EL ANFITEATRO

El triunfo de las sopranos

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Rosa Massagué

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La directora de escena británica Katie Mitchell ya es una figura habitual del Festival de Aix-en-Provence donde ha cosechado grandes éxitos en años recientes con ‘Written on skin’, ‘Alcina’ y ‘Pélleas et Melissande’. Este año ha sido la responsable de su inauguración con ‘Ariadne auf Naxos’, la brillante ópera de Richard Strauss con libreto de Hugo von Hofmannsthal. El resultado ha causado menos impacto que en las obras citadas, pero aun así, tiene calidad escénica. Musicalmente, la dirección de Marc Albrecht era poco inspirada, pero esta ‘Ariadna…’ ha servido para descubrir a la que en muy poco tiempo será una Zerbinetta de referencia y a una dignísima sucesora de las grandes voces nórdicas wagnerianas, las sopranos Sabine Devieilhe y Lise Davidson, respectivamente.

‘Ariadne auf Naxos’ es una ópera de contrastes. Entre la ópera buffa y la ópera seria, la música popular y la formal, las coloraturas mozartianas y las reminiscencias wagnerianas, la música viva y la melancólica. Es una obra pirandelliana en el sentido de presentar el teatro dentro del teatro de modo que el contraste está ya en su estructura, entre sus dos partes, es decir, entre el prólogo que es la preparación del espectáculo y la ópera que se va a representar. 

El “hombre más rico de Viena” da una fiesta en su mansión y ha encargado una ópera, ‘Ariadne auf Naxos’, a un compositor, pero aparece una compañía de la ‘commedia dell’arte’, que también tiene que hacer un espectáculo al final con el correspondiente disgusto del músico y de los intérpretes, ofendidos por tener que compartir programa con una compañía tan poco excelsa. Al final el mayordomo avisa que no hay tiempo para las dos obras y que habrá que representarlas simultáneamente. Y después de este prólogo empieza la ópera dentro de la ópera.

Como es habitual en sus puestas en escena, Mitchell construye un espacio cerrado en el que se desarrollará toda la acción, tanto los preparativos para la representación como la isla en la que Teseo ha abandonado a una Ariadna desesperadísima que solo espera la muerte, de la que Bacchus la rescatará. Mitchell construye el prólogo con un ajetreo constante. Todo se desarrolla a la vista, desde la conversión de un gran salón en escenario y sala hasta los ejercicios de precalentamiento de los bailarines o el trabajo del peluquero. El ir y venir de gente es un no parar con un movimiento perfectamente estudiado, bien resuelto y bien interpretado. Todo el barullo del prólogo se torna en movimientos muy pausados en la segunda parte.

En la supuesta ópera, Mitchell se toma un par de licencias. La que funciona es la presencia como espectadores de los dueños de la casa contrariamente al libreto en el que nunca aparecen. La que funciona mucho menos es la de que Teseo no solo ha abandonado a Ariadna. La ha abandonado embarazada y parirá hacia el final de la obra. Conceptualmente se puede entender que el nacimiento de un hijo sirve para cerrar el recorrido de Ariadna hasta entonces. Con el parto la protagonista rompe con el pasado, cierra una etapa vital y al mismo tiempo, el niño anuncia lo nuevo, el cambio que se va a producir en su vida. Sin embargo no acaba de funcionar, sobre todo por innecesario, con el bebé que va pasando de mano en mano de las tres ninfas.

Vocalmente, la ópera depara sorpresas muy agradables. La soprano de coloratura Sabine Devieilhe  es una Zerbinetta de brillantes agilidades y muy briosa. A su actriz aparentemente casquivana aun le falta un punto, pero es un papel que dominará en poco tiempo. Su voz, su técnica, sus agudos y su expresividad la convertirán en una excelente intérprete del papel.

Y buenas noticias también para wagnerianos porque la gran sorpresa fue la joven soprano lírico-dramática noruega Lise Davidsen en el doble papel de Prima Donna y de Ariadne, un papel al que Strauss infundió el soplo de los grandes roles femeninos del autor del ‘Anillo del nibelungo’. Davidsen tiene una voz poderosa, con gran firmeza tanto en los agudos como en los graves, con un canto expresivo y elegante como ya demostró en un reciente recital en L’Auditori de Barcelona. Si no corre más de la cuenta, le esperan en el futuro las grandes heroínas wagnerianas.

La mesosoprano Angela Brower, interpretaba el tercer papel cantado por una mujer, el de El Compositor, mostrando una bella voz y una buena calidad interpretativa. Eric Cutler resolvió bien los papeles de El tenor y Bacchus, solo que la soberbia presencia vocal de Davidsen empequeñecía su interpretación. Josef Wagner como Maestro de música y Rupert Charlesworth como Maestro de baile destacaron por su notable interpretación.

Albrecht dirigía el conjunto de cámara de 36 solistas de la Orquesta de París, pero era una dirección poco inspirada que no acababa de arrancar. A la música que procedía del foso del teatro al aire libre del festival le faltaban la brillantez y el aliento straussiano.

Y un último apunte. La puesta en escena de Mitchell hace un notable guiño a la cuestión de género. No escondía que el papel de El compositor lo interpretaba una mujer. Ponía al Maestro de baile encima de unos tacones de aguja de vértigo. Y los dueños de la casa convertidos en espectadores habían intercambiado el vestuario, ella con un smoking y el él con un traje largo rojo.

Ópera vista el 6 de julio.   

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