Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Los (cuatro) detectives salvajes
Pepe Da-Rosa tuvo su propia línea de producto musical a mediados de los setenta. En los singles y casetes que comercializaba RCA por los Simagos y las gasolineras del cabo de Gata al de Finisterre, don José Da-Rosa Villegas (de estirpe conceptista, por lo tanto) ofrecía sus cosas y casos en verso, 'Las cosas de Pepe Da-Rosa', numeradas al ritmo de la actualidad. Tenía una franquicia. Como ahora 'Fast and furious', vamos. Cantó al aparcamiento, a los trasplantes, a los desplantes del Tenorio, a los plazos y a las letras por pagar, a las secretarias y a los modismos de la lengua. Eran muy variados los intereses del poeta Da-Rosa (es una rosa es una rosa). Todo lo ponía en verso: un canto al langostino, una declaración de amor, el fútbol romano, el elefante al ajillo (sí, el elefante), las bacanales (sí, las bacanales), los lagartos de 'V', la cuestecita de enero, el cotilleo femenino o el talón de Aquiles. Con sus sevillanas, sus tanguillos de Cádiz y sus fandangos de Huelva.
Pero si la posteridad ha de recordar a Pepe Da-Rosa como poeta de ocasión, cronista (no tronista) televisivo y social, y narrador no fiable (lo que diga Booth) de la Transición más casposa castiza, será sobre todo por las coplillas que dedicó a los cuatro detectives de las series setenteras: Kojak (Telly –'marineri'‒ Savalas lo del camión de chirimoyas), Colombo (gabardina sucia y puro rechupado para un caso con tongo), Banacek (chulito convocado porque acaban de robar en el chalé) y McCloud (en implacable rima con “atracao”).
En el 'single' que conservo escriben mal el apellido de dos detectives, hay más erratas que en la primera edición del Quijote, más faltas que en un partido de fútbol de tercera regional, modismos chirriantes y versos de muy dudosa poeticidad (lo que diga Jakobson). Pero también hay hallazgos impagables, descripciones ¿pintiparadas?, estrofas intrigantes, jocosas asociaciones, divertidos juegos de palabras, recursos muy bien traídos. Era listo este Pepe. Y arriesgaba. Lo más salvaje de estos detectives llega cuando tiene que cuadrar el verso de una de sus quintillas o lo que sea (lo que diga Quilis): para rimar con “permiso” se saca de la manga del esmoquin de mago un cultísimo “occiso” como la copa de (una caja de) un pino. Y ahí nos deja el poeta-detective salvaje: con sus cosas y occisos de risa. Ah, si esperaban aquí a Roberto Bolaño, pongan la película de magos–delincuentes 'Ahora me ves…', en la que el personaje de Woody Harrelson lee en su sofá 'Los detectives salvajes'. No aguarden a 2666. Por si acaso.
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