DESGARRADORA AUTOBIOGRAFÍA ILUSTRADA
Gabi Beltrán retrata en un cómic su sórdida juventud
'Historias del barrio' viaja a la Palma de los 80 con dibujos de Bartolomé Seguí

Viñeta del cómic `Historias del barrio¿, de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí. / periodico

Anna Abella
Anna AbellaPeriodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
Anna Abella
Corría el año 1980 en el barrio chino de Palma, pero podría tratarse de cualquier barriada marginal de cualquier ciudad española. Los chavales, como Gabi Beltrán, que entonces tenía 14 años, malvivían bebiendo alcohol y fumando, se ganaban unas perras vendiendo periódicos en los semáforos, guiando a marineros extranjeros hasta la zona de las prostitutas, con las que ellos mismos se iniciaban en el sexo, y perpetrando pequeños hurtos. Algunos de sus amigos no tardaron en engancharse a la heroína, morir de sobredosis o acabar detenidos. Eran hijos de madres prostitutas y/o de padres ausentes o alcohólicos. «La mayoría de los chicos de esos barrios sufrían violencia física y psíquica por parte de sus padres y de la policía, que no se andaba con tonterías. La sociedad y la vida te decían que eras una mierda y al llegar a adultos tu autoestima estaba por los suelos».
"La mayoría de los chicos sufrían violencia física y psíquica por parte de sus padres y de la policía"
Pero han pasado los años y Gabi Beltrán (Palma, 1966), dibujante y narrador, puede afirmar hoy: «Yo he salido adelante». A los 18 años, tras un grave episodio de maltrato, se alejó definitivamente de aquel mundo –«un agujero negro que solo atraía las cosas malas de la vida»–, que ahora retrata en una desgarradora novela gráfica premiada con el Ciutat de Palma de cómic: 'Historias del barrio' (Astiberri / Dolmen). En ese duro viaje autobiográfico al pasado le acompañan las ilustraciones de Bartolomé Seguí (Palma, 1962), Premio Nacional de Cómic por 'Las serpientes ciegas,' cuyos dibujos ponen el contrapunto de ternura a la gravedad de la historia.
«Yo viví en un barrio marginal pero me gustaba la cultura y leer. Era el chico raro dentro de mi familia porque leía y hacía cosas que mis padres no entendían. Conseguía los libros en la biblioteca o los robaba –confiesa Beltrán–. Y también era el rarito en el barrio, porque no me gustaban Los Chunguitos sino Iggy Pop e Ian Dury. Y cuando salí de allí seguí siendo el raro porque tenía más o menos talento y era medianamente culto pero tenía una historia detrás que no se entendía muy bien. Tengo amigos pijos y amigos que trafican con drogas».
Por una lado, recuerda, aquella «era la España moderna de la movida madrileña, pero también la del Vaquilla, el Torete, la que pasaba hambre, no tenía acceso a la cultura ni seguridad social». Aquella juventud rodeada de miseria y delincuencia le dejó al historietista mallorquín «heridas emocionales». Entre ellas, por el abandono del padre, cuando él tenía apenas tres años, y de cuya muerte supo mucho después. Ese rastro destaca en breves narraciones diferenciadas de las viñetas. «Es el Beltrán adulto que mira hacia atrás para intentar comprender a las personas que le hicieron daño. Porque con el tiempo ves que no puedes arrastrar ese odio y esa rabia para siempre. Como escritor y por una cuestión de supervivencia he necesitado entender a mi familia y a mi barrio y reflejar mis emociones en estas historias».
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