DRAMA HISTÓRICO
Lincoln, rigor sin emoción
No hay presidentes estadounidense más cinematográfico que Abraham Lincoln: más de 200 películas lo tienen como protagonista o secundario. Nadie en su sano juicio se atrevería a convertir en cazador de vampiros a Richard Nixon, Ronald Reagan, Jimmy Carter o George Bush, pero el año pasado se estrenó un filme con Lincoln convertido en obsesivo perseguidor de los descendientes de Drácula. No es de extrañar que Steven Spielberg, uno de los cineastas que de manera más recurrente ha defendido en sus películas ciertos valores sociales y políticos de Estados Unidos, haya realizado el que se supone sea el filme definitivo sobre el personaje.
Se supone, porque en El joven Lincoln(1939) de John Ford, centrado en sus inicios como abogado, se forjaba mucho mejor el espíritu del futuro presidente que en esta película de Spielberg planteada en todo momento como una lección de historia a la que le falta, sencillamente, substancia dramática.
No es un filme atropellado, todo lo contrario, ya que se toma su tiempo --a veces demasiado, instalándose en la parsimonia narrativa- para contar los aspectos determinantes del fragmento escogido de su vida, sin duda uno de los más decisivos: Spielberg y su guionista Tony Kushner (el mismo deMúnich), quien pretende ser Aaron Sorkin pero no lo es, nos cuentan las alianzas y manipulaciones llevadas a cabo por algunos republicanos y otros demócratas para llevar a buen puerto la enmienda contra la esclavitud propuesta por Lincoln, hecho decisivo para empezar a hablar de igualdad y para acelerar el fin de la cruenta guerra civil.
FALTA DE BRÍO/ Los hechos son atractivos, pero el relato se resiente en su conjunto de una sorprendente falta de brío incluso en los momentos en que se le supone emotividad a las decisiones y enfrentamientos entre unos y otros. Lincoln pasea por el relato como figura conductora, aunque no siempre decisiva, iluminado casi siempre en penumbra y en rigurosos escenarios desnudos (nadie puede discutir las virtudes de la reconstrucción histórica y el grado de realismo perseguido por el cineasta) y convincentemente interpretado por un actor dado a la estridencia como es Daniel Day-Levis. Pero si él no es protagonista absoluto, el resto tampoco asume el reto de serlo. Muchas figuras hablando y discurseando sobre la diferencia de raza y pocos planos que transmitan la emoción que se le supone a un momento tan decisivo.
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