Novedad editorial

Jordi Serrallonga homenajea a Indiana Jones literalmente a punta de pistola

Un mamut se empadrona en Barcelona

La tumba secreta de Copito de Nieve

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PHOTO 2023 07 05 23 18 16 / J. S.

A. DE SAN JUAN

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A punta de pistola, probablemente lo nunca visto en la librería Altaïr de Barcelona, el naturalista, historiador, cinéfilo y (como él suele decir) primate Jordi Serrallonga presentó el jueves su nuevo libro, oportuno por las fechas como pocos, ‘Un arqueólogo nómada en busca del Dr. Jones’, un relato de sus expediciones por más de medio mundo para hacer como debe hacerse lo que Harrison Ford hace a lo bruto cada vez que se viste de Henry Walton Jones Jr., o sea de Indiana Jones. La cosa no fue a mayores, pero es que a la editorial Desperta Ferro no se le ocurrió nada más loco que proponer a Jacinto Antón (una rama evolutiva única en el campo del periodismo) que presentara a Serrallonga ante la audiencia (lleno absoluto en la sala) y, sin tiempo para que el público se acomodara en las sillas, sacó de la mochila una pistola Luger igualita a la que usaron los nazis en la realidad y, por supuesto, en cada una de las cuatro entregas de la serie del personaje. Tras una puesta en escena tan poderosamente teatral, podía temerse que luego todo fuera cuesta abajo, y sucedió todo lo contrario.

Las Luger son codiciadas piezas de coleccionista y, en las películas de Indiana Jones, todo un acierto, porque otras de las armas que aparecen en pantalla son, por razones narrativas, auténticos disparates anacrónicos. Con una lanzacohetes de los años 60 pretende Harrison Ford destruir el Arca de la Alianza en 1936. Todo eso y más se lo perdonan a Spielberg Serrallonga y Antón, sobre todo este último, que presumió ante el público de la presentación de que venía directamente del cine, de la proyección de la última aventura, quizá con el récord de ser el primer espectador que asiste a un pase armado con esa temible pistola automática.

El primate Jordi Serrallonga.

El primate Jordi Serrallonga. / Edidiones Desperta Ferro

El autor, colaborador de lujo de este diario y firma de anteriores libros memorables, como ‘Animales invisibles’, no se dejó amedrentar y, es más, agradeció que no llegara el presentador con un látigo, porque, según confesó, de todo el equipo de trabajo con el que viaja Harrison Ford en sus películas, ese objeto le parece fuera de lugar e incluso le incomoda. Usado tantas veces para atizar a los animales en el circo o en las cuádrigas y, por supuesto, a los esclavos en África y América, cree que tiene una connotación nunca suficientemente considerada. Por no decir, como reconocieron ambos, que ya que la presentación se llevaba a cabo en un sótano, el látigo podía haber dado a pensar que aquel era un acto no apto para menores de edad y solo para mayores con reparos, y era justo todo lo contrario, porque ‘Un arqueólogo nómada…’ es un entretenidísimo relato de aquellos que despiertan vocaciones profesionales.

Cada capítulo viene encabezado por un diálogo de las cuatro primeras entregas de Indiana Jones y por la reproducción de alguna cuartilla escrita y dibujada a mano por Serrallonga en sus cientos de viajes. Están ahí, en el encabezamiento de cada episodio, dos confesiones: su admiración por el personaje de ficción y, también, que la musa de las bellas artes no le tiene entre sus elegidos como sí tuvo, por ejemplo, a su admirado Jordi Sabater Pi. Qué suerte que no excave con un lápiz.

La admiración por Junior (como le llamaba Sean Connery cuando ambos andan en busca del Cáliz de la Última Cena) requiere un matiz. No es el personaje un modélico arqueólogo, como mínimo hoy en día. Lo es más bien de la vieja escuela, de los que arrasan con todo para cobrarse la pieza más valiosa. “Si las aventuras de Indiana Jones estuvieran ambientadas en el siglo XXI, es decir, si fuera un arqueólogo de hoy en día, que desentierra lo que encuentra con un pincel, serían películas de François Truffaut, algo muy distinto”, dijo Serrallonga cuando el debate sobre el libro y sobre Indiana Jones comenzaba a ser trepidante.

'En busca del arca perdida'.

'En busca del arca perdida'. /

Fue entonces cuando Antón, ese dodo del periodismo cultural, le puso ante un interesante interrogante. ¿Qué hubiera sucedido si Howard Carter y el doctor Jones hubieran pugnado por ser el primero en acceder a la tumba de Tutankamón? Al primero hay que reconocerle que significó un antes y un después, un punto de inflexión entre el saqueo indiscriminado y el método científico de excavación. Probablemente, la famosa frase de Howard, “veo cosas maravillosas”, la habría pronunciado Indiana en singular, una cosa y basta. La máscara mortuoria del joven faraón habría sido el único objeto que se hubiera llevado antes de que el techo se hundiera y ese tesoro estaría hoy en Chicago o en una caja de madera en un almacén militar.

Casi todo en la presentación de ‘Un arqueólogo nómada..’ terminaba por retornar a las películas. Incluso el lugar elegido, el sótano de la excepcional librería fundada por Pep Bernadas tiene algo del Pozo de Almas en el que Indiana planta el bastón de Ra, de 185 centímetros de altura, al que oportunamente resta un ‘kadam’ en honor al dios hebreo. Es una librería de viajes catedralicia, toda una institución que ha guiado a media Barcelona por el mundo y en la que el libro de Serrallonga encontrará un perfecto hogar. Pero no todo fue Indiana.

Jordi Serrallonga, en África.

Jordi Serrallonga, en África. / Ediciones Desperta Ferro

Por hacer un ‘tast’ de lo que le ha sucedido en sus expediciones, el autor contó una anécdota fabulosa, capaz de eclipsar a la propia Luger que Antón había dejado por si acaso en la mesita que presidía el escenario. Explicó que durante unos trabajos de excavación en África, el jefe de un poblado masái les dijo que nunca había visto una ciudad y que, en justa contraprestación por las facilidades que les ponía, le llevaran a una. La anécdota no se refiere al destino final de ese viaje, sino a la parada intermedia que hicieron de camino, en un hotel venido a menos, el New Arusha, hogar de John Wayne durante el rodaje de 'Hatari!'.

Richard Chamberlain y Sharon Stone, en 'Las minas del rey Salomón'.

Richard Chamberlain y Sharon Stone, en 'Las minas del rey Salomón'. /

La casualidad quiso que cuando todos juntos tomaban un refresco en el bar, en la tele emitían ‘Las minas del rey Salomón’, pero no la emocionante versión de 1950, sino la ‘chunga’, la de 1985, de modo que entre sorbo y sorbo aquel jefe masáis se queda boquiabierto ante esa escena en la que Richard Chamberlain y Sharon Stone se cuecen entre verduras dentro de una gran olla, mientras una multitud vestida con un combinado de prendas de diferentes etnias saliva a su alrededor, y no, se supone, por hincarle el diente a ella con lúbricas intenciones. Jon, así se llamaba aquel jefe del poblado, se lo tomó con una gran carcajada, pero también puso en un brete a Serrallonga y a sus colegas que no supieron como justificar esa insensatez. El libro no es una penitencia por aquella vergüenza, pero puede y debe leerse como una demostración de que 40 años no han pasado en balde.