Crítica de libros

'Salir a robar caballos', de Per Petterson: miradores del tiempo

El escritor noruego, de quien se reedita ahora esta novela, desdibuja con acierto la corriente cronológica en un juego narrativo prodigioso

Per Petterson

Per Petterson

Gonzalo Torné

Gonzalo Torné

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Per Petterson (Oslo, 1952) es uno de los escasísimos novelistas en activo con un  proyecto literario personal y logrado. Un escritor, para entendernos, muy por encima en ambición y talento que Michel Houellebecq, Mircea Cartarescu o Jonathan Franzen, por citar los primeros valores que me vienen a la cabeza. Buena parte del proyecto del autor noruego pasa por la doble función que tienen sus novelas: ya que pueden leerse de manera individual o como capítulos que parecen integrarse en un único libro futuro (que envolvería el conjunto), desmintiendo, ratificando o ampliando lo ya expuesto sobre la vida de sus protagonistas, desde otros ángulos de la sociedad, pero también del tiempo.

 'Salir a robar caballos' es la novela más independiente de la obra en marcha de Petterson, y lo tiene todo para que el lector confunda su naturaleza: desde el título algo meloso hasta la socorrida situación de partida (Trond, un hombre al borde de la jubilarse, se refugia en una cabaña aislada), pasando por las sobadas alternancias entre el presente del personaje y su verano adolescente… Pero les prometo que de este juego de tópicos va emergiendo una novela distinta.

Enseguida se aprecian los talentos más evidentes de Petterson: su manejo de la descripción natural, y la construcción de voces mundanas, de una cotidianidad emotiva. También se trabaja mucho en estas páginas: segar, quitar nieve, cortar árboles. El ojo va a acostumbrándose a talentos más sutiles, como el contraste entre la paleta de colores apagados del presente y los vivísimos resplandores del pasado, o el manejo de unas elipses muy audaces.

Ondas expansivas

 Lo que a Petterson le interesa no es tanto el progreso psicológico de su personaje como la acumulación de experiencia que le ha convertido en un testigo distinto del mismo episodio: la fascinación y el abandono de un padre. Todo narrado surge como ondas expansivas de la explosión que se llevó por delante su mundo infantil.. El Trond adulto medita sobre un asunto al que la literatura de Petterson regresa una y otra vez: la irrupción del momento catastrófico cuyas consecuencias se quedan pegadas a quien la sufre, para darle forma a su vida. De manera que nadie sabe qué vida está construyendo porque nadie conoce su futuro.

La novela funciona sobre un doble desajuste: el joven Trond protagoniza de una serie de experiencias cuyo alcance no puede comprender tan bien como sus lectores; a cambio sus lectores afrontamos pasajes cuya carga emocional no entenderemos hasta muchas páginas después, cuando comprendamos sus consecuencias futuras. Este doble desajuste se sostiene sobre un manejo muy sutil de omisiones y alteraciones temporales, mientras que el vaivén de narradores (dos momentos temporales de la misma consciencia) provoca un sugestivo juego de profecías, recuerdos, presentimientos y reproches. Las oportunidades perdidas y las expectativas abiertas se superponen desdibujando la corriente del tiempo.

Petterson no observa el tiempo como un avance continuo que jamás regresa sino más bien como una forma geométrica que permite ver los acontecimientos desde distintos ángulos según la posición que ocupemos. De esta superposición y de estos desajusten surgen algunas de las escenas más emocionantes e inesperadas de la literatura contemporánea.

Suscríbete para seguir leyendo