"Paso más frío en casa que en la calle"

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TERESA PÉREZ / BARCELONA

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Manoli G. (Barcelona, 1964) teme la llegada de los primeros fríos porque son la antesala de las penurias que le aguardan durante los meses de invierno. Esta camarera en paro es uno de los rostros de la pobreza energética, que ha afectado en el último año al 7% de los catalanes y al 6,3% de los españoles. Manoli sortea las bajas temperaturas superponiéndose capas de ropa. “Me pongo una bata encima de todas las prendas y calcetines gruesos porque paso más frío en casa que en la calle”, dice. Y añade: “Cuando salgo en invierno a la compra, a veces me sorprendo porque no noto el frío”.

De Manoli, de Mónica y de los 511.551 catalanes que, según datos de la encuesta de condiciones de vida, tuvieron problemas el año pasado para pagar las facturas de suministros, van a hablar este jueves y viernes en Sabadell (Vallès Occidental) durante la celebración del primer Congrés Català de Pobresa Energètica

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Una idea de la magnitud del problema la da un sondeo que acaba de realizar la Fundació Hàbitat 3, la gestora de vivienda de la Taula d'Entitats del Tercer Sector Social de Catalunya, que revela que el 33% de los encuestados pasan frío en invierno por tres razones principales: el coste de la energía, la calefacción insuficiente o con averías y el precario aislamiento de la vivienda.Carme Trilla, presidenta de la fundación, reconoce que el precio del consumo eléctrico "es insoportable para los hogares más vulnerables, los que tienen ingresos por debajo de los 500 euros". 

ENFERMEDADES Y DIETA

La pobreza energética deteriora la dieta alimentaria, incrementa las enfermedades físicas  (reumáticas, respiratorias, cardiacas...) y las mentales (ansiedad, depresión...) e incide en el medioambiente porque el uso de sistemas de calefacción deficientes "provoca un incremento de las emisiones de emisiones de gases y de la contaminación atmosférica", resume Teresa Crespo, presidenta de Entitats Catalanes d'Acciò Social (ECAS). Además, debido a la mala calidad y conservación de las instalaciones en los hogares con pobreza energética aumentan los incendios domésticos, según se constata en un informe realizado por los Bombers de la Generalitat

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La cocina es uno de los puntos negros de las viviendas con pobreza energética hasta el punto de que las oenegés que organizan campañas de recogida de alimentos siempre alertan a los donantes de que las legumbres que donen estén cocidas “para evitar el gasto de energía que supone cocinar tantas horas este alimento”. La falta de energía provoca, según Crespo, que en muchos hogares no coman caliente y se alimenten de cualquier producto precocinado, lo que contribuye a la obesidad infantil. Un estudio realizado por la Unión Europea lo constata: “La pobreza energética empobrece el régimen alimentario”. Las entidades sociales sospechan que “las familias vulnerables podrían estar reduciendo el gasto en alimentación o modificando sus hábitos para eliminar el coste de suministros”.

CORTES DE LUZ

Manoli, casada y con un hijo de 24 años, paga unos 100 euros mensuales de electricidad, “y eso sin encender el radiador", porque denuncia que "la luz está muy cara”, tanto que precisamente ha sido la electricidad uno de los productos que han contribuido al aumento del índice de precios al consumo (IPC) del mes de octubre.

El incremento del precio de la energía se ha conocido 24 horas después de que el Tribunal Supremo modificara la financiación del bono social que subvenciona el 25% del importe total de la factura y que, tras la sentencia, dejarán de costear las grandes empresas eléctricas. En Catalunya unas 408.000 personas se benefician de estas ayudas.

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La Agència Catalana del Consum, dependiente de la Conselleria d'Empresa i Coneixement, ha tramitado durante los primeros 10 meses del año, hasta el 21 de octubre, cerca de 36.000 peticiones de familias vulnerables que necesitaban ayudas económicas para abonar los suministros básicos. Este organismo ha recibido casi 200 denuncias “por incumplir la ley 24/2015 y cortar la luz a familias vulnerables" y ha incoado "una docena de expedientes sancionadores a las compañías", asegura un portavoz.

Mónica L., una joven polaca de 32 años, reconoce, al igual que Manoli, que pasa frío en su casa. “Mucho”, insiste. Mónica llegó a Barcelona hace ya 12 años y pese a la idílica imagen que tenía de España ahora afirma: “No tengo una vida tan bonita como soñaba que iba a disfrutar”. Tiene bombillas de bajo consumo y una vigilancia extrema para ver qué luces enciende y cuñando lo hace. Uno de sus trucos para ahorrar: “Mi hija y yo estamos siempre juntas en la misma habitación”.

HIJA CONCIENCIADA

Sandra, una adolescente de 14 años, está tan concienciada con la necesidad de apretarse el cinturón energético que a veces ella es la que "da el toque" a Mónica para que apague la luz, relata su madre en el comedor de la casa familiar en Sants, acompañada por Laura, trabajadora social de la Fundació Hàbitat 3. Manoli también está obsesionada con que las luces estén siempre apagadas y reconoce que en su casa se enfadan con ella porque su marido y su hijo quieren tener iluminación. Y ella erre que erre: “Por la noche ni la enciendo, nos basta con el resplandor que sale de la pantalla del televisor”.