EL PERFIL

Eduardo Mendoza, el tímido charlatán y sentencioso (28-04-05)

Fue, entre muchas otras cosas, abogado,maîtrey traductor de Naciones Unidas, pero su destino era la literatura. Su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta, que revolucionó la narrativa española, acaba de cumplir 30 años.

ÓSCAR LÓPEZ

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Hay que ver la que en 1975 lió Eduardo Mendoza (Barcelona, 11 de enero de 1943) con las 184 secuencias que componen el rompecabezas literario de su primera novela,La verdad sobre el caso Savolta(Seix Barral), de título original --y censurado--Los soldados de Cataluña, que acaba de cumplir 30 años de su publicación. La aparición del libro, que coincidió con la muerte del dictador Francisco Franco, provocó un cambio radical en la narrativa española del momento, que decidió abandonar su talante experimental para rendirse a la influencia de la que ha sido considerada como la primera novela de la transición española.

Las luchas sindicales descritas de principios del siglo XX dieron alas a este hijo de fiscal y ama de casa, a quien desde niño le inculcaron el amor por la literatura y el teatro. "De pequeño solo tengo el recuerdo de mí mismo inventando historias --recuerda Mendoza--, pero no en la imaginación, sino escribiéndolas en un papel".

Porque este autor nervioso y educado empezó a leer y escribir a los 4 años, ya que aprendió "a los dos días de estar en el colegio", cuando descubrió que precisamente eso era lo que necesitaba. Al poco tiempo ya se las veía con Stendhal, Balzac, Dostoyevski yEl Quijote("la mejor novela del mundo").

Por eso, este hombre que se enamoró por primera vez a los 15 años en la consulta de un médico "de una paciente de hermosas piernas con medias de cristal", que adora a John Ford pero odia las entrevistas y hablar de sí mismo (porque es "muy poco concreto" y le obligan, sonríe, "a concretar"), descubrió pronto que la literatura iba a ser su vida y que planificaría sus trabajos en función de la escritura.

Los tristes años 60

Poco importó que por imperativo familiar estudiara Derecho entre 1960 y 1965. Y de nada sirvió que en 1967 ejerciera como letrado en el caso Barcelona Traction, "un litigio mastodóntico que llegó a La Haya con el Gobierno belga como demandante y el español como demandado", y que asimismo fuera asesor jurídico del Banco Condal, una ocupación cuyo horario intensivo le permitió escribir las primeras páginas de la novela homenajeada en este retrato.

Aquellos años 60 en España se le atragantaban; "era una España triste, amarga y violenta", recuerda, y por eso se fugó a Suecia, Praga y Londres, donde hizo "demaîtreen un restaurante de ínfima categoría", hasta que en 1973 voló a Nueva York para quedarse 10 años allí como traductor de la ONU. Fue en la ciudad estadounidense donde ejerció de intérprete entre los entonces presidentes de España, Felipe González, y EEUU, Ronald Reagan ("los intérpretes no tienen memoria", responde cuando le preguntan por la conversación que tradujo) y donde vivió de lejos el arranque de su primer libro, hasta que el boca-oreja lo metió en la historia.

Más anglosajón que afrancesado

Luego llegaron, entre otros,El misterio de la cripta embrujada(1979),El laberinto de las aceitunas(1982),La ciudad de los prodigios(1986),Sin noticias de Gurb (1991),La aventura del tocador de señoras(2001) y muchas obras más, todas en Seix Barral, porque Mendoza, además de ser un tipo charlatán, más anglosajón que afrancesado, al que le gustaba leer a sus dos hijosEl hobbitde J. R. R. Tolkien, es el paradigma del escritor fiel a sus editores, generoso con sus amigos y un punto pasota.

A saber: elude estructurar en exceso sus novelas, por lo que lleva un montón de papelitos sueltos que luego mete en un cajón para más tarde incorporar a la historia; no almacena libros en casa y lleva tiempo barruntando si debe desprenderse definitivamente de ellos; no le preocupan el funcionamiento de los ordenadores ni las preguntas íntimas; y prescinde de los premios literarios, salvo los que le entregan sin presentarse, por mucho que durante años se rumoreara que ganaría el Planeta.

Ninguno de los que le conocen se lo imaginan en una promoción tan intensa. Por su timidez y porque no se cansa de repetir que "nunca deberían salir fotografías de los escritores, y los libros deberían publicarse anónimos". Sin embargo, aunque su rostro no apareciera por ningún lado sí lo harían sus declaraciones, que en ocasiones caen como sentencias. Suya es la máxima de que la novela está en estado comatoso, algo que le recuerdan sin cesar. Aunque puestos a elegir, preferiría ser el padre putativo del dicho "Soy tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos". Pero se le adelantó Calderón de la Barca.