Periféricos y consumibles
Las gafas de Woody Allen
En Oviedo un colectivo ha tomado la estatua de Woody Allen como un mono de feria
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Hay en el Oviedo 'letizio' y clariniano un colectivo de indignados barra as que ha tomado la estatua de Woody Allen como un mono de feria o como el pito de un sereno, sea dicho esto con todo respetos al pito asturiano y a los serenos. Con cierta asiduidad, atenta el colectivo contra Allen deconstruyendo sus gafas como él mismo había deconstruido a Harry hasta casi hacerlo desaparecer. El Comando Anteojos destruye sistemáticamente las débiles patillas de Woody -ídolo con patillas de barro- en un gesto repetido de animadversión original. Los comandistas lo hacen, según se desprende de su acto, para mostrar su rechazo al cineasta y para seguir insistiendo en que el consistorio retire el homenaje a quien ha sido acusado de delitos injustificables (delitos, faltas, juicios y prejuicios). Hay otro colectivo no menos numeroso de turistas de diario que buscan al 'fake' Allen para retratarse con él. Son en su mayoría personas a quienes les gusta Vicky, les gusta Cristina y les gusta Barcelona, aunque no termina de convencerles del todo Javier Bardem, el de los huevos de oro.
Woody Allen cuenta algunas anécdotas españolas en sus memorias 'A propósito de nada'. El rodaje barcelonés y ovetense, sus visitas a restaurantes de 'Cooltalunya', su viaje a Oviedo para recoger el premio principesco, y otros muchos recuerdos de sus 85 años: sueños de un aductor que se parte el eje. Allen es un yo, un ello y un superyó mayúsculos. Es un coro griego en bacanal permanente con una farra de judíos ultraortodoxos. Un espermatozoide haciendo trucos de magia con Edipo. Allen inventa un 'Deus ex machina' para quedarse con Mira Sorvino, poderosa Afrodita, aunque no lo diga el guion. Allen es un alter ego de Woody, que es un intelectual obsesionado con el sexo y la muerte. Un viejo actor sobreactuado en absurdo diálogo con Peter Falk. Un monologuista neurótico, un cómico de la legua viperino, un comediante que cuenta chistes como un cirujano que operara sin suturas. Allen es el hombre que patentó Manhattan y lanzó balas sobre Broadway. Allen no es a quien todo el mundo le dice que le quiere. Allen voló sobre el nudo del truco. Allen es el octavo pasajero de sí mismo aunque quizá querría ser el Woody Pride de 'Toy Story' -otro juguete roto- para poder decir “Alguien ha envenenado el abrevadero”.
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