'Whiplash': Un sargento de hierro en una escuela de jazz

QUIM CASAS

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Primero fue un cortometraje de idéntico título de unos 20 minutos de duración, con J. K. Simmons, flamante Globo de Oro al mejor actor de reparto (aunque también lo recordaremos siempre por su divertida composición del huraño director del periódico de Spider-man en versión Sam Raimi), interpretando al profesor y director de una banda de jazz en un conservatorio de élite. Aquel corto era un esbozo de lo que vendría después, otra historia de antagonismos y superación personal precisa en sus mecanismos dramáticos pero muy discutible en su trasunto ético.

Todo vale para el personaje que vuelve a interpretar Simmons, profesor antipático y violento que no duda en humillar a sus alumnos si cree que así puede sacar de ellos un mayor rendimiento. El antagonista es un joven que aspira a convertirse en un gran batería, el mejor, el nuevo Buddy Rich del jazz contemporáneo. La película es la crónica de como se desenvuelven dos gallos en el mismo corral, porque al final se trata de eso, de mostrar como las maneras de instructor militar del profesor pueden surtir un efecto positivo y sacar lo mejor del alumno.

Hace casi 30 años, muchos se rasgaron las vestiduras por los métodos y el lenguaje soez que gastaba el protagonista de El sargento de hierro, uno de los filmes menos amables y más cuestionados de Clint Eastwood. El personaje encarnado por Simmons es más o menos lo mismo por mucho que no adiestre cadetes militares y su lugar de trabajo sea la mejor escuela de música de EEUU.

El joven realizador Damien Chazelle convierte a veces el arte de tocar la batería en un auténtico martirio (la sangre y las gotas de sudor que salpican los platos o la caja en pleno redoble), exagera las reacciones de los personajes y busca al final la clemencia entre ellos. Los particulares métodos del insoportable profesor para incentivar el talento pueden dar sus frutos, aunque yo preferiría no tenerlo nunca como maestro de nada.