Aniversario de su muerte
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Elena Hevia
Elena HeviaPeriodista
Barcelona
Hace ahora 20 años, un 15 de julio, los buenos lectores acusaron el mazazo de una muerte no por anunciada menos temida. Roberto Bolaño estaba a la espera de un trasplante de hígado. La extraordinaria carrera del escritor chileno, formado en México y radicado en su últimos años en Catalunya, donde se hizo escritor, quedaba trunca en su mejor momento. Había publicado poco antes del cambio de siglo una novela que removió los cimientos de la literatura latinoamericana, ‘Los detectives salvajes’, bendecida por la crítica estadounidense, y quedaba todavía por aparecer su otro monumento literario, ‘2666’, su gran obra póstuma.
Su muerte prematura a los 50 años, con un ascenso meteórico los cuatro últimos de su vida en los que pasó de ser un autor apenas conocido a uno de culto para acabar convirtiéndose en un clásico, selló el que por el momento es el último gran mito literario americano. También, el más influyente para las generaciones de autores y, especialmente autoras, que vinieron después. Y quizá aún más importante, fue el mecanismo de cierre y apertura entre la vieja concepción patriarcal que aspiraba a la forma perfecta de los grandes escritores del 'Boom' y una nueva manera de entender la literatura mucho más libre, imperfecta, mestiza y autoficcional sustentada en la cultura pop. De ahí su fuerza irradiadora.
Contra la cultura oficial
La huella dejada por el autor en la actual literatura latinoamericana es sustancial, incluso para aquellos y aquellas que hoy no la perciben o la niegan. Bolaño ha sido tan amado por los lectores como odiado por algunos autores que le percibieron como una amenaza. En sus últimos años Carlos Fuentes –sería un ejemplo- se vanagloriaba de no haberlo leído y lo dejó fuera de su canon, ‘La gran novela latinoamericana’, sencillamente porque había menospreciado a una escritora amiga. Claro que Bolaño, libre y faltón tensando al límite toda su incorrección política, también había expresado públicamente su desprecio por el mandarinato cultural del mexicano. En realidad detestaba cualquier mandarinato.
Bolaño cambió muchas cosas en las letras latinoamericanas. La representación de la violencia, por ejemplo. Puso sobre la mesa, especialmente en ‘2666’, uno de los grandes temas que hoy forman la columna vertebral de las letras latinas, y más en concreto, la fuerza destructora ejercida contra la mujer. Hace 20 años, ese tema no era central en las conversaciones ni en las agendas políticas de la misma manera que ahora. Hoy en México el feminicidio es crucial para autoras como Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza, Brenda Navarro o Sara Uribe. Como sostiene el historiador Carlos Granés en su libro ‘Delirio americano’, el chileno llevó a la literatura latinoamericana hacia territorios no explorados hasta aquel momento, como el concepto del mal o el hecho de que en América Latina, cultura y barbarie, no sean términos antagónicos.
Como Rimbaud y los 'beat'
Para el escritor y crítico Jorge Carrión, gran experto en literatura latinoamericana, su particular forma de revivir el mito bohemio y salvaje, estilo Rimbaud que en el pasado había alimentado a la generación beat, “inspiró a los jóvenes escritores de un modo muy parecido a lo que había ocurrido tiempo atrás con Cortázar y ‘Rayuela”, un libro que desde los años 60 funcionó como una especie de manual generacional. El hecho es que mayoritariamente los jóvenes lectores se enamoraron de sus libros, en especial de ‘Los detectives salvajes’, y le quisieron, “impulsados -sigue Carrión- por un estilo más coloquial y muy poético”. Y otro tanto hicieron sus colegas, lo que ya no es tan habitual. Un mes antes de morir, un puñado de jóvenes autores latinoamericanos reunidos en Sevilla, en un encuentro memorable en la Fundación Lara organizado por Seix Barral, le entronizaron unánimes como su jefe de filas.
De “faro” para los autores de su generación -la posterior a Bolaño- lo califica el escritor argentino Diego Gándara, radicado en Barcelona, autor de ‘Movimiento único’, una novela de iniciación que toma prestado el motivo de la búsqueda que sirve de motor a ‘Los detectives salvajes’ e integra en la trama al propio Bolaño, quien en la vida real le ejerció de mentor. “Bolaño ha sido un autor inevitable, alguien con quien tienes que encontrarte, no solo en el caso de latinoamericanos como Alejandro Zambra, Jeremías Gamboa, Eduardo Ruiz Sosa, Mónica Ojeda y Gustavo Faverón, también entre españoles como Javier Serena”.
La última lista de 'Granta'
Cuando Bolaño murió, la hoy escritora chilena Paulina Flores, tenía 14 años y creyó que acababa de fallecer un cómico de la televisión que se apellidaba igual. “Por entonces no era tan reconocido en Chile, aunque pronto sentimos su importancia internacional y que había que leerle. Yo lo hice cuando ya era un mito: se vendía en las librerías norteamericanas y era adorado por Patti Smith. Mi forma de leer ‘Los detectives salvajes’ fue muy romántica y un poco absurda por lo gordo que era el libro. Lo hice ‘mochileando’ y haciendo autoestop en sintonía con la novela”. Aunque la generación de Flores, reunida en la última selección de escritores en castellano de ‘Granta’ de menos de 35 años, ha querido marcar distancias con respecto a Bolaño, es casi inevitable no detectar marcas bolañianas (hoy acuñadas como latinoamericanas) en sus respectivas escrituras
El legado Bolaño, un autor de ningún sitio y de todos que supera todos los condicionantes nacionales, también ha sido una clave unificadora de la actual literatura latinoamericana que –él señaló el camino- a lo largo del siglo XXI ha ensanchado sus fronteras más allá de Argentina, México o Colombia en la pluralidad de escritores actual. Y ha ampliado el campo de acción al convertirse en el primer autor latino internacional después del 'Boom'. Su influencia más allá del ámbito en castellano se rastrea en el último premio Goncourt, del senegalés Mohamed Mbougar Sarr, y, como apunta el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, miembro de la generación McCondo y profesor en la universidad estadounidense de Cornell, también en autores centrales de la literatura norteamericana actual. “Desde diferentes perspectivas, Rachel Kushner en ‘Los lanzallamas’ (2013) y Ben Lerner en ‘El instituto Topeka’ (2019) están procesando esa influencia, a través de novelas con estructuras panorámicas que se acercan a diversos momentos de la historia para buscar en ellos el germen de la crisis política actual”. Es evidente que como buen clásico Bolaño tiene todavía mucho que decir.
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