Teatro
Crítica de 'En mitad de tanto fuego' (Sala Beckett): relatos troyanos
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
En las últimas semanas, Alberto Conejero ha encabezado titulares. Creado junto a Xavier Bobés y estrenado en el TNC, su montaje 'El mar: visió d’uns nens que no l’han vist mai' fue cancelado en Briviesca (Burgos) por un nuevo ayuntamiento de PP y Vox. Si la emotiva historia de un maestro republicano puede acabar censurada, qué trágico destino le puede alcanzar a la nueva 'En mitad de tanto fuego' (hasta el 30 de julio en la Beckett), monólogo o bien arrebato poético que hurga en la ambigüedad de uno de los mitos de Occidente, la 'Ilíada'. ¿Fueron amantes el gran héroe Aquiles y su inseparable Patroclo?
Se acabaron las insinuaciones, revulsivo contra versiones hollywoodienses mojigatas como la 'Troya' de Wolfgang Petersen que los presentó como primos. Conejero pone todo su vasto conocimiento del mundo clásico al servicio de un soliloquio lúcido, nos habla Patroclo con una voz universal que atraviesa toda la historia, mítica y presente, entre el fragor de la guerra eterna y la cotidianidad de pasear al perro. Mezclando epítetos altisonantes y versos alejandrinos, emerge ahora un secundario que toma la palabra, un humano carnal y doliente, Patroclo como un raro repudiado en oposición al divino héroe Aquiles y su leyenda.
La compleja partitura textual, densa y estimulante sobre todo en su primera parte, no podría encontrar mejor maestro en la batuta. La dirección de Xavier Albertí desgrana palabras como notas en una sinfonía por momentos minimalista, brossiana cuando se recrea en los posesivos para acentuar la carnalidad del texto. La propuesta va a la esencia literaria y prescinde de florituras escénicas, a excepción de la sacralizante iluminación que aumenta la solemnidad. Tanta sobriedad recuerda a otro monólogo albertiniano reciente, 'El cos més bonic...', aunque ahora sí cuenta con un puñado de gestos que atrapan al personaje entre el destino y el deseo.
Pero todo buen monólogo no lo sería sin su intérprete. Rubén de Eguía toca el Olimpo actoral que ya rozó con 'Els homes i els dies'. El cuerpo a cuerpo le sienta bien, se crece en la distancia mínima que le separa de un público que vibra como una cuerda de violín con la precisión y los matices de su trabajo. Menos vuelve a ser más, y más allá del juglar que nos explica la guerra de siempre, brota en el texto el relato alternativo. En el presente, la epopeya quiere huir de la gloria, reniega de patrias y banderas, soberbia del enamorado que desea envejecer tranquilo junto a su amante. Si todas las guerras son la de Troya, sin censura, todos los amantes podrían ser como Patroclo y Aquiles.
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