiones: empezando por Cervantes –acaso con él no empezó todo- hasta acabar en Natsume Soseki ('Soy un gato'), pasando por Jack London ('La llamada de lo salvaje'), George Orwell ('Rebelión en la granja'), George Saunders ('Zorro 8') o Virginia Woolf ('Flush'), sin olvidar a Bernardo Atxaga ('Memorias de una vaca') o Pablo Martín Sánchez ('Tuyo es mañana'). No es la originalidad lo que hace destacar la novela de Zannoni, que, como es habitual en este tipo de literatura, utiliza la antromorfización de los animales para cuestionar la supuesta oposición entre animalidad/humanidad, instinto/razón, y observar de qué manera esos comportamientos “bestiales” forman parte de la condición humana. En efecto, los personajes de Zannoni no solo llevan una vida muy humana, sino que aspiran a ser más humanos todavía. Y es precisamente esta aspiración lo más interesante de esta primera novela. 

Proveniente de una situación paupérrima –su madre se ha quedado viuda y debe mantener a sus hijos-, Archy es vendido por su progenitora al viejo zorro Solomon. Como Shylock, Solomon –nombre de origen judío- es un prestamista para el cual la usura era su única posibilidad de supervivencia: “Hablaba de su vida de hombre y de Paraíso, luego se maldecía por el horrible destino que le había tocado en suerte, y pedía otro inmediatamente después”, recuerda Archy, que lo acompaña en su lecho de muerte. A él le debe el haber aprendido a leer y escribir. A través de la Biblia, Solomon le descubre, además, el misterio de la muerte. La asunción de la propia finitud y de la finitud de quienes te rodean asoma a Archy a la necesidad de buscar una respuesta a una vida que no puede terminar sin más. Hay un anhelo de trascendencia, de una trascendencia que para la comadreja no pasa a través de la fe, sino a través de la escritura. Esta se vuelve la única forma de permanencia: “El lenguaje es lo único capaz de detener el paso del tiempo, porque existe en el tiempo, está hecho de tiempo, y además es eterno”, escribe Rachel Cusk. Archy es consciente de ello. A través de la escritura se aferra a la vida, interrogándose sobre el rastro que va a dejar. De ahí sus dilemas éticos, de ahí esa sensación de no encajar en un entorno muy poco humano. Pero ese entorno es el nuestro. Y su apuesta por el lenguaje y por la escritura es el gesto más radical que se puede hacer en un mundo donde la palabra se ha vuelto banal, donde la palabra ha dejado de importar. 

'Mis estúpidas ideas' / 'Les meves idees estúpides'

Autor:

Bernardo Zannoni

Traducción:

Juan Carlos Gentile / Meritxell Cucurella-Jorba

Editorial:

Gatopardo / Club Editor

224 / 256 páginas / 20,95 euros