Un mamut se empadrona en Barcelona

Contraviniendo los textos bíblicos, porque por algo es un museo de ciencia y no de fe, CosmoCaixa, cual Arca de Noé, incorpora a su colección paleontológica el esqueleto completo de un mamut lanudo, un gigante antediluviano con el que hasta la fecha Barcelona había tenido una guadianesca e infiel relación.

Textos: Carles Cols
Gráficos: Alex R. Fischer
Fotos y vídeos: Zowy Voeten
Coordinación: Rafa Julve

El regreso del mamut a Barcelona, pues CosmoCaixa acaba de incorporar un majestuoso ejemplar a su colección de fósiles, y que, por cierto, se lo han mandado igual que Ikea sus armarios modulares, por piezas y con escuetas instrucciones de montaje, no podía ser más oportuno en estos tiempos de calentamiento planetario. Fueron, dentro del orden de los proboscidios, o sea, animales con trompa, un prodigio de la naturaleza, estupendamente equipados de serie para combatir el frío.

Tenían las orejas más pequeñas que el elefante actual, que las tiene bien grandes precisamente para lo contrario, refrigerarse, un jersey de tres distintas capas de pelo que ya quisiera la gama alta de North Face y, atención, una tapita carnosa que les resguardaba el ano, no fuera que se les colara un golpe de aire por ahí con fatales consecuencias. Una especie que parecía que sería eterna, se podía pensar entonces. Y, sin embargo, más que la caza, que la hubo, parece que aquellos colosales trotamundos que mamutizaron cuatro continentes llevaron muy mal el rápido ascenso de las temperaturas que puso fin a la edad de hielo. Ahí queda el aviso.

EL ORIGEN
En las ribas del siberiano río Irtish, gran zona de 'caza' de restos de mamut, un oficio muy duro pero bien remunerado, murió hace miles de años el ejemplar adquirido por CosmoCaixa.

LA TRANSACCIÓN
El ejemplar formaba parte de la colección de un paleontólogo ruso residente en Tucson (EEUU), una ciudad donde anualmente se celebra, por cierto, una suerte de Mobile World Congress de los dinosaurios y otras bestias extintas.

EL DESTINO
Tras entrar en Europa por el paso aduanero de Bruselas, el mamut de CosmoCaixa recaló por fin en Barcelona perfectamente empacado pero, ay, sin apenas instrucciones de montaje.

La cuestión, por si no ha quedado suficientemente subrayado lo importante del caso, es que CosmoCaixa recibió días atrás, con el sello de frágil en las cajas de madera, una osamenta completa de un mamut lanudo que campó por Siberia hace miles de años y que terminó recientemente, como tantos colegas de su especie, en Tucson (Arizona), donde cada año se celebra una feria anual de minerales y fósiles, pero en su caso, más suertudo, no se exhibió desnudo a la vista de todo el mundo, sino que estaba en casa de un célebre paleontólogo ruso residente en esa ciudad. Y de ahí, con la intermediación de una empresa de nombre bien curioso y a la que luego habrá que regresar, GeoDécor, pasó el control de aduanas europeo en Bruselas y voló a Barcelona para que tuviera lugar en un altillo del museo un discreto, en la medida de lo posible para un puzle de seis metros de largo y tres y medio de alto, unboxing sin precedentes en esta materia y al que la Fundació La Caixa (mil gracias, vaya esto por delante) tuvo el detalle de invitar a unos pocos incondicionales de este tipo de aventuras.

Mammuthus trogontherii

Llamado también el mamut de la estepas, esta especie, que pastó por Eurasia y América del Norte, fue uno de los proboscídeos más grandes de la prehistoria, con colmillos de más de cinco metros de longitud.

Mammuthus meridionalis

Tatarabuelo evolutivo del anterior, el meridionalis fue el primera especie euroasiática de este animal tras su salida de la cuna africana. Más grande que los actuales elefantes africanos, pastó, entre otros lugares, por la actual península ibérica.

