Crítica de teatro

'L'oreneta', matemática sentimental

Después de haberse estrenado en 15 países, el drama de Guillem Clua llega a La Villarroel en versión en catalán con Emma Vilarasau y Dafnis Balduz como protagonistas

L'Oreneta FOTO DAVID RUANO

L'Oreneta FOTO DAVID RUANO / DAVID RUANO

Manuel Pérez i Muñoz

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La expectación era alta. Hace cinco años echaba a volar en Londres un elogiado texto del dramaturgo barcelonés más internacional. La versión en catalán se ha hecho esperar pero ha merecido la pena, porque llega a La Villarroel con los engranajes bien rodados y las mejores piezas posibles. Mecánica argumental, ingeniería del drama que funciona con la precisión de un reloj construido con artesanía e intuición. A Guillem Clua le sobra oficio, y en esta pieza se vuelve a poner de manifiesto su formidable capacidad para moldear estructuras preciosistas al servicio de historias con valores.

Una profesora de canto recibe a un aspirante a alumno. Le explica que necesita clases, que quiere preparar una canción, 'L'oreneta' (La golondrina), para cantarla en la ceremonia de homenaje a su madre muerta. Aparentemente no se conocen, pero pronto comenzamos a percibir que la situación no es lo que parece. Con un matemático sentido del ritmo y la tensión, la historia se va pelando como una cebolla, y cada capa es un giro astuto que lleva hasta el clímax expiatorio. Todo pasa en tiempo real, una única escena que hace aún más meritorio el cruce entre verosimilitud y sentimentalismo desatado. 

Si en primera fila sentáramos a maestros del melodrama tan dispares como Douglas Sirk, Rainer Fassbinder y Tony Kushner, seguro que se levantarían a aplaudir entusiasmados. Porque además de arquitectura de manual funcionalista los cimientos de la pieza se revisten de política. Clua escribió esta historia sobre el duelo, la culpa y la redención al calor de la rabia por el atentado de Orlando de 2016. Un ataque contra un club gay, una masacre contra un colectivo transformada en un símbolo de la desidia moral de la sociedad, que es el germen de la intolerancia. 

El director Josep Maria Mestres repite después de haber dirigido la versión madrileña con la misma Carmen Maura que ahora pasea el texto por París. Así, desde la sutilidad y la invalidación del histrionismo, la puesta en escena brilla en detalles agigantados por la cercanía del escenario a dos bandas. Repite también Dafnis Balduz en un papel que nada tiene de secundario y que parece hecho a la medida de su capacidad para transmitir ternura. Emma Vilarasau, por su parte, da en el clavo en la dimensión contenida de su personaje, frenando cualquier impulso de lucimiento innecesario. Suya es la tensión que se acumula hasta provocar en el público esa lágrima tan hábilmente buscada. 

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