UNA POETISA Y NARRADORA SUSTANCIAL DE LOS AÑOS 70

Sonrisas para la Nena

Los amigos de Ana María Moix evocan en su funeral laico las facetas de una autora que quiso ser despedida sin dramatismos

Raimon abraza a Rosa Sender, compañera de Ana María Moix, ayer, en el tanatorio de Les Corts.

Raimon abraza a Rosa Sender, compañera de Ana María Moix, ayer, en el tanatorio de Les Corts.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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No quería llanto ni drama Ana María Moix en su despedida, pero no consiguió erradicarlo del todo en su funeral laico porque su troupe de amigos es numerosa y fiel y todos la echaban en falta rabiosamente. Ahí estaban, entre otros, Colita, Ana Becciu, Raimon, Marina Rosell, Frederic Amat, Jorge Herralde, Daniel Vázquez Sallés, Sergi Pàmies, Rosa Vergés, Carme Riera, Elisenda Nadal... La novelista y poetisa novísima se ha ido prematuramente a los 66 años y eso siempre produce un plus de tristeza incontenible.

Pero en fin, los amigos de Ana María que abarrotaron el tanatorio de Les Corts se contuvieron y acataron su voluntad. Así que cuando el sencillo ataúd de pino entró acompañando los sones de La niña de la estación de doña Concha Piquer, emblema de las tristezas de posguerra y cumbre del humorismo macabro, más de uno se vio obligado a esbozar una sonrisa. Lo explicó Martí, hijo de Rosa Sender, compañera de la autora, que aquella era la música que sonaba en el casete del coche, un R-5, camino de Calafell cuando ella expresó el deseo de que fuera Eugenio, el humorista, el que oficiara su funeral. «Y mis cenizas, las echáis al váter y tiráis de la cadena», zanjó.

La última de los tres hermanos Moix, tras Miguel el mayor que se fue tan joven y el abrumador showman Terenci, que la eclipsó frente a un público más popular, fue evocada por la que es sin duda su amiga más antigua, Maruja Torres, quien la dibujó -pese a los años que las separaban- como una maestra sabia de cultura y de vida que le descubrió a autoras como Ana María Matute, Rosa Chacel, Mary McCarthy y, en especial, a Carson McCullers. «Para mí siempre será como Frankie, el personaje de McCullers, la adolescente aparentemente frágil».

El profesor Luis Izquierdo reivindicó su inteligencia lectora, su voz crítica y su capacidad para conversar y discutir, para no dejarse llevar por la corriente «en esta época de outlets». El periodista Juan Cruz la retrató paciente y sin dramatismo, «opaca la mirada» frente al cáncer que la atenazaba desde hacía varios años, lo que no le impedía disfrutar de un plato de bacalao con tomate y de una buena charla sobre el Barça, el equipo de sus amores.

Pere Gimferrer, correligionario en los nueve novísimos -los poetas que el también desaparecido Josep Maria Castellet reunió en su antología- leyó Yo sé un himno gigante y extraño, una rima del adorado Gustavo Adolfo Becquer que sirvió de inspiración a las primeras y balbuceantes creaciones poéticas de la autora cuando tenía apenas 12 años.

Todas las Ana Marías posibles se hicieron visibles en la despedida. Así se evocó a la benjamina, la Nena de la Gauche Divine que en su caso, hija de currantes, era más gauche y menos divine, a la tímida con arranques de furia que no se callaba cuando tenía que hacerlo, al referente del pensamiento feminista, a la cómplice y amiga, la mujer generosa, a la degustadora de la chanson francesa que elogió Jaime Gil de Biedma -por ahí sonó Una petite cantante de Barbara-, a la corresponsal de Rosa Chacel en una correspondencia ejemplar.

El hermano

Una lectura de las memorias de Terenci Moix, por parte de Inés González, última secretaria del autor, dio cuenta de la especial relación que mantuvieron los hermanos. Recordaba Terenci cómo en la infancia, imbuido de su proverbial egoísmo, no prestó mucha atención a sus hermanos hasta que Ana María se reveló como una excelente cómplice capaz de seguirle en sus correrías cinéfilas y degustar con él la última película de aventuras en tecnicolor. No en vano Terenci había reconocido muchas veces que ella era la que realmente «sabía escribir».