CRÍTICA DE MÚSICA
La cantera del Primer Palau
El ciclo acogió un recital del a ganadora de 2017, Mercedes Gancedo
Pablo Meléndez-Haddad
Pablo Meléndez-Haddad
El Primer Palau, una convocatoria que el Palau de la Música Catalana viene organizando desde hace 23 años con el objetivo de promocionar al talento joven, proclamó el pasado martes a sus ganadores en la edición del 2018, una iniciativa “a caballo entre un concurso y un ciclo de conciertos cuyo premio consiste en debutar en este emblemático escenario”, según explicó el presentador de la velada, el periodista Albert Torrens. En esta ocasión resultó ganador el organista Joan Seguí Mercadal, galardonado en este acto que tenía como principal atractivo la actuación de la triunfadora de la edición del año pasado, la soprano argentina Mercedes Gancedo –primera vez que ganaba un cantante–, quien, acompañada al piano por una sensible, concentrada y eficaz Beatriz Miralles, ofreció un aplaudido recital de 'Lied' imponiendo una voz de timbre luminoso y con un brillante metal, una tesitura amplia con los extremos bien asentados, dicción clara y un fraseo fantástico, expresivo y muy coherente con los textos. En el programa figuraban hasta ocho autores, centrado sobre todo en Leonard Bernstein, a quien se le dedicó la segunda parte del recital en el año del centenario de su nacimiento.
'Mélodies' de Fauré y Debussy abrieron el programa, seguidas de una hermosa y muy bien interpretada canción de Yoshinao Nakada –había una considerable presencia de japoneses entre el público, ya que el patrocinador del ciclo es una marca nipona– antes de apostar por clásicos del género como Richard Strauss –con un Allerseelen muy bien enfocado–, Schumann, Wolf y Xavier Montsalvatge, de quien se escucharon sus 'Cinco canciones negras' en una versión deliciosa y de gran poder comunicativo.
El homenaje a Bernstein llegó con sus divertidos ciclos 'I hate music' –dejando la primera canción para el final– y 'La bonne cuisine' para los cuales hay que tener una especial vis cómica que Cancedo y Miralles demostraron poseer con creces apareciendo caracterizadas como dos niñas en 'I hate Music' y como chefs en el ciclo gastronómico –anunciando el menú por altavoces–, un sentido teatral que hizo que su actuación acabara de conquistar a un Palau entusiasta. Como propina se ofreció 'La canción del árbol del olvido', de Ginastera.
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