EL ANFITEATRO

Wagner, a juicio en su Núremberg

El Festival de Bayreuth repone la única comedia del compositor en la brillante puesta en escena de Barrie Kosky

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Rosa Massagué

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Si hay alguien que se ha tomado en serio que ‘Los maestros cantores de Núremberg’, de Richard Wagner, es una comedia, este es Barrie Kosky, el director de la Ópera Cómica de Berlín, de quien por segundo año el Festival de Bayreuth presenta su producción de dicha obra. El director de escena australiano, de origen judío, sabe sin embargo que la comicidad esconde un discurso político que debería congelar la sonrisa y lo resuelve brillantemente sometiendo al propio compositor a juicio. Un reparto casi inmejorable contribuyó al gran éxito de los ‘Maestros’ el día de su reposición.

Para Kosky y su dramaturgo Ulrich Lenz, los maestros y el Núremberg de la ópera son una construcción mental de Wagner que el compositor recrea en su residencia de Villa Wahnfried, en Bayreuth. Como el hombre de teatro de pies a cabeza que fue y como el gran egocéntrico que era, esta puesta en escena lo presenta como protagonista absoluto encarnado en los personajes de la obra.

Wagner es el jovencísimo David, el sirviente del poeta-zapatero Hans Sachs; Wagner es Walther von Stolzing, el poeta también joven pero que madurará durante la obra. Y Wagner es, naturalmente, Hans Sachs, el ‘maestro’ que quiere romper con el arte del pasado y se sirve de Walther para promover el arte del futuro, sin las ataduras y reglas que lo han constreñido y empobrecido. Wagner-Sachs, por una parte visionario, defiende la superioridad del arte alemán en oposición al que no lo es representado por el personaje de Beckmesser, el aspirante a maestro, que reúne todo lo que Wagner odiaba, es decir, lo que no consideraba germánico empezando por los judíos.

En este juego de identidades al que Kosky somete a los personajes Hermann Levi, el director judío que dirigió el estreno absoluto de ‘Parsifal’, aunque era objeto de constantes burlas y humillaciones por parte de toda la familia Wagner en la vida real, se convierte en el personaje de BeckmesserFranz Liszt, el primer gran defensor y divulgador de la música de Wagner y padre de Cósima que se convertiría en la mujer del compositor, es Veit Pogner, el maestro que en la ópera ofrece a su hija como premio en el concurso de canto, que es el objetivo final de la trama.

El Núremberg de Kosky es el medieval imaginado, pero es también el nazi de la persecución de los judíos y el de de los juicios contra aquella jerarquía por crímenes de guerra, y es en la sala vacía de este tribunal donde Sachs-Wagner pronuncia su apología del arte alemán, pero en este caso no lo hace como un discurso sino como un alegato en defensa propia. En un brillante golpe de efecto, es la música lo que salva al compositor.

De los tres actos, el primero (decorados de Rebecca Ringst) que reproduce con todo detalle el salón de Villa Wahnfried, es el de mayor comicidad, lleno de inteligentes trucos teatrales. La caída del telón al fin de esta primera parte preanuncia el cambio de ambiente que vendrá después. En este segundo año de representación de la producción, Kosky ha introducido algunos cambios, especialmente en el segundo acto del que ha desaparecido un picnic campestre, mientras aparecen amontonados en un rincón los objetos y muebles de Villa Wahnfried.

Los personajes de los maestros parecen sacados de un gag de Monty Python con un vestuario y unas pelucas que son la versión cómica de los cuadros de Durero, el artista de Núremberg. Hay a lo largo de toda la ópera un cuidado absoluto de todos los detalles, hasta los más mínimos. El movimiento escénico es muy cuidado así como la dirección de actores. Y esta palabra cobra todo su significado porque los cantantes demuestran, todos, ser unos excelentes actores.

El barítono Michael Volle, está en un excelente momento de su carrera y domina a la perfección el extenuante papel de Hans Sachs, tanto vocal como actoralmente. Lo mismo cabe decir del también barítono Johannes Martin Kränzle como Beckmesser. El tenor Klaus Florian Vogt, que ya fue Walther en la anterior producción de ‘Los maestros cantores’ en Bayreuth, repite, aunque su voz ha perdido algo de brillantez. El bajo Günther Groissböck es ahora una presencia casi permanente en Bayreuth. Hace dos días interpretaba el papel de Gurnemanz en ‘Parsifal’, y en ‘Maestros’ es Veit Pogner, un papel menos comprometido, pero cantado igualmente bien. Daniel Behle repite como David pero su interpretación este año ha sido más discreta que la excelente del año pasado. Wiebke Lemkuhl es una eficaz Magdalene.

El punto más discutible de la puesta en escena de Kosky es el carácter que da a la protagonista femenina, a Eva. Dado que la chica que al final conquistará Walther con su canto es un trasunto de Cosima Wagner, el director de escena ha buscado una cantante madura para el papel en vez de una voz más joven que sería lo que corresponde. El pasado año Anne Schwanewilms interpretó el papel con escaso éxito. Este año, Eva ha sido Emily Magee, quien ya lo habían cantado en Bayreuth en el lejano 1997. El resultado ha sido algo más satisfactorio sin ser tampoco la voz más adecuada.

Philippe Jordan al frente de la orquesta del festival se acopla a la idea escénica de Kosky con una dirección que empieza muy ligera en el primer acto y gana densidad en el segundo y, sobre todo, en el tercero. El coro bajo la dirección de Eberhard  Friedrich ofrece una interpretación soberbia en esta ópera en la que tiene mucho papel.

El público no ahorró aplausos que fueron unánimes a cantantes y director. Kosky, de quien en el Liceu se pudo ver ‘Una flauta mágica’, cosechó algunos abucheos rápidamente  superados por los aplausos y los pateos que en Alemania son una forma de apreciación. Estos ‘Maestros’ son lo mejor con diferencia que ha presentado el festival dedicado a la obra de Wagner en unos cuantos años, desde un ‘Parsifal’ que firmó Stefan Herheim en el 2008 y subió al escenario por última vez en el 2012.

Ópera vista el 28 de julio.

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