Mammuthus columbi

Es la especie que, tras cruzar el estrecho de Bering, 'mamutizó' América. Los restos hallados atestiguan que como mínimo descendió hasta la actual Nicaragua. Gracias a un clima más benigno que el de Siberia, pudo prescindir de parte de su pelaje.

Mammuthus primigenius

Ese es el nombre científico del mamut lanudo, el último mohicano de los mamuts, que habitó Siberia y que sobrevivió hasta hace apenas 3.900 años en la polar isla de Wrangler y, tal vez, en la parte continental del norte de Asia. El ejemplar adquirido por CosmoCaixa es de esta especie.

Desclavada la tapa de la primera caja, no era difícil colegir, como confirmó de inmediato Álex Pérez, jefe de lo que podría llamarse esta expedición sin salir de casa, que la criatura era niño. ¡Menudas defensas! Aun envueltos de material de protección ya se intuía que los colmillos eran los de un macho, larguísimos y más curvados que unas gigantes cimitarras, con los que la bestia en cuestión, que aún no tiene nombre, seguro que decantó, o no, alguna pelea por una hembra en celo.

Los mamuts eran herbívoros y en la práctica apenas tenían enemigos, salvo esos locos bípedos con lanzas, vamos nosotros, con los que convivieron hasta su extinción, una necrológica fechada más o menos hace 3.900 años, según los últimos estudios.

Item 1 of 5

Cuando los egipcios levantaban sus pirámides, en las latitudes más septentrionales del hemisferio norte aún nacían y morían mamuts. Los últimos ejemplares pastaron en la remota isla de Wrangler, esa porción de suelo habitualmente en mitad del hielo ártico que, curiosamente, no lleva el nombre de quien la descubrió, sino simplemente, qué poético, de quien la busco infructuosamente a lo largo de su vida, Ferdinand von Wrangler.

El mamut, conviene decir antes de que algún lector ponga rumbo a CosmoCaixa, ya está de nuevo empaquetado y, antes de que los más cinéfilos se lo pregunten, sin clavícula intercostal, ese hueso que llevaba loco a Cary Grant en ‘La fiera de mi niña’ para completar su brontosaurio. Cuadrúpedos como el mamut carecen de esa pieza. Son cosas que se aprenden en jornadas como esta.

El mamut regresó a las cajas porque el 1 de diciembre iniciará en Sevilla una tournée organizada por la Fundació La Caixa y en la que será la estrella principal de una exposición dedicada a esta bestia extinta, una feliz iniciativa, siempre que, claro está, ninguno de los equipos internacionales que trabajan en ello sea capaz de gestar una cría de mamut en el vientre de una elefanta gracias a las muestras de adn rescatadas de ejemplares congelados hallados en Siberia. Por fortuna, desde el punto de vista ético y, también, de los intereses de CosmoCaixa, que ha destinado casi 500.000 euros a la adquisición, parece que entre proponérselo y lograrlo hay un enorme trecho.

El montaje del esqueleto, resuelto en un par de días, era solo un ensayo general a puerta cerrada antes de iniciar la gira. No solo se saldó con una precisión de relojero, sino que, además, fue posible gozar durante un par de días de su magnífica presencia.

Cuando concluya la gira, el mamut regresará a Barcelona, en otoño de 2022, y desde entonces esta ciudad será su hogar permanente.

Hasta tiene ya un espacio asignado, entre la colosal cabeza de triceratops que el museo adquirió en 2006 y la fenomenal estancia en la que se muestra la evolución humana desde Lucy, nuestra abuela australopitecus, hasta la actualidad.

Con esta adquisición, Barcelona pone fin a la guadianesca relación que esta ciudad ha mantenido hasta la fecha con esta gigante del pleistoceno. En 1922, durante unas obras de urbanización de la avenida Pearson, un equipo de obreros se topó, gran sorpresa, con la quijada de Mammuthus meridionalis, una de las especies más notables en tamaño de este animal. Siguieron excavando y detrás aparecieron dos  tibias, dos fémures y algunas vértebras. Hoy son reliquias que se veneran, aunque ahora está en fase de obras, en el Museu Martorell. Las crónicas contemporáneas de aquel sorpresón no señalan que hubiera allí, además, colmillos, y es extraño, porque el marfil resiste bien el paso del tiempo.

