Memoria restaurada

Vuelven los Panero: Astorga convierte en museo la casa de la familia maldita de la Transición

El proyecto recupera la vivienda y la historia del que fue poeta de cabecera del franquismo y su disfuncional progenie, popularizadas por el documental 'El desencanto'

'El desencanto'

'El desencanto' / EPC

Natalia Araguás

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"A raíz de la feliz muerte de nuestro padre empezó en nosotros a surgir el humor", sentenciaba Leopoldo María Panero en aquel banco del jardín donde se confesaba toda la familia en 'El desencanto', con su madre y su hermano menor, Michi, sentados a su lado. Para inaugurar la Transición no fue necesario derrocar el antiguo régimen, pero sí una casa, y esa fue la de los Panero. Un año después de que el dictador muriera en la cama y décadas antes de que la telerrealidad se instituyese con 'Gran Hermano', Jaime Chávarri estrenaba el documental en el que los tres hijos y la que se suponía doliente viuda del poeta de cabecera del franquismo, Leopoldo Panero (Astorga, 1909-1962), se despachaban a gusto sobre sí mismos y sobre el patriarca, que había fallecido 14 años antes de forma prematura, con solo 52 años. Brillantes, descarnados y descompensados de litio, los hijos del poeta y su esposa, Felicidad Blanc, no censuraron el alcoholismo, la enfermedad mental, el sexo ni la violencia de su relato. Los diálogos transcurrían vivaces y beodos por la casa, como si de una sobremesa navideña que se tuerce por las copas se tratase. 'El desencanto' resulta de una brutalidad hipnótica incluso hoy: no digamos en la España pacata que acababa de enterrar a Franco.

Sesenta años después de que "el alcohol mal digerido" precipitara el fin de Leopoldo Panero,  el Ayuntamiento de Astorga ha abierto las puertas de la mansión familiar, restaurada y reconvertida en el Museo Casa Panero. El proyecto, que ha tenido un coste de más de un millón de euros, aspira a convertirse en el principal reclamo turístico de esta ciudad leonesa, con permiso de la catedral y las mantecadas. El Museo Casa Panero, que abrió sus puertas en octubre, puede visitarse de forma gratuita por las mañanas y ha reservado espacio para otros astorganos insignes, como el arqueólogo José María Luengo o el crítico literario Ricardo Gullón, explica el alcalde de Astorga, Juan José Alonso Perandones.

Cambio de bando

Los espacios más nobles de la casa están dedicados a los miembros de la saga Panero. La figura de Leopoldo Panero, que empezó la Guerra Civil siendo republicano y estuvo preso en San Marcos de León, se repasa en una sala de la planta principal. Bien pudo haber acabado como Lorca de no ser por la mediación de Carmen Polo, prima lejana de su madre: antes de que la guerra terminase, ya había cambiado de bando. Tras dejarse engordar por el franquismo, "murió acribillado por los besos de sus hijos", según escribió en 'Epitafio' su primogénito Juan Luis, también poeta, que puso tierra de por medio a tanto desastre familiar y acabó sus días en Torroella de Montgrí en 2013. Sus cartas con el premio Nobel Vicente Aleixandre son parte destacada de la muestra. De Leopoldo María Panero, el hijo mediano, que llevó el malditismo hasta puntos inusitados en España, se enseña su máquina de escribir, con un poema original suyo en el carro. El Museo Casa Panero encuadra a Michi, el más bello y lúcido de los Panero, en la movida madrileña: una vitrina guarda aquellos cuentos de los que no germinó una carrera literaria.

La restaurada Casa Panero, en Astorga (León).

La restaurada Casa Panero, en Astorga (León). / EPC

A Felicidad Blanc se le ha reservado la sala con vistas al jardín del que tanto habla en sus memorias: veía belleza en la hiedra comiéndose las paredes. Aquella niña bien que paseaba por la Castellana, en definición propia, parecía destinada a la dicha que su nombre prometía. De joven jugaba al hockey, se parecía a Greta Garbo y había sido portada de la revista 'Campeón', su mayor éxito deportivo. Hija de un médico, se enamoró de los versos que le componía Leopoldo Panero hasta el punto de casarse, aunque su padre ya le advirtió de que el encanto pasaría y ella no estaba acostumbrada a las estrecheces. Hizo de enfermera durante la Guerra Civil y escribió cuentos, sus amigos literatos le animaron a que siguiese. Pero su matrimonio la sepultó. "Mis hijos coincidirán más tarde en que hasta la muerte de su padre no me comprendieron, ni se tomaron la molestia de pensar quién era yo", lamenta Felicidad Blanc en 'Espejo de sombras', esas memorias con las que la escritora Natividad Massanés trató de restituir su vilipendiada figura en 1977, un año después del estreno de 'El desencanto' y de quedar retratada como "la bruja más asquerosa del siglo" hasta por su propio hijo. Aunque Leopoldo María le concediese luego: "Tenía derecho a serlo, mi padre y yo le hicimos la vida imposible".

Prisiones y psiquiátricos

Si la muerte de su marido, cada vez de peor beber, liberó a Felicidad Blanc en cierto modo, tras ella vinieron los sucesivos ingresos en prisión de Leopoldo María: primero por su militancia política, luego por consumo de estupefacientes, más tarde ya en psiquiátricos. Sus hijos, siempre freudianos, la culparon de la debacle familiar. "Pienso en tantas mujeres que, como yo, habrán dejado que se oscureciera su inteligencia repitiendo maquinalmente los mismos gestos, perdida la curiosidad por todo, anuladas en una renuncia inútil", reflexionaba Felicidad amargamente en sus memorias. El "fin de raza astorgana" pronosticado por Michi en 'El desencanto' se cumplió y los tres murieron sin descendencia. Ella no estuvo para verlo: en 1990 falleció víctima del cáncer. Su hijo Leopoldo María no la dejó descansar ni el día de su funeral: trató de resucitarla con un beso en la boca como si de un personaje de cuento se tratase, ante las miradas horrorizadas de sus hermanos. Todo lo cuentan de nuevo en 'Después de tantos años', dirigida por Ricardo Franco en 1994, de una sordidez ya difícil de digerir, que solo sirve para constatar que para esa familia no existe final feliz posible. Las cartas de amor de Felicidad con Leopoldo Panero, expuestas en el Museo Casa Panero de Astorga, se leen con la inquietud de un mal presagio.