Quemar después de leer

La gente es igual en todas partes

O eso decía Miss Marple, que opinaría hoy lo propio, trasladándolo al maniqueísmo de Twitter, de la última biógrafa de su creadora, Agatha Christie

Ilustración para el artículo de Laura Fernández

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Laura Fernández

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Imaginen a Miss Marple, la encantadora y perspicaz anciana solterona de campiña inglesa que descubría culpables en las novelas de Agatha Christie, paseando por la Quinta Avenida. Imagínenla tratando de tomar un té en un atestado local del Village —¿por qué no en el mismísimo Café Reggio, antes de que lo hiciera Sal Paradise, el alter ego de Jack Kerouac?—, o contemplando ardillas en Central Park. ¿Que por qué habría viajado hasta allí? ¿Vacaciones con más que posible hallazgo de cadáver y necesidad de resolver el misterio, tal vez? Imagínenlo. Y ahora dejen de imaginar. Porque ya ha ocurrido. Alyssa Cole, una de las resucitadoras de tan poderosamente inmortal personaje, ha escrito un relato en el que ocurre todo eso, y más.

El relato se titula Miss Marple takes Manhattan —Miss Marple conquista Manhattan— y forma parte de una colección de 12 cuentos escritos por el mismo número de autoras —Marple: 12 new stories— que, como pasó con Sophie Hannah cuando se le pidió que trajera de vuelta a Hércules Poirot —en su caso, en solitario, en novelas de musculosas tramas y cierto aire de comedia—, traen de vuelta un viejo mundo que se parece sospechosa y acertadamente al nuevo. Además de Cole, figura entre las resucitadoras, su última biógrafa, la historiadora, presentadora de televisión, y responsable de castillos reales, Lucy Worsley, quien, por distinguirse de la penúltima, Laura Thompson, arremete sin remedio, y sin escrúpulos, contra Christie.

La visión que se tiene de Christie, viene a decir Worsley —a quien, por cierto, cancelaron en 2020 tras usar la palabra negrata en un documental en el que citaba al asesino de Abraham Lincoln—, es en exceso amable. Que no pensemos en ella únicamente como alguien que se dedicó a seguir los pasos —y ampliar el campo de batalla— de Arthur Conan Doyle —todo empezó cuando leyó El sabueso de los Baskerville y se dijo que ella podía hacerlo, si no mejor, sí de otra forma: una apuesta con su hermana hizo el resto—, que alguien “capaz de imaginar a un niño asesino”, dice Worsley, es alguien, por fuerza, “oscuro”. Para sostener su tesis, recuerda que en su obra se suceden comentarios de clase y raza que “hoy serían inadmisibles”.

La misteriosa desaparición

También se distingue Worsley en el espinoso asunto de su misteriosa desaparición. Oh, se ha escrito tanto sobre ella. Agatha Christie pasó 11 días en paradero desconocido en diciembre de 1926. Abandonó su coche en el lugar en el que su marido se citaba con su amante, y dejó su documentación dentro. Se llegó a pensar que había sido asesinada. Y tal vez eso quiso ella que se pensara. Intencionadamente ella no habló jamás sobre el episodio en su biografía. Y la teoría más extendida habla de una pérdida de memoria, por completo ilógica. Si perdió la memoria, ¿por qué se alojó con el nombre de la amante de su marido en el hotel en el que fue encontrada? La explicación de Worsley es aún más bizantina: una disociación producto del duelo por la muerte de su madre.

En el modesto e interesantísimo documental alemán Agatha Christie: la reina del crimen (Filmin), se opta por la puesta en escena. Y es un documental en el que participan su nieto y su bisnieto, Mathew y James Prichard. La propia Christie habla en el documental. Es algo fascinante. Como fascinante es descubrir que fue la primera mujer en ponerse en pie en una tabla de surf —ocurrió en 1922, en la vuelta al mundo que dio con su marido—, que se desentendió de su única hija, Rosalind, desde el principio —la criaron los sirvientes—, que si escribía tres y cuatro novelas al año era porque únicamente dependía de su sueldo cuando se separó, o que acabó siendo arqueóloga, e inventó una técnica para la extracción de piezas que consistía en usar crema hidratante.

Arqueóloga tras el divorcio

“Quiero saber quién soy ahora”, se dice a sí misma cuando embarca, sola, recién divorciada, en el Orient Express, en 1926. ¿Su destino? Irak. Allí pierde la cabeza por la arqueología primero y por un arqueólogo jovencísimo después. Se casa con él, falsifica su fecha de nacimiento —se quita nueve años— para no parecer tan mayor, empieza a documentar excavaciones —fotografía y graba grandes hallazgos— y no deja de escribir. “La gente es igual en todas partes”, solía decir Miss Marple y se diría que la mujer que fue Agatha Christie después de aquel viaje —la mujer que llenó su casa de cuadros de artistas iraquíes, que se cruzó Siria en autobús, que prefería el desierto a Inglaterra—, era de su misma opinión. Lucy Worsley, tal vez, no.

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