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Los papeles póstumos de Juan Marsé

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OPINIÓN | El legado de Marsé

Manuscritos, fotografías, dibujos, correspondencia y objetos personales son parte de legado del escritor en proceso de catalogación

Archivo Juan Marsé

Archivo Juan Marsé / ZOWY VOETEN

Elena Hevia

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El despacho de Juan Marsé sigue esperándole casi tres años después de su muerte prácticamente en el mismo estado en que lo dejó. Se diría que el escritor va a entrar y sentarse allí en cualquier momento, bajo la atenta mirada del retrato de Jaime Gil de Biedma, su gran amigo, que preside el espacio. En la mesa permanecen todos los utensilios de escritura colocados en un particular orden, atiborrado, pero orden al fin y al cabo. Los bolígrafos ya se han secado y las pequeñas libretas que él utilizaba para fijar ideas a vuelapluma se amontonan junto a las carpetas con las que Berta Marsé, la hija y también escritora, está archivando todos los documentos que dejó su padre.  

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, nos enseña el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos realizados por él.

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, muestra el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos de su autoría. / ZOWY VOETEN

El legado del escritor, manuscritos, mecanoscritos, fotografías, dibujos, óleos, cartas y objetos personales se empieza a mover. Los papeles forman parte de una ordenación en marcha que deberá encontrar acomodo en un lugar donde pueda ser consultado por académicos, estudiantes y admiradores de la obra del autor. De momento, se está clasificando  pacientemente con algo de ayuda de algunos amigos, como el escritor y crítico Emilio Manzano, y no es poca la tarea que hay por delante.

De las 108 carpetas catalogadas hasta el momento faltan todavía, calcula Berta, algo más de la mitad. Lo prioritario en la ordenación es situar y conocer el valor de lo encontrado que es mucho sentimentalmente y será un tesoro para los estudiosos. “No sé dónde acabará depositado finalmente este legado –explica Berta Marsé- si en Catalunya o en Madrid. Yo, personalmente, preferiría que se quedara en Barcelona, tendría todo el sentido que fuera así por la vinculación de mi padre con la ciudad. Pero ante todo tengo muy claro que no quiero que vayan a parar a un lugar donde queden criando polvo y no se facilite la consulta. Este material tiene que ser algo vivo que sirva a los que tengan interés en ello”.

Juan Marsé, en un retrato de juventud que el escritor barcelonés tenía en su despacho.

Un retrato de juventud de Juan Marsé en su despacho. / ZOWY VOETEN

Espíritu chamarilero

Alguien dijo que a la literatura de Marsé la nutre un espíritu chamarilero que recupera experiencias y objetos del pasado –viejos cromos, no menos viejas películas y fotografías en color sepia- para devolvernos no tanto lo que existió realmente como su mito. Y para él no hubo mayor mito que la infancia. No la niñez oscura de la inmediata posguerra sino la imaginación que ayuda a escapar de ella. Así que es fácil tender un hilo invisible que vincule el coleccionismo compulsivo ejercido por el autor con ese tiempo cruel de niño de posguerra que fue el semillero de sus historias.

“Mi padre lo guardaba todo -dice con emotiva resignación la hija-. Y sí, por todo el piso del Eixample donde vive su viuda, Joaquina Hoyas a quien los hijos, Berta y Alejandro, visitan a diario, pueden verse diseminadas pequeñas maquetas de barcos, cochecitos –una revancha frente a los que no pudo tener de niño- soldaditos de plomo y muchas, muchas Betty Boop, ese dibujo ingenuo y sexi, que ha acompañado desde siempre al autor como una enseña triste. Allí en el despacho las fotos de dos estrellas de Hollywood como Rita Hayworth y Ava Gardner le contemplaban amorosas, o por lo menos así lo imaginaba el escritor, mientras tecleaba en su máquina de escribir primero –una Olympia- y más tarde en el ordenador.  “Tardó en hacerlo servir y el móvil costó mucho”, precisa Berta. Aporreaba las teclas con furia, valiéndose solo de dos dedos, mientras escuchaba música de jazz y en los últimos tiempos, una y otra vez, la evocadora banda sonora de ‘Érase una vez en América’ de Ennio Morricone.

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, nos enseña el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos realizados por él.

Croquis y esbozos para la preparación de 'Últimas tardes con Teresa' junto a la libreta en la que trazó el primer argumento de la obra. / ZOWY VOETEN

Aprovechamiento de posguerra

Respecto a los papeles. Cualquier libreta servía. Ese aprovechamiento de las cosas de quien ha sufrido las consecuencias de una guerra. Por eso no era Marsé particularmente quisquilloso a la hora de escoger el material en el que tomaba sus notas. Para el diario que llevó a lo largo de 2004 se valió de una agenda verde de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión y se ciñó al escaso espacio que le proporcionaba la ordenación semanal de las páginas para obligarse a escribir “un poco pero sin pasarse” cada día. Ese material acabó conformando, junto al de las pequeñas libretas, el explosivo Notas para un diario que nunca escribiré’, un libro que acabó siendo póstumo, aunque el autor alcanzó a hacer sus últimas revisiones.