En cualquier caso, la cuestión es que aquel mamut fue gentrificado, algo muy propio de esta ciudad, y, de paso, se desdeñó la posibilidad de incorporar una bestia fantástica al folclore local, como si hicieron, en su día, las tribus mansi de Siberia. Es una historia que enamora. Ellos veían a menudo asomarse a través del hielo y del permafrost las puntas de los colmillos, así que dedujeron que se trataba de temibles gigantes que vivían bajo tierra, que usaban sus defensas para cavar túneles, pero que si les alcanzaba la luz del Sol, cual vampiros, morían al instante.

El de la avenida de Pearson, con todo, no es todavía el mamut más célebre de la ciudad. A la espera de ver cómo el de CosmoCaixa le disputa esa plusmarca, el más fotografiado es el de la Ciutadella, que lleva ahí desde 1907 fruto de una inconclusa epifanía que tuvo el teólogo y a la par, aunque parezca incompatible, paleontólogo Jaume Almera. Convencido como estaba de que el diluvio bíblico fue real, propuso erigir en el parque de la Ciutadella una amplia muestra de los animales que no cupieron en el Arca de Noé y que su conocimiento científico le confirmaba que habían existido. El mamut fue prácticamente el único que el presupuesto permitió levantar. Barcelona se quedó sin que un diplodocus se asomara sobre las copas de los árboles de la Ciutadella, pero heredó una versión algo peluche del gigante del cuaternario de la que ahora, mucho más seriamente, se ha hecho con un ejemplar CosmoCaixa.

Merece también, en este repaso de los antecedentes, unas líneas el Museu del Mamut que durante siete años recibió visitas en el barrio de la Ribera, donde lo más auténtico tal vez fuera su director, Sergey Slesareva, un tipo más que curtido en el duro oficio de buscar restos de esta especie a golpe de manguera entre el barro siberiano. Es cierto que en aquel bizarro museo era posible acariciar áspero de algún mamut conservado durante milenios en el hielo, pero en esta cuestión conviene ser malfiado.

Hay cosas que solo se pueden aprender durante un unboxing como este que ha organizado CosmoCaixa, que de largo que es permite conversar más allá de lo habitual con quien lo organiza. ¿Por ejemplo? Que algunos de esas réplicas de mamuts que se exhiben en ocasiones como recién salidos de la última glaciación, con su estupendo pelaje, son posibles porque hay empresas en Estados Unidos especializadas en confeccionar ese tipo de ficciones. Lo gracioso es que son las mismas que suministran los disfraces de las mascotas de las ligas de béisbol, baloncesto y fútbol americano.

El mamut de CosmoCaixa nada tiene que ver con ese género. Es un esqueleto con poquísimas reparaciones, estupendamente conservado y, lo dicho al principio, certificado por GeoDécor, una empresa cuya página web es poco menos que mirar por una indiscreta cerradura de las grandes fortunas del mundo. Son proveedores de museos, cierto, pero, también, y puede que sobre todo, de minerales y fósiles para quien se lo pueda permitir. Tesoros paleontológicos como un Tyrannosaurus rex, llegado este insensato siglo XXI, han terminado convertido en objetos de decoración. Puede que algún ricachón cuelgue su chaqueta cada mañana de uno de los tres cuernos de un triceratops o que el propietario de la mansión vecina prefiera como cuadro de la pared, antes que pintura contemporánea, la huella fosilizada (es un caso real, vean, vean) de una mama ictiosaurio que murió atrapada con sus dos crías un día cualquiera del jurásico. No estará de más reflexionar sobre ello cuando en otoño de 2022 el mamut de CosmoCaixa regrese a Barcelona para goce colectivo, como tiene que ser.


Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO EL 13 de noviembre de 2021.

Textos: Carles Cols
Gráficos: Alex R. Fischer
Fotos y vídeos: Zowy Voeten
Coordinación: Rafa Julve