Controversia en los escenarios europeos

Valquirias en patines y 'Tannhäuser' con artistas porno: la ópera se reinventa con polémica

Europa es la cuna de la nueva manera de montar óperas clásicas, lo que en Estados Unidos se conoce como ‘european trash’; el festival wagneriano de Bayreuth, en Alemania, es el epicentro paradigmático del fenómeno

La soprano francesa Patricia Petibon (Lulu), junto a Will Hartmann (el pintor) y Silvia de la Muela (el botones).

La soprano francesa Patricia Petibon (Lulu), junto a Will Hartmann (el pintor) y Silvia de la Muela (el botones).

Pablo Meléndez-Haddad

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La revolución del escenario operístico europeo no está tan en pañales como se cree, porque en realidad es un movimiento evolutivo que hace más de un siglo que evita el inmovilismo creativo, en el cual radica la muerte del género como expresión artística si se tiene en cuenta la escasa producción contemporánea. Cuando en la década de 1920 Edward G. Craig se declaraba enemigo del naturalismo en la dirección escénica a favor del simbolismo, la abstracción y la estilización del gesto, Adolphe Appia afirmaba que la puesta en escena debía sustentarse en cuatro elementos: actor, espacio, luz y color. Tras influir en el teatro de prosa, la ópera no tardó en acogerse a estas directrices de la mano de creadores como Wieland Wagner, Luchino Visconti, Jean-Pierre Ponelle o Harry Kupfer.

Si prácticamente no hay estrenos de nuevas óperas –los motivos son múltiples, pero lo económico y la falta de talento son dos aspectos fundamentales–, la relectura en la manera de montar óperas clásicas en todo el mundo ha significado una ruptura con la tradición escénica propia de la lírica, una herencia de aquello que se forjó en la órbita centroeuropea desde mediados de la década de 1950 en un camino que bebía de las vanguardias.

El esperado debate, reabierto cada vez que un montaje acapara páginas en los periódicos gracias a la provocación, retrotrae a esos pilares que edificaron un puñado de directores de escena que asumieron la hegemonía en el género lírico que una vez ostentaron los divos y los directores de orquesta. Con el cetro en su poder y demostrando ser los únicos que pueden ofrecer una lectura innovadora sacando a la ópera del museo, los ‘registas’ intentan ofrecer puntos de vista renovadores, particulares, únicos.

'La basura europea'

Europa ha sido la cuna de esta nueva manera de concebir el teatro musical, tanto es así que en Estados Unidos se le conoce como ‘european trash’ (‘basura europea’), aunque allí también ha habido padres de este proceso. En el terreno compositivo, Philip Glass, un autor hoy considerado como un clásico, rompió moldes con su ‘Einstein on the beach’ (1976), pieza monolítica, repetitiva, puesta en escena por un esteta innovador y rompedor como Bob Wilson, que despojó el escenario lírico de objetos para centrarse en el terreno simbólico.

'Einstein on the beach', el montaje de Philipp Glass de 1976. 

'Einstein on the beach', el montaje de Philipp Glass de 1976.  / EPC

En el polo opuesto se movía Peter Sellar cuando a finales de la década de 1980 revolucionaba el mundo de la ópera con su particular lectura de la trilogía Mozart-Da Ponte trasladándola a finales del siglo XX al meter con total realismo a ‘Don Giovanni’ en el Bronx, a ‘Le nozze di Figaro en un ático en Manhattan y a ‘Così fan tutte’ en un café americano.

El caso de Bayreuth

En el corazón de Europa el Festival wagneriano de Bayreuth (Alemania) sigue siendo un epicentro paradigmático del fenómeno. Su siempre innovadora política artística ha llevado a su escenario a la ‘european trash’ a cotas nunca vistas con valquirias que se mueven en patines, acabadas de operar de cirugía estética o transformadas en mendigos.

Lance Ryan (Siegfried) subido a una de las figuras gigantescas del decorado de 'Siegfried', en el Festival de Bayreuth.

Lance Ryan (Siegfried) subido a una de las figuras gigantescas del decorado de 'Siegfried', en el Festival de Bayreuth. / BAYREUTHER FESTSPIELE / ENRICO NAWRATH.

La reciente ‘Tetralogía’ wagneriana de ‘El anillo del nibelungo’ estrenada en octubre en la Staatsoper Unter den Linden de Berlín –contando en el podio con el ‘pope’ wagneriano Christian Thielemann en reemplazo de un enfermo Daniel Barenboim– ha provocado un rechazo unánime ante una lectura en la que Dmitri Tcherniakov transforma a héroes y dioses en sujetos de estudio de un centro de investigación de la evolución humana.

Al igual que en los años ochenta del pasado siglo, el teatro lírico sigue moviendo a la controversia, a la reflexión, dinamizándose como antes sucedió con el teatro de prosa y confrontando a reaccionarios y progresistas. Sexo y política siguen estando en el centro del debate cuando se convierten en el epicentro del discurso del director de escena, aspectos que escandalizan si se explicitan. Y el fenómeno ya es global, porque también se ha paseado con mayor o menor fortuna por Francia, Inglaterra, Japón, Austria, España e incluso Italia, cuna del género.

La 'Lulu' que se vio en el Liceu

Hay casos que resultan paradójicos, como la ‘Lulu’ de Alban Berg que pudo verse en 2010 en el Liceu, ocasión en la que el sexo volvió a crear polémica. El director de escena francés Olivier Py, que había recurrido a artistas porno –erección incluida– para ambientar el ‘Venusberg’ de su ‘Tannhäuser’ (Wagner), en ‘Lulu’ volvía tirar de porno, aunque no de cuerpo presente. Ante el estreno y para curarse en salud, la Ópera de Ginebra anunció en su web que Py desaconsejaba el espectáculo para menores de 16 años porque en el tercer acto una pantalla reproducía una película pornográfica. Lo hilarante es que el recurso se utiliza en una ópera que trata de una prostituta que acaba siendo asesinada nada menos que por Jack el Destripador, es decir, un espectáculo en ningún caso aconsejable para menores.

El caso es que un título canónico –de Verdi, de Wagner, de Puccini– da para mucho, como sucede con ‘Rigoletto’ verdiano, por poner un ejemplo. La historia del bufón jorobado que pierde a su hija al ser seducida por el lascivo Duque de Mantua para el que trabaja ha resistido todo tipo de interpretaciones –o ‘vejaciones’–: desde ambientaciones en la superficie lunar protagonizada por ¡simios! hasta convertirlo en boxeador apadrinado por la mafia, desde estrella de Hollywood –con Marilyn Monroe incluida– hasta vestirlo del Joker de Batman... Un sinnúmero de relecturas –o de complejas ‘boutades’– que revitalizan, crean polémica y mantienen vivo el periclitado género lírico.

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