Crítica de música clásica

Los filarmónicos berlineses conquistan el Palau

La Filarmónica de Berlín, en la Sagrada Família

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Los Berliner Philharmoniker, en el Palau.

Los Berliner Philharmoniker, en el Palau. / Monika Rittershaus

Pablo Meléndez-Haddad

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En todo un acontecimiento se convirtió el regreso, la noche del miércoles, de los Berliner Philharmoniker a un abarrotado Palau barcelonés. Fue precisamente la Filarmónica berlinesa la que, dirigida por Richard Strauss, inauguró el auditorio modernista en 1908, un vínculo que se ha estrechado con la reciente actuación del Orfeó Català con la orquesta en la sede del conjunto de la capital alemana, el pasado día 1, en la basílica de la Sagrada Família de Barcelona –en el Día Europeo del Trabajo– y el pasado martes en Madrid, siempre bajo la dirección de su titular, Kirill Petrenko.

Mozart y su ‘Sinfonía núm. 25, en Sol menor’ (1773) abrieron el programa -pieza que se escuchó el domingo en el templo de Gaudí-, y con ella se tocó la perfección. Esta obra maestra marca un antes y un después en la producción mozartiana, un prodigio de síntesis y de profundidad psicológica. Todo ello estuvo presente en la lectura de Petrenko, manteniendo siempre la tensión, contrastando y fraseando en un encaje perfecto. Compuesta con un Mozart de solo 17 años, la obra sonó milagrosamente transparente, dando ímpetu al ‘Allegro con brio’ del comienzo, fascinando en el ‘Andante’ y en el ‘Menuetto’.

Una joya

Unos meses antes de esta sinfonía el genio salzburgués escribiría la segunda pieza de esta velada, el delicioso ‘Exsultate, Jubilate’, que contó con la soprano Louise Alder como solista -y también incluida en el concierto de la Sagrada Família-, una joya que desde hace poco ha regresado al repertorio incluso interpretada por contratenores. Concebida para el entonces famosísimo ‘castrato’ Venanzio Rauzzini, quien creara el papel de Cecilio de la ópera ‘Lucio Silla’ en su estreno milanés, este motete es todo un reto para la solista. Alder pudo con él, pero sin brillar salvo en las agilidades; desde el ‘Allegro’ inicial apostó por frases largas, expresivas y bien ligadas, pero con una proyección limitada y una dicción de marcado acento anglosajón. En el ‘Andante’ se mostró pasional, para rematarlo en un ‘Alleluja’ florido y virtuoso, aunque sin sobreagudo final. Su control del ‘fiato’, en todo caso, es rotundo y su emisión clara y sin esfuerzo aparente.

El contraste sereno y profundo llegaría en la segunda parte con la ‘Sinfonía Nº 4, en Re menor, Op. 120’ de Schumann, una obra que, si bien no requiere de un gran orgánico, sí plantea una tímbrica ambiciosa. Una vez más la ejecución emocionó por la espléndida acción de conjunto, con las tintas bien cargadas para dar personalidad al discurso. Mención especial tanto para el solista de trompa de la OBC, Juan Manuel Gómez, como para el maravilloso segundo movimiento, ‘Romanze: Ziemlich langsam’: impresionante.