Ópera

Fría elegancia de 'Evgeni Onegin' en el Liceu

La más popular de las óperas de un atormentado Chaikovsky inauguró anoche el curso liceísta en una coproducción con la Ópera de Oslo y el Teatro Real

El Gran Teatre del Liceu inaugura la temporada con la ópera "Eugene Onegin", de Chaikovski.

El Gran Teatre del Liceu inaugura la temporada con la ópera "Eugene Onegin", de Chaikovski. / MANU MITRU

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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De distante, fría y elegante podría calificarse la propuesta teatral de Christoph Loy de la más cálida de las óperas de Piotr Ilych Chaikovsky, 'Evgeni Onegin', que regresó tras un cuarto de siglo al coliseo barcelonés para inaugurar el curso lírico con esta coproducción con la Ópera de Oslo y el Teatro Real. Para su discurso, Loy se centra en la soledad de los protagonistas de este drama de desencuentros nacido de la imaginación literaria de Pushkin, trasladando esta obra cumbre del romanticismo ruso -con mucho de intimista y de ambientación rural y urbana- a un escenario aséptico y claustrofóbico de Raimund Orfeo Voigt en el que se pasean los personajes caracterizados por el vestuario moderno y exquisito de Herbert Murauer.

El director de escena alemán emprende su asfixiante viaje a la soledad –epidemia que hoy empapa a la sociedad europea– que, si bien es cierto, encaja correctamente con la melancolía que desprende la magistral partitura del compositor ruso más europeo, entra en conflicto con la candidez y calidez del arranque de estas “escenas líricas”, como las tilda su creador. Loy en ocasiones se contradice al empapar de introspección momentos clave de su discurso, una apuesta del 'regista' que no acaba de convencer en su conjunto. Así, la pasión que caracteriza la lectura de la carta de Tatiana –epicentro del melodrama– se muestra desprovista de emociones, al igual que el costumbrismo que tiñe toda la primera parte, en la que se describe la vida cotidiana campestre, optando por explicar la historia desde el punto de vista de una protagonista aquí dibujada como una adolescente insegura y casi autista.

A partir de la segunda parte (Loy acierta al dividir el segundo acto), desde el duelo entre Lensky y Onegin y con un enfoque gestual en el que mezcla realismo con ensueño, en este montaje lejano al sentir del público latino todo se sucede de manera vertiginosa y contradictoria: desde ese momento la narración aparece vista desde los ojos de un Onegin casi autodestructivo, encaminándose por senderos propios de sicopatías. Una propuesta que invita a la reflexión pero que se aleja de ese autor cargado de problemas personales que intenta reflejarlos de alguna manera en esta obra, incluyendo el dibujo de parte de su propia familia y de aspectos de su vida personal a tenor de las últimas publicaciones biográficas que analizan la vida de Chaikovsky a través de su correspondencia. Su relación con su hermana, su cuñado, sus sobrinos y el servicio de la casa de campo que habitaban parecen haber influido en la escritura de esta obra maestra.

Josep Pons, desde el podio, contó con una Simfònica del Gran Teatre casi siempre a punto, de sonido envolvente y aterciopelado, aunque no siempre consiguiendo el empaste adecuado en las escenas de conjunto y con una actuación del Coro liceísta muy correcta en cuanto a voces. El maestro catalán continúa ampliando su repertorio cada temporada pero esta vez no se ha coronado con un éxito personal.

La Tatiana de Svetlana Aksenova, galardonada por la crítica barcelonesa con el premio al cantante revelación en su debut local en la temporada 2013-14 en 'La leyenda de la ciudad invisible de Kitej', no revalidó sus credenciales; dueña de un material carnoso y de fácil subida al agudo, su fraseo y línea de canto aparecieron algo inestables y su zona grave presentó sordas lagunas. El Lensky de Alexey Neklyudov dibujó un personaje de adecuada proyección y cuidado fraseo mientras que el Onegin de Audun Iversen destacaba por su adecuación al papel, entregado y concentrado, de convincente desempeño teatral. El Príncipe Gremin de Sam Carl, de oscilante afinación, no alcanzó a emocionar en su gran aria y el efectivo y amplio plantel de comprimarios resultó muy correcto a cargo de Viktoria Karkacheva, Josep-Ramón Olivé y, sobre todo, de un magnífico Mikeldi Atxalandabaso como el insufrible Triquet, con sus coplas en francés. Desangeladas, sin embargo, Elena Zilio y Liliana Nikiteanu en sus intervenciones iniciales, mejorando ostensiblemente en sus posteriores apariciones.

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