Las libretas son algo más desordenadas y quizá más jugosas. Aquí un verso de Machado puede convivir con el teléfono de algún médico o la contraseña de Amazon –sus cintas de VHS eran fundamentales para el gran degustador del cine del viejo Hollywood que era, más tarde llegaron los DVD- junto a alguna constatación de friki cinéfilo: que el actor que hizo de indio Cicatriz en ‘Centauros del desiertos’ encarnó también a Fu Manchú, por ejemplo. En los últimos tiempos ya no frecuentaba las salas de cine, pero el cine seguía llegando a casa puntualmente. “Veía una película o más cada día  y no solo de las antiguas, le gustaba mucho estar al tanto de lo que se estrenaba”, explica Berta.

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, nos enseña el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos realizados por él.

Reloj y cartilla militar del escritor. / ZOWY VOETEN

También en esos pequeños cuadernos se puede detectar una faceta suya menos conocida. La del artista plástico, un título que a él le parecería rimbombante. “Siempre dibujó, desde muy niño, incluso llegó a pintar al oleo”, recuerda la hija. A Marsé sobre todo le iba el trazo grueso y eso se percibe en los collages que realizaba con el mismo tesón con el que un niño coloca –o colocaba, porque ya no lo hacen-  sus cromos en el álbum. En esas páginas pegó la imagen recortada de Marta Ferrusola con una barra de pan junto a la frase: “¡Te han pillado, Lady Macbeth”. O, más existencialista, junto a un visiblemente agotado Marcello Mastroianni y un plato de tomates se puede leer. “¿Todavía no te has cansado de ser quién eres?”. Así que no es de extrañar que los dibujos, casi todos a tinta, de Marsé tengan un estilo expresionista, como de República de Weimar a medio camino entre la caricatura cruel y la crítica social.

Las muchachas de buena familia

Uno de los grandes tesoros del archivo posiblemente sea la libreta en la que escribió un más que desarrollado argumento de ‘Últimas tardes con Teresa’. “Hay muchachas de buena familia que, a veces, al sentarse delante de uno cruzan las piernas con el aire de negar definitivamente alguna cosa” puede leerse en el bloc de 200 páginas comprado en la librería Joseph Gibert del Boulevard Saint-Michel de Paris, ciudad en la que vivió el autor entre el 61 y el 62 ganándose las ‘garrofas’ como  mozo de laboratorio en el Instituto Louis Pasteur y como profesor de español de señoritas finas. Pero también está ahí el mecanoscrito de la novela que empezó a escribir nada más llegar a Barcelona y que se convertiría en un clásico instantáneo. “Prácticamente están aquí los manuscritos de todas sus novelas, excepto la de ‘Si te dicen que caí, que él donó para una subasta a favor de los daños que causó una inundació en Valencia y Carmen Balcells compró”, explica Berta que acaba de archivar un texto manuscrito ‘Dos o tres cosas sobre el chorizo mallorquín y su correcta forma de ingestión’, de hecho una respuesta airada a un insidioso artículo de Baltasar Porcel, su bestia negra . De más calibre ha sido el hallazgo del primer manuscrito de 'Ronda del Guinardó', este miércoles.

Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, nos enseña el archivo privado de su padre, con manuscritos y dibujos realizados por él.

Una de las libretas en las que el escritor registraba sus opiniones. / ZOWY VOETEN

Capítulo aparte tiene la correspondencia. “De Gil de Biedma hay poca cosa porque se veían casi a diario”, dice Berta mostrando una carta que el poeta le remitió en su estancia parisina. Pero aquí y allá surgen algunas perlas como el telegrama que Terenci Moix le envió a raíz del ninguneo del Premio Nacional de Narrativa a ‘El embrujo de Shanghai’ que sí obtuvo el de la crítica: “Enhorabuena y una butifarra para los del Nacional . Te quiero como Roberto Alcázar a Pedrín”. O la formal tarjeta de visita que le envió Salvador Espriu felicitándole, pero en realidad animándole, por haber quedado finalista ‘ex aequo’ del Biblioteca Breve por su primera novela, ‘Encerrados con un solo juguete’.

Archivo privado del escritor Juan Marsé

Archivo privado del escritor Juan Marsé /

La amistad con el censor

La lista de corresponsales es variopinta: Jaime Salinas, la bienamada Carmen Balcells, Sebastián Juan Arbó, Helena Valentí, José Luis de Vilallonga, Ricardo Muñoz Suay, Gabriel Celaya y Oriol Bohigas se dan la mano con Carmen Maura, Charo López, Carmen Sevilla y la vedette Carmen de Lirio. Pero sin duda ninguna puede compararse en rareza a las misivas de Carlos Robles Piquer, máximo responsable de la censura en los años 60, quien en su momento obligó al autor a cambiar en ‘Últimas tardes con Teresa’ la palabra ‘muslo’, licenciosa para el momento, por ‘antepierna’. Con el paso de los años aquella anécdota cimentó una curiosa relación de respeto mutuo. Gato viejo, el exministro franquista capeó bien el paso a la democracia y en 1984, le escribe expresando su satisfacción y diversión por como el escritor describía en una entrevista aquellos viejos.  En fin, una entre las muchas satisfacciones que pueden provocar estos papeles póstumos de uno de los grandes de nuestro tiempo.